Adolfo Gilly
UNAM: los seis puntos
A pesar de la violencia impuesta por agresores externos, crece desde todos los ámbitos de la comunidad universitaria la exigencia de una solución pronta y negociada para la huelga de la UNAM. Huelguistas, no huelguistas, testigos presenciales y periodistas --desde La Jornada hasta Crónica-- coinciden en que la agresión con petardos provino de un grupo de porros organizados. Esas bandas no surgen del movimiento estudiantil. Son organizadas y financiadas por grupos de poder dentro de las mismas instituciones educativas. No sería difícil identificar quién controla a los agresores de playera blanca que fueron a lanzar sus petardos contra todos. Pero quien debe hacerlo no lo hace, pese a fotografías, testimonios y evidencias de todo tipo.
Esta entrada en escena de los porros armados también marca un límite para todos los universitarios. Es preciso abrir el camino a una solución negociada entre el CGH y el Consejo Universitario convocado por el rector. La propuesta de los eméritos ofrece un marco de negociación sobre la base precisa de los seis puntos del CGH. Por eso, y no por conspiración de las autoridades, ha alcanzado una aceptación tan amplia en los más diversos sectores.
La iniciativa de los eméritos, como pudo verse en la gran asamblea del Che Guevara y en los días posteriores, sirvió para abrir paso a una segunda ola del movimiento, la de los académicos, profesores e investigadores que quieren discutir el futuro de la UNAM y no dejarlo en manos de decisiones secretas y autoritarias. Esta ola ha fortalecido al movimiento, no a la cerrazón de rectoría. Quien no lo vea así, está encerrado en sus propios temores o en su particular visión conspirativa del universo. Pero lo peculiar de las visiones conspirativas es que excluyen tanto la política como la realidad material de las fuerzas en conflicto.
Una huelga plantea siempre una negociación a partir de una compleja relación de fuerzas entre las partes. No existe huelga que se haya resuelto y haya obtenido sus demandas, en todo o en parte, fuera de una negociación: desde la más elemental huelga de trabajadores hasta la gran huelga general francesa de 1968. Sólo en las huelgas derrotadas no hay negociación: es cuando el patrón o las autoridades imponen su fuerza y logran quebrar el movimiento sin conceder nada. Las huelgas, en cambio, triunfan negociando a partir de sus propias fuerzas en movimiento.
Si una dirección de huelga, por temor a ``traicionar'' o a ser acusada de ``traidora'', no quiere o no sabe alcanzar sus demandas a través de una solución negociada, una de dos: o no tiene idea, por inexperiencia o incapacidad, de lo que es una huelga; o confunde un movimiento por demandas específicas --pues eso es una huelga-- con sus propios objetivos de lucha política.
Fue un grave error del CGH postergar hasta el día 30 su próxima reunión. Una dirección de huelga que anuncia que no tomará decisiones por doce días y sólo lleva a cabo planes de acción para ``acumular fuerzas'', abandona a su suerte a la huelga misma, que no es un paro de los activistas sino el movimiento de todos los estudiantes que apoyan las demandas estén o no en las guardias y los piquetes. Esa decisión del CGH dejó al movimiento en un vacío político. Ese vacío fue rápidamente llenado por la violencia externa a la huelga y a la Universidad misma.
Una decisión igualmente errónea y peligrosa fue pretender que en las asambleas sólo puedan participar los activistas. La huelga, como la UNAM, o es de todos o se queda sola. La mantienen los más activos. Pero tanto el inicio como la solución deben por fuerza ser decididos por la comunidad de todos los participantes e interesados. Es hora de realizar grandes asambleas sin exclusiones ni manipulaciones y de tomar decisiones entre todos.
La incursión de los porros armados de petardos tuvo también una virtud. Sirvió para unificar en el rechazo a la agresión a todas las corrientes de huelguistas, cualesquiera sean sus nombres o sus apodos. Ya nadie se atreverá a descalificar como ``vendehuelgas'' a quienes defendieron la huelga en los hechos y al mismo tiempo discutieron con los estudiantes no huelguistas. Muchos de éstos están con las demandas del movimiento pero también quieren clases. Es preciso saber comprender esos estados de ánimo. Porque esos estudiantes también tendrán que participar en la reforma de la UNAM.
La propuesta de los profesores eméritos contempla los seis puntos del CGH. A partir de ella, el movimiento puede elaborar su propia propuesta. A mi parecer, la solución es clara y puede ya estar en camino.
De los seis puntos, hay dos que son garantías: la no aplicación de sanciones de ningún tipo y la recuperación del semestre según mecanismos adecuados. De hecho ya han sido aceptados y pueden ser avalados por el Consejo Universitario
Otros dos puntos pertenecen al terreno de la política y, como tales, pueden ser acordados entre el CGH y una representación del Consejo Universitario: la suspensión definitiva del Reglamento General de Pagos y la realización de un Congreso cuyas resoluciones sean después puestas a consideración del Consejo Universitario por un lado y de la comunidad universitaria por el otro, por medio de consultas o mecanismos similares de aprobación o rechazo. No es válido el argumento de que un Congreso está fuera de la ``legalidad'' y la ``institucionalidad''. En 1990 ya se realizó un Congreso Universitario, preparado por una Comisión Organizadora (de la cual formaba parte el propio doctor Francisco Barnés), todo con el aval y la sanción del Consejo Universitario de entonces. Más allá de las opiniones sobre sus resultados, el hecho es que ya hay jurisprudencia al respecto y que un Congreso fue realizado sin problemas dentro de la legalidad vigente.
Finalmente, quedan dos puntos que no son políticos sino académicos. Hacen a la esencia misma del trabajo universitario: Ceneval y reformas del 97. Aparte de sus tareas de investigación y cultura (creación y difusión de conocimiento), la universidad es un proceso de enseñanza, aprendizaje y titulación. Este proceso implica rigurosos mecanismos de evaluación de quién y cómo ingresa y de quién y cómo se titula. No hay universidad sin evaluación. Quién, cómo, cuándo y conforme a cuáles fines y exigencias realiza la evaluación, es hoy una cuestión nodal. A ella se refieren estos dos puntos sustanciales del pliego petitorio.
El rector no tenía ayer derecho a modificar sin consulta esos mecanismos. Ahora, ni rectoría ni el CGH tienen tampoco derecho a decidirlo en una negociación política, sin una amplia discusión y consulta a todas las opiniones de la comunidad. Pues esos puntos no son políticos y coyunturales, son académicos y sustanciales. En consecuencia, un acuerdo razonable y justo es que esos dos puntos vayan a constituir parte de la materia del Congreso de la Reforma Universitaria.
Si las intromisiones externas nos dejan en paz y la razón prevalece entre nosotros, tal vez la solución esté ya a nuestro alcance.