José Agustín Ortiz Pinchetti
Ernesto Zedillo: el estilo personal de gobernar

Hace 25 años, Daniel Cosío Villegas vio publicado El estilo personal de gobernar, el más popular de sus ensayos sobre el sistema político. Cosío escribió en aquella época que el Presidente de la República era la pieza central del sistema político por contar con poderes y recursos amplísimos provenientes de una gran variedad de circunstancias de orden político, geográfico, económico, sicológico y hasta moral. Cosío percibió a mediados de los 70 que el poder del Presidente tenía que afrontar a los ``grupos opresores'', encabezados por los capitanes de la industria, el comercio, la agricultura industrial y las finanzas. Ellos habían obtenido los mayores beneficios del sistema y su poder estaba en ascenso.

Aunque el poder presidencial empezaba a acotarse, todavía era enorme. Por ello, las características de la persona concreta que ejercía el cargo de Presidente imponía a su gobierno un ``estilo personal'' que llegaba a influir en toda la vida pública. Cosío enfocó su análisis en el presidente Echeverría (1970-1976).

La relectura de Cosío me invitó a: 1.- Contrastar el régimen presidencialista, tal como se vivía en la época de Luis Echeverría, con el actual. 2.- Identificar cómo los rasgos de la personalidad de Ernesto Zedillo han podido influir en su gobierno hasta darle su colorido.

Poderes impersonales. Las grandes transformaciones que la vida política del último cuarto del siglo no han impedido al sistema para sobrevivir, al menos en sus rasgos fundamentales.

Nadie en su sano juicio diría hoy que la Presidencia de la República se ejerce como en la época de Echeverría. Para empezar, el partido ``oficial'' no es predominante en grado abrumador. Tiene que compartir el escenario político con una oposición plural activa e incluso contender con el PAN y el PRD, dos partidos de dimensión nacional. Quienes tienen ya un tercio de las gubernaturas y la mayoría en la Cámara de Diputados, gobierna la capital. La prensa, el radio y la televisión han ampliado la información y la opinión a grados impensables en los 70.

Aun el partido ``oficial'' no parece obedecer cabalmente al Presidente, como lo demuestra la actual justa interna prelectoral. Pero lo que resulta más notorio es que el progreso económico incontrovertible que tenía ya 30 años en 1974 se detuvo a partir de 1982. Los índices muy altos de crecimiento se vinieron abajo. Los sectores campesino, obrero y medios declinaron y la estructura del partido empezó a sufrir transformaciones y resquebrajaduras que lo harían irreconocible para el modelo de los 70.

El triunfo de los grupos ``opresores'' es incontrastable. Se ha producido una alta concentración del ingreso. Las tendencias al monopolio y al oligopolio se han acentuado. Los grupos de interés están determinando la mayoría de las decisiones en la Presidencia desde 1985 por lo menos. Han doblegado a la Presidencia o la han obligado a aliarse a ellos. La línea de política económica es consecuente con el propósito de proteger y ampliar sus privilegios e intereses.

Pero aún quedan en pie muchas de las estructuras que estaban vivas en 1974. El Presidente patrocina al PRI y le permite una ventaja decisiva en las elecciones. Estas no son la pesadilla de irregularidades que fueron hasta 1974. Pero las maniobras de coacción y venta de voto y el apoyo de los medios electrónicos, la imposibilidad de controlar el origen y destino de los recursos hacen que las elecciones sean libres, pero no justas. La oposición no ha sabido o no ha podido aprovechar el control de la Cámara de Diputados. El Presidente de la República ha logrado aislar a los más duros opositores y llegar a acuerdos con unos y otros en los distintos temas.

El Presidente sigue teniendo un poder incontrastable frente a todos los demás poderes oficiales y extraoficiales, informales o formales. Cuenta todavía con grandes facultades y recursos amplísimos. Las mismas circunstancias que operaban a su favor hace 25 años funcionan ahora. Las leyes fundamentales no han sido modificadas. En el imaginario colectivo es todavía el ``padre de todos los mexicanos'', como definían al ``Tlatoani'' los aztecas.

Como el Presidente de México tiene todavía un poder inmenso, es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente. Resulta fatal, como dijo Cosio, que la persona del presidente le dé a su gobierno un sello peculiar hasta inconfundible. Por ello, sería muy interesante meditar en 2 o 3 rasgos totalmente zedillistas que dejarán su impronta en el régimen que empieza ya a agonizar. A eso dedicaré mi próximo artículo.