ECONOMIA DEL DESCONTENTO
La actual circunstancia de Brasil constituye una clara expresión del divorcio entre los manejos económicos obsesionados por satisfacer a los sectores financieros --locales e internacionales-- y el bienestar de la gente. Apenas el lunes pasado, el Fondo Monetario Internacional (FMI) elogiaba el desempeño de la economía de esa nación ("mejor que lo esperado"); pero ayer, decenas de miles de manifestantes se dieron cita en Brasilia para expresar su rechazo a las políticas del presidente Fernando Henrique Cardoso, las cuales han sido un factor de principal importancia en el empobrecimiento acelerado que sufre la mayoría de los brasileños.
Es cierto que las medidas prescritas por el FMI y acatadas por Cardoso el año pasado como condición para otorgar a Brasilia un crédito por más de cuarenta mil millones de dólares --una devaluación del real de más de 40 por ciento, privatizaciones realizadas en términos sospechosos, así como severos recortes presupuestales-- no son las únicas ni las primeras causas de la aguda recesión por la que atraviesa la economía brasileña, una de las diez mayores del mundo; en el contexto contemporáneo de globalización financiera, los fenómenos de inestabilidad registrados en Asia y Rusia tuvieron un papel detonador en la crisis actual de la nación sudamericana.
Sin embargo, la reacción de las autoridades de Brasilia ante el efecto dominó generado por las caídas de las bolsas orientales consistió en poner a salvo al sector financiero, aun a costa de imponer sacrificios a la población en sus niveles de vida, consumo y bienestar. Como en otros países del continente --el nuestro, entre ellos-- el empeño en mejorar los indicadores macroeconómicos ha sido inversamente proporcional a la sensibilidad humana ante la gigantesca deuda social (marginación, desempleo, miseria, carencias acuciantes y masivas en los terrenos de educación, salud y vivienda) que viene arrastrando la región desde principios de la década pasada, y aun desde mucho antes.
El descontento generalizado contra semejante estilo de manejo de las prioridades y los presupuestos públicos tiene uno de sus componentes más agudos y explosivos en el sector agrario, representado en Brasil por el Movimiento de los Sin Tierra (MST). Los conflictos por la injusta tenencia de la tierra, por la desatención al agro y, más recientemente, por el devastador impacto de las aperturas económicas y la globalización comercial en el tejido social de los núcleos campesinos, constituyen amargos denominadores comunes para países que poseen, sin embargo, historias muy diferentes. A fines del milenio, la conflictiva campesina sigue siendo --o ha vuelto a ser-- punto central de los problemas sociales básicos en diversas áreas de la región. En ese sentido, si los años ochenta fueron "la década perdida" de las economías regionales, habría que pensar que el "el siglo perdido" para el campo latinoamericano ha sido el que está por terminar.