Hace VARIAS SEMANAS unos obreros textileros, pobres y descamisados, fueron a demostrar de manera vehemente su enojo frente a la Central Sandinista de Trabajadores, en reclamo de las acciones de las empresas que según su alegato les pertenecen, y quieren ser escamoteadas por la cúpula sindical, ligada al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que las ha inscrito a su nombre. Esta es una historia vieja. Sucedió con los trabajadores del banano, que gastaron años reclamando lo que según sus documentos les pertenecía, acampando en champas de plástico con sus familias frente a las oficinas públicas, hasta que al final fueron desalojados, sin ser nunca oídos.
Cuando se acordó entre el gobierno anterior de doña Violeta Chamorro y la dirigencia máxima del FSLN, como consecuencia de los acuerdos de transición firmados en 1990, que un 30 por ciento de las empresas estatales a ser privatizadas pasarían a manos de los trabajadores, éstos al final se quedaron sin nada y fueron unos pocos, sindicalistas y no sindicalistas, los que se convirtieron en grandes potentados de la noche a la mañana. Son ellos los que con más ardor defienden ahora los pactos que se traman entre el Partido Liberal de Alemán y el FSLN de Ortega.
Pero no sólo se trató de las empresas bananeras, que ya representaban de por sí millones de dólares. También se trataba de las empresas del arroz, del tabaco, del azúcar, empresas industriales y comerciales, supermercados, todo lo que perteneció alguna vez al proyecto socialista, y que según los acuerdos iban también a ser entregadas a los trabajadores en el porcentaje acordado, mientras el FSLN consentía que el resto de esos bienes fuera vendido a particulares, o devuelto a sus antiguos dueños.
Que los trabajadores al fin y al cabo se quedaran sin nada, y una minoría con todo, es lo que se llamó la segunda piñata, que todavía no termina de derramar sus confites sobre las cabezas de los afortunados, como el reclamo de los textileros lo demuestra. Un reclamo que se produce al mismo tiempo que se negocia la repartición de cuotas de poder político, y sin duda, económico.
Ahora, cuando se están acelerando los pactos entre el FSLN y el Partido Liberal, las cuentas todavía pendientes de estas privatizaciones van a arreglarse en una mesa separada, y silenciosa, según el propio presidente Alemán lo ha declarado, para terminar de entregar los títulos de propiedad que los trabajadores de base reclaman, y que arriba les arrebatan. Y aunque el asunto de las empresas privatizadas no vaya a discutirse en la misma mesa donde los pactos que hoy escandalizan al país reparten magistraturas, inmunidades, impunidades, y cocientes electorales, sí pertenece a la esencia de esos pactos.
Los pactos entre el Partido Liberal y el FSLN no pueden verse lejos del escenario de corrupción que agobia a Nicaragua, y cuando lo que se percibe es un afán desmedido de apuntalar negocios, y otorgarles legitimidad, aunque sea forzada, en una especie de compensación mutua, donde el silencio y la complacencia de unos, paga a la de los otros. Una tajada del león repartida con equidad transgresora.
De allí que las justificaciones de los líderes máximos de los dos partidos que negocian estos pactos, no dejen de parecerse. Es una filosofía de nuevos ricos. De una u otra manera reclaman espacios para las nuevas fuerzas económicas, que ellos representan, y atacan a la vieja oligarquía por querer sólo para ella los negocios suculentos. Y milagro de milagros, el FSLN acusa de ser de derecha a todo los que claman contra el pacto. ¡Una conspiración contrarrevolucionaria urdida para no dejarlos pactar en paz, y repartirse el poder en paz!
Y misterio de misterios, habiendo sido el FSLN el adalid de la izquierda, al identificar ahora a un enemigo de derecha que no es el Partido Liberal de Alemán, que viene de la cepa de cultivo del somocismo de antaño, le otorga a Alemán los beneficios de una asimilación a la izquierda, tan gratuita como los títulos de propiedad que él está dispuesto a conceder, por debajo de la mesa de los pactos, a los nuevos ricos que una vez fueron revolucionarios. Amor, que con amor se paga.
No podemos olvidar que al cerrarse estos pactos, se cierran también veinte años del triunfo de la revolución que derrocó la dictadura de Somoza, y que el FSLN encabezó con heroísmo hoy soterrado. Ninguno de aquellos jóvenes que fueron a dar su vida por un ideal que conmovió entonces al mundo pudo haber imaginado entonces, mientras asaltaba las trincheras para escalar el porvenir, que en apenas dos décadas todas aquellas esperanzas vendrían a terminar en esto: una repartición vulgar y silvestre, ya sin glorias. Que las hormiguitas vayan a contárselo a sus tumbas.