COLOMBIA: LA VECINDAD INCOMODA
La cada vez más crítica situación colombiana, desestabilizada no sólo en lo político sino también en lo económico, tiende a convertirse en un asunto de interés -y de preocupación- multilateral. Los aspectos más notables de esta suerte de internacionalización de los problemas internos de Colombia son, por una parte, la inquietud ante una eventual intervención de Estados Unidos en el país sudamericano -posibilidad que se percibe más cercana conforme crece el empeño de Washington en desmentirla- y la creciente implicación declarativa de las autoridades venezolanas en el conflicto armado del país vecino y en las gestiones para resolverlo.
La gira del zar antidrogas estadunidense, Barry McCaffrey, por varios países de la región, puede interpretarse como un empeño de Washington por coordinar, entre las naciones que tienen frontera con Colombia, una vasta operación de aislamiento de ésta para impedir que las violencias política y delictiva se extiendan por la zona. De hecho, McCaffrey sugirió a los vecinos que controlen sus fronteras. Con o sin la intervención estadunidense, Panamá, Ecuador, Venezuela y Brasil ya han adoptado medidas en ese sentido. En cuanto a Perú, el ministro de Defensa de ese país, Carlos Bergamino, informó ayer que en la región limítrofe entre ambos países hay suficientes tropas peruanas para impedir cualquier contagio.
Las relaciones bilaterales entre Santafé de Bogotá y Caracas parecen avanzar hacia un punto crítico, luego de que el presidente Hugo Chávez se declaró, en días pasados, dispuesto a mediar en el conflicto armado del país vecino -una acción que ninguno de los bandos colombianos le había solicitado- y a reunirse con los dirigentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El canciller venezolano, José Vicente Rangel, agregó un factor adicional de complicación al afirmar, ayer, su disposición a establecer contacto con los grupos paramilitares de Colombia, y el líder más destacado de éstos, Carlos Castaño, terminó de embrollar las cosas al manifestar su "simpatía" por el estilo de gobernar de Chávez.
Independientemente de las expresiones referidas, el hecho es que las violencias de Colombia representan un innegable factor de preocupación para Venezuela, toda vez que en la región fronteriza las acciones de las organizaciones guerrilleras, de los grupos paramilitares y de las bandas del narcotráfico afectan tanto a ciudadanos colombianos como venezolanos.
En el ámbito estrictamente colombiano, en tanto, la situación parece cada vez más distante de las expectativas de paz que generó el presidente Andrés Pastrana desde antes de llegar a la jefatura de Estado. Carlos Castaño, jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia, una de las organizaciones paramilitares más activas y criminales, se ha lanzado de lleno a la tarea de descarrilar el proceso de paz emprendido entre el gobierno de Pastrana y la directiva de las FARC, y ahora, tras aceptar con todo cinismo la participación de su grupo en la reciente matanza de más de 40 campesinos -ocurrida en la zona de Tibú, fronteriza con Venezuela-, exige un sitio en las conversaciones de paz.
Para colmo, el desempeño de la economía colombiana emite signos de alarma: en medio de la peor recesión en casi seis décadas, la Contraloría General de Colombia advirtió ayer que el país enfrentará dificultades, en el futuro inmediato, para hacer frente a los vencimientos de su deuda externa.
Así pues, en momentos en que hay sobradas razones para temer que la crítica circunstancia colombiana introduzca en la región factores de desestabilización políticos, sociales y económicos, el triple desafío principal para los gobiernos latinoamericanos -y, especialmente, para los de los países del área andina- consiste en preservar su propia seguridad, emprender acciones de solidaridad efectiva hacia Colombia y, al mismo tiempo, respetar escrupulosamente -y defender- la soberanía de esa nación hermana.