En la medida en que la huelga toma dimensiones cada vez menos soportables, y en la medida en que los acontecimientos dramáticos que la rodean muestran con mayor claridad la urgencia de reanudar las labores académicas, según lo viene expresando con viveza una comunidad universitaria, que sin excluir a huelguistas, autoridades o a no huelguistas, es más grande y rica que las partes en conflicto, porque acogiéndolas abarca también a quienes no estamos en las filas litigiosas, y al pasado y al futuro de la universidad. La comunidad es a la vez historia, presente y proyecto de porvenir en la vida del país; es Aula donde se escucha al Espíritu; cátedra donde se educa al talento del pueblo que se ocupará en perfeccionar a la nación conforme a sus valores supremos. Y ésta es la comunidad universitaria que demanda hoy la solución de los problemas que la aquejan por la organización de una nueva universidad al servicio del engrandecimiento de México. Nuevo, dice el Diccionario de autoridades, ``significa afsimifmo lo que fobreviene fe añade otra cofa que había antes'', y esto es precisamente lo que está ocurriendo desde que estalló el conflicto hace más de tres meses, pues las señales son alentadoras desde que se conoció la propuesta de los ocho, cuyos méritos gestan cada vez un mayor consenso en la comunidad, propuesta que sin duda será enriquecida por otras aportaciones de académicos, trabajadores o alumnos, y quizá de sectores del exterior --partidos políticos, asociaciones de ciudadanos, padres de familia, etcétera--, puesto que, no hay que olvidarlo, la comunidad universitaria con todo y su gloriosa autonomía es parte de la comunidad nacional con todo y su privilegiada soberanía.
La universidad es ante todo y sobre todo una institución fundada por el pueblo para el pueblo, o sea una institución democrática en el sentido cabal de democracia. La esperanza de una nueva universidad por los añadidos que se hagan a la que ha existido desde 1910, fue clara y brillante cuando huelguistas y no huelguistas aplaudieron con entusiasmo las ideas de los ocho eméritos, en el auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras, y esta esperanza crece por dos hechos recientes. En primer lugar la decisión del rector Barnés sobre una inmediata convocatoria al Consejo Universitario, a fin de que revise y estudie las soluciones al conflicto, singularmente los seis puntos del CGH y la propuesta de los ocho; este acercamiento de ideas académicas y partes en conflicto, tendrá que gestar soluciones aceptables para todos. El segundo hecho es el registrado el lunes pasado, frente a Rectoría. Huelguistas y no huelguistas fueron víctimas de porros y fuerzas extrañas, cuyo interés es exacerbar los ánimos y lograr el quebrantamiento y destrucción de la misma universidad: un pueblo sin talento es el ideal de los grandes manipuladores de la globalización que patrocinan en la actualidad el capitalismo trasnacional y sus temibles y opresivas fuerzas armadas. Descubrir a los agentes externos y sus aviesos propósitos llevó a huelguistas y no huelguistas a entendimientos preliminares y promisorios en estos momentos críticos.
¿Cómo será la nueva universidad? Enunciemos sólo tres características deseadas. La comunidad universitaria quiere una universidad pública, gratuita y suficientemente amplia para recibir a quienes hayan aprobado los exámenes organizados por la propia universidad y no por cuerpos ajenos del tipo Ceneval. La comunidad quiere una universidad con recursos materiales suficientes para cumplir dignamente sus tareas de investigación, docencia y difusión cultural; y al efecto exige que el gobierno cumpla con la obligación constitucional de dotarla de los recursos económicos indispensables; es decir, de un subsidio a cargo de la hacienda pública, que los ciudadanos formamos con nuestras contribuciones. La falta de este subsidio suficiente es una de las causas primarias de las tribulaciones universitarias. La comunidad espera una universidad donde la enseñanza y la investigación sean libres o autónomas respecto de cualquier influencia o interés que pueda alejarla de su compromiso esencial con la verdad y el bien, o sea de su compromiso con una sabiduría capaz de cambiar el acto bárbaro en un acto noble, humano.