Un kantiano del violín
La reciente desaparición física de Yehudi Menuhin (1916-1999) ha juntado al duelo la recuperación de la memoria. El volumen doble titulado Yehudi Menuhin. In memoriam (Deutsche Gramophon) aglutina grabaciones insuperables en cuanto a interpretación, pero ahora superadas en cuanto al buen uso de la tecnología, pues cuando fueron realizadas, a principios de los setenta, aún vivíamos la era monoaural. La única grabación discográfica que hizo maese Menuhin a ese tesoro de la humanidad que es el primer concierto para violín y orquesta, opus 35, de don Pedrito Chaikovski, además de un ciclo de tres sonatas de don Güicho van Beethoven con la complicidad genial de don Wilhelm Kempff al piano, aparecen por vez primera en disco compacto con el añadido de otro estreno: el recurso del novísimo original -image bit- processing, que añade presencia, brillantez y definición espacial al sonido que sale de nuestras bocinas. En cuanto al archicelebérrimo concierto para violín chaicovsquiniano, el placer rebosa por los poros todos; a la batuta está otro gigante: don Ferenc Fricsay (paisano de Lazslo Lozsla, je) con la fabulosa Orquesta RIAS (en serio) de Berlín. El primer volumen se completa con la Sonata Siete y el Rondó en sol mayor con la melena alborotada de Beethoven, el piano en plena lucha de Kempff y el violín sublimado del gran Yehudi. El segundo tomo es paradisíaco: la Sonata Primavera y la Sonata Kreutzer en versiones que ponen la piel chinita.
Un hedonista del violín
Ido Menuhin, uno voltea y ve que todavía hay belleza en el planeta. El perfil alemán -en ambos sentidos- de Anne-Sohpie Mutter es gran consuelo, próximo también a la pasión. La lista de violinistas de relieve crece tanto que las afinidades selectivas tienden hacia una combinación de intérprete en algunos casos (es decir, la versión de una obra preferida con un violinista determinado, para conjuntar personalidad con partitura) y en otros simplemente de repertorio. Sería el caso del compacto André Rieu. Valses (Philips), que es una fiesta. El señor Rieu ríe porque le encanta, como a todo buen cronopio, el placer de la existencia que supo condensar en partituras esa familia de filósofos llamada Strauss. Lo de filósofos por el filo delicioso, por la apuesta por la carne, que es la parte más pensante del organismo. Bailar, bailar, bailar, bailar y gozar que el mundo se va a acabar. De ese axioma filosófico parte el holandés André Rieu para montarse al hombro un violín y a la mano izquierda, o a la derecha si ella es zurda, una bella dama para entablar 14 deliciosas piezas de vals, vals, vals, a toda orquesta con violín. El bello Danubio azul, por supuesto, pero también Sangre vienesa, Bajo truenos y relámpagos, Vida de artista y ese poema sonoro de Sieczynski que Maurice Bejart hizo coreografía: Viena, Viena, solamente tú. Los arreglos del maestro Rieu, que ríe, y el placer del compás de tres por cuatro que no es igual a doce sino a algo mejor: a purititito placer. Qué es la música sino eso, placer.
n Pablo Espinosa n