Hace medio siglo, cuando la Segunda Guerra Mundial, el fascismo infestaba toda Europa, desde París hasta Varsovia. A las personas no gratas se les identificó con un estrella amarilla para exhibirlas a la vindicta pública. No eran extranjeros, eran ciudadanos nativos, hijos, nietos y bisnietos de pobladores judíos que habían llegado hacia siglos. En la Primera Guerra Mundial habían combatido por su patria, y luego dado su tributo republicano a las grandes causas nacionales. Pero el distintivo de la estrella amarilla les señalaba a ``los auténticos'' como infestados de las pestes de sus tradiciones, principios éticos, convicciones e ideas. En los transportes públicos no tenían derecho a un asiento; si un ciudadano sin estrella se atrevía a ceder el suyo a una anciana con estrella, era víctima de la Gestapo. Creciendo la resistencia, y la rebeldía en el monte de la clandestinidad, verdaderas razzias en repudio de tanta contaminación social depuraban el país de las personas no gratas para llevarlas a los campos de la muerte.
Hoy el turismo revolucionario mundial viaja para retroalimentar sus convicciones ciudadanas y meditar ante los monumentos de la infamia y hornos crematorios en donde las personas no gratas acabaron inmoladas a la purificación étnica e ideológica.
2. El personal de la Universidad de Puebla decidió divertirse un fin de semana del año clave de 1968. El grupo se organiza, escoge el destino de la Malinche y sube feliz a los camiones. Todo cambió cuando sus integrantes llegaron a Canoa. No habían asomado en Tlatelolco, ni eran estudiantes ni huelguistas, sino sólo trabajadores de la universidad; pero la ley fascista de la amalgama funcionó: eran personas no gratas por proceder de la universidad, y por lo tanto manchaban la buena fama de la muy noble y leal Canoa: corrió la sangre con bendición municipal.
Tres décadas después, Canoa no ha logrado lavarse de tanta infamia.
3. En vísperas de Acteal (escribimos un día 22), los sesenta y tantos matones fueron convocados a una especie de retiro ``para darles valor''. Allí, entre rezos, tragos y droga, se les explicó que quienes desistían de quemar casas de inconformes debían recapacitar porque era la señal de que estaban ``en contra de la comunidad''. Al exhibir las armas y uniformes de la masacre, se les animó diciendo que ``la sangre purifica'', que cueste lo que cueste, repudiar exterminando a ``tanto diablo (pukuj) y gusano'' que contaminaba al pueblo era una noble acción. Pedro, un joven tzeltal (ahora detenido), apenas aguantó la ``hazaña'', con lágrimas ``por tanto niño muerto''. Por la noche, narrando la masacre a su jefe Tomás (también en Cerro Hueco) le dijo todavía llorando: ``pero no me fallé, cumplí con mi trabajo''.
Este repaso non grato de la memoria permite medir qué riesgos encierran recientes y preocupantes noticias, aun ulteriormente matizadas