En el punto actual de su camino, las corrientes democráticas de las izquierdas y las derechas no han logrado más que avances, pero no se ha producido aún el cambio de régimen político.
l país vive una coyuntura que sintetiza treinta años de luchas democráticas. Al parecer, el cambio de régimen está al alcance de la mano aunque éste probablemente no podrá ser obra solamente de una tendencia política sino de varias.
En el PAN, algunos dirigentes consideran que con el PRD no podría haber cambio de fondo pues analizan a este partido como no democrático. En el PRD, otros, aunque menos, piensan que el PAN no ofrece algo nuevo en la medida en que se ha pasado ya muchos años contemporizando con el viejo sistema priísta.
No se trata, sin embargo, de las consecuencias o inconsecuencias de ambos partidos sobre el tema de la democracia, sino del hecho cierto de que el PRI no puede ofrecer al país un verdadero cambio de régimen, sino que tal transformación solamente puede plantearse en serio mediante el desplazamiento de ese partido del poder del Estado.
Cuando el PRI haya sido desplazado, vendrá una aguda lucha por la democracia, aún más fuerte de la que hemos tenido hasta ahora. Será entonces cuando se defina el futuro régimen político y cuando todas las fuerzas de la sociedad entren en la disputa con sus propios programas, ideas e intereses.
Sin embargo, los titubeos en el campo de las oposiciones siguen en el orden del día. La cuestión tiende a centrarse en la manera de hacer la alianza. No podría acreditarse una coalición para ir al encuentro de un nuevo régimen político sin una base democrática. La derrota del PRI, es decir, del viejo sistema antidemocrático, no puede fincarse en mecanismo elitistas o en procesos capturados. La convocatoria tiene que ir dirigida a todo el pueblo.
La designación del candidato a Presidente de la República de la posible alianza no se encuentra atorada, como se ha dicho, por las contradicciones entre los aspirantes, sino por la falta de concepto común de los partidos opositores. Cuando el PRI ha tenido que admitir que sin una consulta popular para designar a su candidato no tiene posibilidades de triunfo, al grado que en el partido de la antidemocracia surge una convocatoria abierta, los opositores no pueden dejar de responder. No es admisible que se conforme en el país la idea de que el PRI se abre y la oposición se cierra, pues tal situación podría retrasar el cambio de régimen político y poner todas las cosas al revés de como son.
El método para designar a un candidato de una alianza popular democrática no puede ser menos que una votación, aunque ésta se organice en la forma y con las modalidades que determinen la transparencia y vigilancia de la misma.
Existen, hasta ahora, tres propuestas. La primera no es una consulta sino una encuesta entre cerca de 300 mil personas. La segunda es una votación limitada a los residentes de 17 secciones de cada distrito electoral --unos 4.5 millones de electores-- que votarían en cinco mil cien centros con varias casillas cada uno de ellos. La tercera es una votación, también en centros con varias casillas por cada uno, en las cuales podrían votar todos los ciudadanos que quisieran concurrir.
El órgano electoral tendría que ser imparcial y sería necesario crear una especie de tribunal que resolviera definitivamente cualquier queja.
La segunda propuesta tiene un riesgo que no es necesario correr: a los centros de votación concurrirían más ciudadanos sin derecho a votar que los que pudieran emitir su sufragio. No existe manera de avisar a cerca de cinco millones de ciudadanos que sí pueden votar y notificar a 40 millones de que carecen de ese derecho.
Si se está de acuerdo en una consulta, ésta no puede ser, razonablemente, algo limitativo sino, por necesidad y convicción, algo democrático.
La coyuntura política que hoy vive el país podría ser irrepetible. Si las oposiciones ya lograron en 1997 la mayoría absoluta de los votos, sería un verdadero desperdicio irresponsable que se dejara pasar la ocasión para abrir el camino hacia el nuevo régimen político democrático. La alianza y el inicio de las grandes transformaciones políticas en el país no implican la paralización de la lucha entre los partidos, la confrontación de ideas y el florecimiento de los intereses que hoy se manejan y tramitan de manera soterrada. Se trata justamente de lo contrario.
Algunos espíritus conservadores y miedosos no quieren arriesgarse a perder una candidatura, cuando de lo que se trata no es de ser llevar a un candidato sino a un Presidente, para construir un nuevo régimen político. Los líderes priístas han puestos sus veladoras para que las oposiciones no lleguen a un acuerdo, pues ésa sería la única manera de intentar conservar la Presidencia y, con ello, la institución central del viejo régimen. Los conservadores de las oposiciones coinciden en los hechos con los anhelos priístas.
Si la coyuntura se desaprovecha, el mayor riesgo consiste en el innecesario alargamiento de la decadencia de un poder que hace tiempo debió haber sido superado.