n Los campesinos detenidos no portaban uniformes
En San José, las armas de fuego sólo hablaron desde un lado
n Se confirmaría que el Ejército pretende atacar La Realidad
Hermann Bellinghausen, enviado, San José La Nueva Esperanza, Chis., 27 de agosto n En lo encontrado de las versiones sobre los acontecimientos del pasado jueves 25, queda claro que el Ejército federal disparó contra campesinos que no portaban armas de fuego, y repelieron el ataque militar con palos, piedras, resorteras y, posiblemente, machetes, que son instumentos habituales de labranza.
Eran entre las 10 y las 11 de la mañana cuando unos 100 soldados del Ejército federal pretendieron ingresar a esta comunidad. Las mujeres, como en otras ocasiones, salieron a impedirlo. Los soldados retornaron entonces hacia Rizo de Oro, de donde provenían, y encontraron en el camino a tres campesinos, todos ellos hombres adultos, a quienes detuvieron con lujo de violencia, según los distintos testimonios. De hecho, estas tres personas, liberadas hoy y presentadas esta noche en San Cristóbal de las Casas, lucen severamente golpeadas.
Los tres atemorizados campesinos dirían en su declaración ministerial ser "simpatizantes zapatistas desde hace tres meses" y que antes de este tiempo fueron priístas.
Las mujeres de San José, al enterarse de que los soldados se llevaban a los tres hombres, retornaron al camino. Vieron a Rosario Vázquez Rodríguez, Andrés Pérez Jiménez y Daniel Gómez López (como dijeron hoy llamarse ellos, si bien los pobladores de la comunidad los aludieron con otros nombres), que eran golpeados y arrastrados por la tropa.
Los hombres de San José, en su mayoría en la milpa, empezaron a bajar al camino. Las mujeres siguieron a los soldados a través del potrero del rancho San Caralampio, y allí, tras una cerca, el destacamento militar encaró a la creciente concentración de campesinos exigiendo la liberación de los tres detenidos.
El Ejército federal disparó entonces. De las versiones escuchadas por este enviado, la que habla de menos tiros, se refiere a "más de 20". Otros no saben, y algunos testigos hablan de "40 o 50 disparos". Por lo pronto, hay dos heridos de bala, uno de ellos de gravedad, en la clínica de San José La Nueva Esperanza.
También hay mujeres golpeadas, un ambiente de tensión, y sobre todo preocupación. Las esposas de los detenidos ignorando que serían liberados esta noche, expresan temor por su vida. Saben que se los llevaron seriamente lastimados.
Luego se enteraría la comunidad de que se acusaba a los detenidos de ir armados y con pasamontañas. Nunca fueron mostradas las armas, y al ser presentados hoy vestían sus ajados y arrastrados pantalones de campesino después de una buena madriza, y no uniformes de ninguna clase.
Violenta incursión militar
Mientras caminamos en pos de las mujeres, Manuel manifiesta creer que a lo mejor los soldados supusieron que disparando "iban a espantar la gente, pero no, la gente más se encabronó contra los soldados y les aventó piedras".
Sin explicarse bien por qué, Beatriz, una joven de la comunidad, refiere que en medio de todo esto, los soldados no se retiraron inmediatamente de San Caralampio. Hacia las tres de la tarde se fueron con los tres detenidos y, seguramente, sus propios lesionados.
Viendo el precipitado desenlace, y lo diverso de las versiones del Ejército federal y de los campesinos de esta comunidad, es imaginable, no obstante, el compás de azoro, dolor e indignación que se abrió después de los disparos y la respuesta de los indígenas.
La cosa es que la violenta incursión militar contra esta comunidad tojolabal, que se identifica como perteneciente al municipio autónomo y rebelde San Pedro de Michoacán, confirma las versiones recientes del CCRI-CG del EZLN, según las cuales el Ejército federal pretende cercar y posiblemente atacar La Realidad, la cual se encuentra cerca de aquí -si es que 20 kilómetros es cerca- y, al parecer, estrechamente patrullada por tierra y por aire.
A Beatriz le preocupan los heridos, en particular uno, que está peor; le están poniendo penicilina. A Manuel le indigna que hayan disparado contra la gente. A las esposas de los detenidos les importa el paradero y el estado de sus esposos. A Carmelino le interesa fervientemente que se sepa que no fueron ellos, los indígenas, quienes atacaron primero al Ejército federal, sino que nada más se defendieron.
Otro pueblo más que no se deja. "Nos vinieron a provocar", asegura Manuel, y coincide Carmelino. El Ejército federal, a su vez se ha dicho provocado; como sea, los acontecimientos al igual que en Amador Hernández, fueron en las tierras propiedad de la comunidad. Aquí, además, las armas de fuego sólo hablaron desde un lado.
