Voces distantes, naturalezas muertas. Jane Horrocks, estrella televisiva inglesa (Absolutely fabulous), intérprete del director Mike Leigh (La vida es dulce), excepcional cantante, imitadora y mimo en el exitoso musical británico Ascenso y caída de Pequeña Voz (Rise and Fall of Little Voice), revelación, atractivo central, de su versión fílmica, Pequeña Voz, del director Mark Herman (Brassed off). La historia es un verdadero cuento de hadas: una joven de voz casi inaudible y carácter apocado, rinde culto a la memoria de su padre desaparecido, gran admirador de comedias musicales, fan de Judy Garland, Marilyn Monroe, Shirley Bassey, Billie Hollyday y Marlene Dietrich, y padece por ello las vociferaciones procaces y agresivas de su madre, la cual se burla incansablemente del esposo muerto y de la hija casi autista capaz de imitar a la perfección las voces de aquellas divas.
Por el tema y por el culto que rinde a iconos de la cultura gay, en particular a Judy Garland, Pequeña Voz no es únicamente un cuento de hadas, al estilo Cenicienta, sino también, y muy vigorosamente, un fairy tale de los noventa, o si se prefiere, un cuento de fairies/gays que elabora una metáfora interesante en torno de una represión y un impulso de liberación --el mismo que en 1969, el año de la muerte de Garland, decidió la revuelta urbana de gays en Nueva York --Stonewall--, en contra de la discriminación y el silenciamiento de las minorías sexuales. Antes de esa época, el culto a las divas hollywoodenses --a sus actitudes retadoras, a su exuberancia-- fue en muchos casos la pequeña voz dentro de los clósets, la expresión que recogen cintas como Los chicos de la banda, Outrageous, o Priscilla, reina del desierto, y que perdura en numerosos espectáculos de travestis. De manera indirecta, pero con la insistencia que da el goce de esa cultura de minorías, el dramaturgo Jim Cartwright deja abiertas diversas pistas interpretativas sobre sus personajes, entre las cuales es difícil ignorar el papel que juega el padre de LV (tan rechazado por su esposa --¿por haber cerrado mal la puerta del closet?) y el culto que le rinde su hija, tan cercano a la solidaridad. La recuperación de la voz es, en la obra original, un poderoso símbolo de emancipación --una reivindicación de la voz silenciada del padre--, que la cinta traduce sin embargo en ingenuas comparaciones con la libertad de los pájaros.
En Pequeña Voz hay portentosos momentos de actuación: Jane Horrocks y la delirante sucesión de frases hollywoodenses que profiere encolerizada; Michael Caine, emblema de la fanfarronería y el fracaso profesional, cantando It's over ante un público azorado; Brenda Blethyn (nominada al óscar por Secretos y mentiras), reduciendo a añicos cualquier tranquilizadora imagen materna, como lo hacía Shelley Winters al martirizar a su hija ciega en A patch of blue (Cuando sólo el corazón ve, Guy Gree, 1965); Jim Broadbent (Mr. Boo), en sus fallidísimas intervenciones humorística como maestro de ceremonias de un lugar de mala muerte; un príncipe azul de generosidad infinita, el joven Billy/Ewan McGregor (Trainspotting, El libro de cabecera), y una serie de personajes secundarios convenientemente caricaturizados como en todo cuento de hadas que se respete.
La comedia de Mark Herman no ofrece, ni tampoco se lo se propone, una radiografía de la clase obrera en Scarborough, el puerto al norte de Inglaterra donde transcurre la acción, ni tampoco un elaborado retrato de familia. Ni Kenneth Loach ni Mike Leigh. La filiación está en otra parte. Posiblemente en el cine de Terence Davies, en sus evocaciones nostálgicas (La Biblia de Neón, El ocaso del día), en su juego con las canciones, con sus repercusiones culturales y sus efectos en la educación sentimental de los protagonistas; o en su estupenda trilogía de mediometrajes (Children, Madonna y Death and Transfiguration -1974-83), que habría que presentar en México, con su exploración de la infancia, de la difícil maduración en un medio hostil, de la fragilidad afectiva, y del secreto y lento acopio de energías que culmina en un acto liberador.
Pequeña Voz, una de las mejores sorpresas en cartelera.