Arnoldo Kraus
Chiapas

Dice el refrán popular: ``Mal empieza la semana para quien ahorcan el lunes''. Dice la realidad incontrovertible: ``El sexenio acabará peor de lo que empezó''. Entre la semana del ahorcado y los seis años de la nación las diferencias son numéricas: una persona al cadalso contra 90 millones sumidos en cuestionamientos y escepticismo. A su vez, las similitudes son llanas; se refieren a la credibilidad o no en las leyes.

Al gobierno parece no bastarle el petardo UNAM ni el escupitajo que nos depositaron con el asuntito de Fobaproa. A la vergüenza del impasse Chiapas había que agregar más leña al fuego: ¿era necesario reavivar Chiapas?, ¿era imprescindible encender ``otros odios'' en ese estado para constituir ``una verdadera trilogía'': UNAM-Fobaproa-Chiapas?, o, quizá simplemente era urgente recordarnos y demostrarnos otra vez que la ley, en estas latitudes y tiempos, es poco importante.

La nueva asonada militar y política en el estado sureño tiene un ominoso y más vigoroso cariz. Los dictámenes gubernamentales desde Chiapas, llenos de enjundia y valor, han enturbiado las leyes y han hecho añicos la razón. Acepto no conocer buena parte de las leyes que nos rigen, pero en un país en donde éstas se interpretan y aplican según el gusto del gobierno, no parece tener mucho sentido conocerlas ``a fondo''. Sin embargo, desconocimiento no es desconcierto: salvo los presos todos suponemos que la patria es transitable y sin fronteras, y, con excepción de los políticos desterrados porque saben o deben demasiado, todos tenemos derecho a instalarnos indefinidamente en cualquier ciudad. Al menos, eso pensábamos antes del ideario Albores.

A las declaraciones de Roberto Albores Guillén, cuyas amenazas de aprehender a los estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y de la Universidad Nacional Autónoma de México, que lo han transmutado de gobernador con venia en cacique sin límites, se agregó la decisión histórica del cabildo de San Cristóbal de las Casas al declarar persona non grata a Ofelia Medina. Sin saberlo, o aun sabiéndolo --poco parece importar--, las iniciativas de los priístas chiapanecos violan los principios elementales de la Constitución y de la civilidad. ¿Qué opina el señor Diódoro Carrasco?

De continuar el silencio del Gobierno es claro que en México comenzamos una nueva era: la intolerancia llevada al acmé. A las advertencias y expulsiones contra extranjeros que han visitado u opinado sobre Chiapas, ahora, los mexicanos también tendremos que someternos y estudiar lo que ``sí se puede'' y lo ``que no se debe'' cuando se paseé o se hable de Chiapas. El numerus clausus de la Alemania nazi parece reinterpretarse o entenderse de otra forma acorde con el discernimiento de Albores y el cabildo de San Cristóbal: hay quienes pueden visitar el estado y hay quienes no; hay quienes pueden hablar y hay otros que no; hay espacio para 60 mil soldados, y retenes para estudiantes u observadores; hay flores de los indígenas contra las armas del ejército y los bulldozers de las constructoras...

Las manifestaciones y provocaciones en contra de los estudiantes y la actriz rebasan los dislates y el clima de amedrentamiento previos. Amén de querer impedir el movimiento, pretenden prohibir la libre expresión. El hecho es grotesco, amoral y ofensivo. No sólo para los directamente implicados, sino para todos los mexicanos. Al ``paro'' ético, social y nacional que vive la nación desde el levantamiento de los zapatistas, tanto dentro de nuestras fronteras como en el extranjero, se agregan ahora nuevas manifestaciones de intolerancia que incrementarán el odio y el desprecio. Cobijados por su lógica, ``bajo advertencia no hay engaño'', la amenaza de los políticos chiapanecos, erigirá el daño en derecho. Ya lo dijo Albores: conciencia social es agitación antigubernamental. Y sus palabras, acorde con las últimas informaciones han rebasado lo impensable: el acceso a La Realidad ha sido interrumpido. Numancia no es historia, es Chiapas.

Las admoniciones de Albores y del alcalde de San Cristóbal de las Casas, Mariano Díaz Ochoa, no parecen fascistas, son fascistas. Por su naturaleza, el Gobierno de la República --¡por favor!-- debe opinar.