Resumiendo: el Ejército federal se presenta, violentamente, en las afueras de una comunidad zapatista. Los campesinos se manifiestan en contra, y luego se les acusa de ser ellos los que provocan. Otro episodio más de los patos tirándoles a las escopetas, o de cómo la militarización avanza sobre las comunidades sin que nada la detenga, ni siquiera la decidida resistencia de la gente, ni los escándalos consecutivos a las agresiones.
Los visitadores y su escolta
En las márgenes bajas del río Euseba, unos 20 kilómetros al sureste de La Realidad, y a su vez 30 kilómetros al norte de la frontera con Huelvetenango, Guatemala, la comunidad tojolabal San José La Nueva Esperanza ocupa una verde y hermosa llanura. Unas 60 familias; alrededor de 400 habitantes.
Hasta ayer, hacía entre 8 y 10 años que no bajaba una avioneta. Ante la situación de emergencia en que se encontró de pronto la comunidad, a partir del ataque del Ejército federal, antier, todos decidieron, en asamblea, limpiar la pista. La mayoría zapatista y la minoría priísta, de común acuerdo, tumbaron la hierba. Se ven todavía los montones de rastrojo y pasto a orillas de la renacida pista.
Y lo que trajo la primera avioneta fue a los visitadores de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, quienes permanecieron en el poblado entre dos y tres horas, sin hablar propiamente con nadie. En las primeras horas de la tarde abordaron de nuevo una avioneta que los condujo al cuartel militar de Guadalupe Tepeyac, donde sin duda habrán informado sus observaciones, cosa que declinaron hacer con la prensa nacional e internacional que llegó a pie y los entrevistó minutos antes de que se retiraran. Dijeron "carecer de elementos todavía".
El tiempo que la CNDH permaneció en San José lo hicieron también cuatro individuos que nunca justificaron su presencia. Llegaron diciendo que acompañaban al primer grupo de periodistas que llegó, pero esto resultó falso. Según los campesinos, quienes los retuvieron en la escuela, en las afueras del caserío, eran "soldados vestidos de civil"; incluso reconocieron a uno como participante en el ataque del día anterior.
El hecho es que, en cuanto se retiraron los visitadores de la CNDH, estos hombres desaparecieron del poblado. Entre los reporteros que presenciaron, entre otras cosas tal visita, se destacó la celeridad con que acudió la CNDH. Hay denuncias que pasan días, y hasta semanas, para que aparezcan. Y aquí al parecer la habría mandado el Ejército federal.
Los heridos
"Tres años tiene que quieren entrar en la comunidad", dice, de las tropas del Ejército federal, Hermelindo Vázquez López, campesino gravemente herido de bala en la parte superior del muslo derecho. Las visitas del Agrupamiento Maravilla Tenejapa (como lo denomina la Sedena), se incrementaron en las últimas semanas. No han podido ingresar nunca al poblado. Las mujeres siempre les impiden el paso.
"Dicen las compañeras que los soldados vienen a ofrecer dinero. Llegan enseñando el dinero", prosigue Hermelindo su relato, "para que los dejen pasar".
Postrado en una cama de la clínica de la comunidad, semidesnudo, cubierto con una toalla de playa de la Virgen de Guadalupe y sobre el rostro puesto un paliacate sin atar, indica: "No puedo mover la pierna porque está quebrada". Su muslo, hinchado, muestra los orificios de entrada y salida de una bala.
"Los soldados usaron sus pistolas y armas largas", dice. "Nos dispararon, pues".
Hermelindo estaba, como la mayoría de los hombres, trabajando en los campos, cuando los de la comunidad "se mandaron llamar y dice "estábamos doblando. Ora es tiempo de eso".
"Llegamos después", recuerda. "Ya lo tenían avanzado nuestros compañeros, no nos dejaron pasar". Las mujeres ya enfrentaban, ellas solas, a los soldados, cuando llegaron los hombres. "Ellos disparaban para llevarse a los compañeros, y luego yo estaba tirando garrote y piedra a los que estaban disparando. Unos compañeros llevaban su resortera, también".
"Sin dar explicaciones", prosigue, "lo tomaron los compañeros, para llevarlos. No llevaban armas ni estaban encapuchados".
El, como otros testigos, habla de "un soldado más viejo, es el mando que de por sí viene". Y dice que éste dio "dos disparos al aire".
Convalesciente en otro cuarto de la clínica, Francisco Vázquez, de "como 67 años", dice: "Dispararon porque lo miraron que íbamos". El tiene una herida de bala en la rodilla derecha. "Entró y salió", dice.
El lugar de la aprehensión
Después de hablar con los dos heridos, un grupo de mujeres y niñas, con el rostro cubierto, conducen a los periodistas al rancho de San Caralampio, a medio camino entre San José y Rizo de Oro.
