Jordi Soler
El capitán se desvanece

El carguero Eurolink, de bandera panameña, fue abandonado por su capitán, hace once días, en el puerto de Barcelona. Su tripulación -un griego, un egipcio y un paquistaní- espera a bordo el regreso del jefe. Para estas fechas el barco debe 70 mil dólares por usar el puerto y 30 mil de combustible. La comida del pañol, que es una de las despensas donde se guardan los víveres, tenía el lunes el angustioso saldo de media caja de arroz. El capitán desaparecido se llama Delakis Giorgios, es griego y antes de bajarse tomó la precaución de vaciar la caja fuerte del barco.

Para equilibrar la historia del capitán Giorgios hay que recordar la historia del capitán Sterne, con la idea de evitarle desniveles a la memoria del agua. Este capitán navegaba las páginas de Joseph Conrad, ese escritor que confundía los barcos con los libros, o cuando menos, que usaban indistintamente los dos para sus navegaciones. El barco de Sterne se llamaba Sofala y era duro, y además caprichoso, de timón.

Cuando la carta de navegación, o esa carta de navegación instantánea que se conoce como ``simple vista'', anunciaba que venía un trayecto sin dificultades; Sterne confiaba la rueda del timón a su navegante sustituto, que era malayo. Confiar es nada más un decir, porque Conrad jura que su capitán salía en pijama cada 15 minutos a preguntarle al malayo cómo iban las cosas. El capitán, como puede adivinarse, nunca dormía, gracias a esto se ahorraba la presencia de un tercer sustituto que evitara que el malayo se durmiera.

Este barco de vapor de Conrad navega por las aguas de La Soga al Cuello y no estaría mal rescatarle, con la caña de aquel que va en la popa queriendo pescar un ejemplar exótico, una verdad de la navegación en río, o costera, o en cualquier modalidad que no sea la del mar abierto: ``No es en ojos más penetrantes donde se apoya la certeza del piloto, sino en su mayor conocimiento''.

Si el carguero Eurolink tuviera un sustituto malayo a bordo, la tripulación ya hubiera dado por perdido al capitán Giorgios y se hubiera puesto a conseguir 100 mil dólares y más kilos de arroz para el pañol.

Con la misma caña de aquel que va en la popa, pesquemos algunas líneas que pescó Ignacio Vidal-Folch, de algunos escritores marítimos que a su vez las habían pescado antes en el mar interior de su corazón o de su estómago. De Los Viajes sin Fin de Saint-John Perse, pescó este ejemplar: ``Del mar también, ¿lo sabías tú?, nos viene a veces ese gran terror de vivir''. De un libro de Juan Luis Panero pescó esta, que le queda más al barco de Sterne que al de Giorgios: ``Chirria el metal, cruje el camarote, tiemblan los cristales''. Esta otra la pescó del mar de un disco que hizo Jacques Brel mientras navegaba huyendo del éxito, con el rumbo puesto hacia las islas Marquesas: ``¿Quieres que te lo explique? No se admiten gemidos en las marquesas''. Una de las marquesas, sin embargo, gime y desamarra, entre los miembros de la tripulación del Eurolink, algunas hipótesis. El capitán Giorgios vació la caja de seguridad, bajo a tierra firme, se bebió el dinero en un bar de la barceloneta y ahora duerme una mona de talla oceánica que le impide regresar al barco. O quizá antes de alcanzar el bar fue asaltado por dos maleantes latinoamericanos, o se enredó con una barcelonesa cuyos encantos barrieron con sus compromisos de capitán, o estaba harto de navegar y mejor compro un boleto en Iberia, o está amordazado en la sentina del barco mientras su tripulación pone cara de asombro y se reparte el dinero; cualquier hipótesis vale frente al misterio del capitán desaparecido, mientras no aparezca. El egipcio de la tripulación aprovecha el tiempo, tira una caña al mar y saca una especie de Paul Valéry, que boquea y se retuerce en las tablas del muelle: ``Más que solitario a orillas del mar, yo me entrego como una ola, en la transmutación monótona del agua y del yo en el yo.