n Soriano realiza un retrato del creador oaxaqueño


Dejarse comer por el oficio, lección que aprendí de Tamayo

Mónica Mateos n En estos momentos, el pintor Juan Soriano sostiene una intensa conversación con Rufino Tamayo por medio de un cuadro que desde hace algunos meses prepara para celebrar el centenario del natalicio del pintor oaxaqueño.

En sesiones que se han prolongado hasta las cuatro de la mañana, Soriano ha evocado aquellas pláticas y reuniones que sostuvo con quien considera ''el mejor pintor que he conocido en mi vida". Sobre todo, aplica una vez más la gran lección que aprendió de él: ''Hay que dejarse comer por el oficio".

Por tal motivo, el retrato que le encargaron de Tamayo no estará listo hoy para ser develado en los festejos oficiales del centenario: ''No voy a entregar ese trabajo, imposible. Aún no me convence. Tengo la idea de que si no me sale un cuadro es mejor que me espere y me calme. No me gustaría verlo después y sentir vergüenza. Especialmente con Tamayo tenía la certeza de que el cuadro me iba salir fácil, pero esto demuestra que no hay que confiarse".

Juan Soriano está pintando a Tamayo muerto, ''en el momento que pasó de la vida a la muerte, con una aceptación melancólica y triste, es la idea que tenemos en México de ese acontecimiento.

''Me gusta estar ocupado en este cuadro porque pienso mucho en Tamayo, en lo que conocí a su lado, en que fue una inspiración enorme para mí, en que todavía antes de morir hablamos mucho de su carrera y de que lo único que sentía eran unas ganas enormes de hacer proyectos, como si estuviera empezando.

''Era muy exigente conmigo, aunque a veces me decía cosas amables; me perdonó todas las locuras que hice de joven y me explicaba cómo había logrado un color o cómo había armonizado una tela, me invitaba a ver sus cuadros, yo era casi como un aprendiz.

''Y siempre le preguntaba, 'Ƒpor qué no salimos?, a ti el oficio ya te comió, eres esclavo del oficio'. Y me respondía: 'Ojalá que te suceda'. Aunque él y Olga daban fiestas y tenían vida social activa, Tamayo no dejaba sus 20 horas de trabajo diario.

''Eso es lo más importante que aprendí de él, que el oficio se lo debe comer a uno. Si uno no adora su oficio es inútil que uno trate de ser artista. Hay que trabajar muchísimo, y después de años de trabajar, hay que trabajar más. Uno no da lo que uno puede, uno da su trabajo. Por eso, voy a seguir trabajando en su retrato, hasta que quede listo", concluyó el pintor jalisciense.