En un recodo, antes de llegar al potrero donde está San Caralampio, se detienen las mujeres, y una indica una roca a orillas del camino, y habla en tojolabal. Carmelino, uno de los campesinos que nos acompaña, traduce que allí vio como golpeaban a su esposo, Estanislao López Jiménez, y en la tierra corrió su sangre. Pisa el lodoso sitio donde dice que estuvo la sangre de su marido. Al intentar rescatarlo, cuatro mujeres fueron golpeadas.
Por los soldados. A partir de ese sitio, las mujeres persiguieron a los captores hacia San Caralampio.
Caminan de prisa, descalzos la mayoría, vistiendo colores eléctricos a través del bosque. Cae la tarde. Unos loros pasan volando estruendosamente.
Nos hacen cruzar tras ellas el potrero. Llegamos a la cerca, nos hacen pasar el portón y permanecer del lado del potrero. Con nosotros cruza Carmelino, quien dice:
"Los soldados ya venían de por sí encabronados. El enganche estaba cerrado. Ya estabamos los compañeros encabronados. Nuestra intención es pasar. Entonces el mando disparó al aire. Era la señal que empezaran a disparar. Los compañeros que estaban enfrente aquí cayeron heridos".
Carmelino también venía llegando, dice. Encontró a sus compañeros encarando a la tropa. "Queríamos defender los compañeros con palabra pero no sirvió".
Muestra dos cartuchos de tal vez, pistola calibre .38. Y dice: "Los disparos duraron 10 minutos, y media hora los garrotazos contra nosotros".
Al otro lado de la alambrada habla Lucía Vázquez López, de 39 años, esposa de Estanislao. Pregunta dónde está su marido, dice tener ocho hijos. Y señala hacia donde vio que golpeaban a los tres detenidos.
Entonces habla Marcelina Jiménez Méndez, de 40 años, esposa de Carmelino Méndez López. Según traduce el joven Carmelino, el otro Carmelino venía del trabajo cuando lo atraparon los soldados. Recuerda que los soldados amenazaron "que de por sí van a pasar y no van a respetar la comunidad ni las mujeres".
Francisca López Vázquez, de 41 años, mujer de cara grande y movimientos lentos, gira ante nosotros y señala el punto de su espalda donde la patearon los soldados. Niega que ellas hayan empezado la agresión. Pero reconoce que se metió a defender a su esposo, Enrique López Cruz, con quien tiene siete hijos, porque "miró cómo lo golpeaban", traduce Carmelino, que por su parte declara:
"Los que se llevaron no tienen culpa. Son simpatizantes del EZLN. Quieren mejorar su vida. Ese es su delito, no de armas ni narcotráfico ni nada".
Otro campesino relata que cuatro o cinco oficiales iniciaron los disparos con pistolas, y luego la tropa sus armas largas, y que fue entonces cuando los campesinos arremetieron a palos y pedradas. Muestra un bordón roto, de madera barnizada. Dice que después de los disparos, los soldados les arrojaron esas lanzas "cómo para provocarnos, que les fuéramos a pegar".
Finalmente, los soldados se retiraron hacia las 3 de la tarde. Y condujeron a los detenidos a Maravilla-Tenejapa, población de mayoría priísta y base de operaciones del Ejército federal, la policía y un grupo de paramilitares. Es uno de los presuntos nuevos municipios del gobernador Albores, aunque todavía el Ejército lo considera parte de Las Margaritas. De allí serían trasladados hoy a San Cristóbal de Las Casas y a la postre liberados.
Los diputados
También visitaron San José La Nueva Esperanza varios diputados del PRD. Patria Jiménez, Fabiola Gallegos y Sergio Benito Osorio son legisladores federales, mientras Agustín Gómez Patistán, Edith Velasco Ochoa, José Juan Ulloa Pérez y Noel Rodas Vázquez, lo son locales. Este último, coordinador parlamentario de la fracción estatal perredista, habló al final del recorrido: "Condenamos los hechos que nos acaban de relatar en San José. Hemos constatado la falta de autoridad de Albores, tenemos elementos para pedir un juicio político. Que deje al estado en paz, que deje de provocar confrontaciones entre civiles y militares".
En poquísimos días, los diputados han conocido, en Amador Hernández, y ahora aquí, los pasos progresivos de la militarización. Una duda se repetían, mientras caminaban esforzadamente la vereda de rocas y lodo: ƑQué tiene que venir hasta acá el Ejército federal para aplicar la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos?, en alusión al comunicado de Sedena que justificaba en esos términos la presencia, campo adentro, de un destacamento militar.
Al retornar, esa noche, a la carretera fronteriza por el camino que viene de Rizo de Oro, los diputados pudieron ver como se orillaba, para cederles el paso, una pick-up de la constructora privada Socton, tripulada por policías armados. Ya de plano. Supongo que habrán tomado nota.