La Jornada sábado 28 de agosto de 1999

Andrés Barreda
¿Petróleo suficiente para privatizar y expulsar?

La selva Lacandona de Chiapas, la del Petén en Guatemala y Belice, los territorios de Tabasco y la extensa plataforma marina continental que rodea la península de Yucatán están ubicados en una región donde acontecieron los procesos geológicos que dieron origen a los principales yacimientos petrolíferos de la zona. En el subsuelo de la selva Lacandona existen además numerosas formaciones de rocas impermeables, conocidas como anticlinales y fallas, que sirven como importantes trampas en las que pueden acumularse los flujos subterráneos de petróleo. La región comenzó a ser explorada por geólogos alemanes y estadunidenses desde hace cien años, aunque los primeros trabajos exploratorios de Pemex datan de 1953; sin embargo, los trabajos de prospección más sistemática corresponden al sexenio de Echeverría, cuando la elevación de los precios internacionales del crudo desató entre importantes empresas trasnacionales actividades de exploración y explotación en la frontera de Guatemala con México.

La percepción de la selva como reserva de maderas preciosas, petróleo y electricidad, en peligro inminente de colonización indígena, llevó en 1972 a decretar 600 mil hectáreas de la parte más rica y profunda de la selva como tierras comunales, para beneficio de la comunidad lacandona, compuesta entonces por 66 familias. Sin embargo, la imposibilidad de contener con ello los procesos de colonización y deforestación de la selva condujeron en 1978 a la SARH a declarar 2.6 millones de hectáreas entre los ríos Usumacinta y Tulijá como zona de protección forestal, de la cual sólo se reconoce la necesidad de proteger su corazón más importante, la reserva de la biosfera de Montes Azules (331 mil 200 hectáreas), lo cual deja sin protección a la región de las cañadas y a las zonas que en aquel entonces se consideraban con potencial petrolero: al sur, en Marqués de Comillas, según Pemex, área Lacantún; al norte, en las sierras y cañadas de la gran región Ocosingo; y al este, en el corredor fronterizo del río Usumacinta, donde Yaxchilán y Bonampak, llamada región San Fernando.

Los años ochenta son el periodo en que Pemex se confrontó con la Sedue por la devastación ambiental ocasionada por la apertura de caminos, explosiones y excavaciones. De ahí el proyecto de desarrollo integral de la Selva que supuestamente garantizaba la supervivencia de parte de sus riquezas biológicas. La maduración de las intensas prospecciones en San Fernando permitió a la Sedue ampliar en 1992, al este de Montes Azules, nuevas áreas protegidas: la reserva de la biosfera de Lacantún (61 mil 874 hectáreas) y los monumentos naturales de Yaxchilán y Bonampak. Cuando se superponen los planos de las diversas prospecciones de Pemex en la región San Fernando con los de estas áreas naturales protegidas, puede apreciarse cómo ha venido aconteciendo un planeado reparto del uso del suelo entre la conservación de la biodiversidad, la explotación petrolera y el control carretero y militar de la región fronteriza.

En 1991 los proyectos de Marqués de Comillas y Ocosingo se integran dentro del macroproyecto exploratorio Ocosingo-Lacantún, con objeto de evaluar el potencial petrolero del área. Un documento oficial de Pemex que de forma inusual encontramos en una biblioteca pública (Diagnóstico de instalaciones petroleras en la zona de la selva Lacandona; Proyecto Ocosingo-Lacantún, Subdirección de Producción Primaria) revela la presencia de varios yacimientos en las áreas de Marqués de Comillas y Yaxchilán: ``Para el área Marqués de Comillas... se evalúa una reserva potencial estimada de mil 498 millones de barriles de crudo, que se localizan en una extensión de 2 mil 250 kilómetros cuadrados''. El mismo documento informa sobre el campo gasero Nazareth: ``Con el área de Ocosingo se espera incorporar una reserva potencial estimada de 2 mil 178 millones de barriles, que cubrirá una extensión de 5 mil 550 kilómetros cuadrados''. Pemex planea una inversión para esta región de unos mil millones de dólares.

Aunque se trata de reservas potenciales, cifra superior a las reservas posibles o probadas, es necesario observar que ambas suman 3 mil 700 millones de barriles, cifra cercana a lo que representa un yacimiento supergigante (5 mil millones de barriles). Dos notables hallazgos recientes en aguas del Golfo de México, marcadamente anunciados por la prensa internacional, uno en Estados Unidos (con mil millones de barriles) y otro en Cantarell, Campeche (con 5 mil millones de barriles) muestra hasta dónde son significativas las cifras de Pemex sobre la selva Lacandona. Como la determinación sobre la rentabilidad de un yacimiento en realidad depende de muchos otros factores (precio de la extracción, de venta del crudo, etcétera), pero también como la inquietud y desconfianza nacional es creciente por la privatización de Pemex y por la violenta agresión del Ejercito federal en contra de las comunidades indígenas de la selva, una forma en que las declaraciones de la paraestatal podrían ayudar a recuperar un mínimo de confianza en su desacreditada palabra, podría consistir en que dicha institución permitiera el acceso a sus informes técnicos, para que todos, satisfaciendo nuestro derecho a contar con información veraz, pudiéramos conocer el monto e importancia real de estas riquezas estratégicas que, hasta ahora, no son propiedad del exclusivo grupo en el poder, sino de todos los mexicanos.