Enrique Montalvo Ortega
¿Cuánto vale nuestra identidad?

A pocos escapa el hecho de que nuestro país se encuentra en los linderos del caos. La convivencia se hace día a día más difícil, se rompen los nexos de solidaridad, prolifera el crimen (del fuero común y el político), y la delincuencia y la violencia se vuelven parte de la vida cotidiana. Se trata de un cuadro de verdadera patología social.

Los comentarios sobre el tema se multiplican, cada quien tiene sus anécdotas personales al respecto, pero muy poco se hace para determinar los orígenes de esta situación para proponer posibles soluciones.

Es por ello que al parecer se pretende resolver el problema multiplicando las policías e introduciendo medidas o leyes cada vez más represivas. Los ricos, por su parte, recurren a las escoltas y los autos blindados.

Hay que preguntarse sobre las causas que se encuentran en las raíces de esta situación. Una de las principales radica en el deterioro de nuestras identidades colectivas, resultado de la implantación forzada del neoliberalismo a lo largo de los últimos 17 años.

El neoliberalismo no es sólo una intensa modernización económica, sino que también impulsa al máximo el individualismo, a la vez que excluye a amplios sectores de la población de sus beneficios.

Como todo proceso de modernización, el neoliberal provocó en nuestro país abruptas rupturas de los rasgos de nuestra identidad nacional. Los gobernantes neoliberales se han esforzado por desmantelar las identidades colectivas de grupos que a partir de sus intereses cuestionan sus políticas. Es el caso de las que se originan en el sindicalismo, los movimientos indígenas, de cooperativas, estudiantiles, de colonos y, en general, todos aquellos que se le resistan y que no son cooptables por el Estado. Al excluir a vastos sectores de sus beneficios y al tener como núcleo ideológico central al individualismo posesivo, el gobierno de Zedillo ha acentuado la ruptura de nuestra identidad, y con ello el miedo y el pánico que de esa situación deriva, y a la vez ha impedido que se conformen nuevas identidades.

Una sociedad con rasgos de identidad fuertes, otorga a los individuos nociones de permanencia, fortalece su equilibrio y les permite relacionarse con sus semejantes. Por el contrario, una identidad endeble, en condiciones de marginación de gran parte de la población y de deterioro de las condiciones y expectativas de mejoría de la vida de la mayoría (junto al desmesurado enriquecimiento percibido como ilegítimo o incluso ilegal de unos cuantos), da pie a la búsqueda de salidas individuales desesperadas, al margen de cualquier consideración ética y, por consiguiente, a la delincuencia y la violencia desbordadas. Es lo que está sucediendo en México a pasos acelerados, bajo el impulso y acicate de las acciones gubernamentales.

Tanto el gobierno como los dueños del gran capital, empeñados en imponer a toda costa el modelo neoliberal, son incapaces de percibir el vínculo entre el modelo que impulsan y la crisis que provocan. No se dan cuenta que su actitud es similar a la del que trata de apagar un incendio echándole gasolina.

Una muestra nítida de esta actitud la hallamos en las recientes declaraciones de los hermanos Alberto y Mauricio Fernández Garza. El primero, presidente de Coparmex, consideró que se le puede poner precio a nuestra soberanía: ``Es necesario dolarizar la economía. El Congreso de la Unión es un enano porque no quiere apoyar la propuesta. Una medida de este tipo implicaría perder soberanía, pero yo cambio soberanía por riqueza. Si los mexicanos nos vamos a hacer más ricos, no hay que esperar, aun cuando esta decisión lleve a depender un tanto de la economía de Estados Unidos''.

De la misma manera, y para atizar aún más la hoguera, declaró que habría que cerrar la UNAM por ``los años que sea necesario''.

Su hermano, autor de la tristemente célebre iniciativa de ley general del patrimonio cultural, le pone con ella precio a nuestro patrimonio cultural, sustento material de nuestra identidad nacional, a la vez que sugiere sea entregado a los dueños del capital.

Con este tipo de actitudes se sientan las bases para la exclusión, la violencia y el caos. Hoy, en tiempos del neoliberalismo, cuando la agitación y las condiciones para la violencia se impulsan desde arriba, uno se pregunta: ¿cuánto valen nuestra identidad y nuestra soberanía nacionales?

¿Cuántos crímenes y hechos de violencia más serán necesarios para que los miembros de la élite se den cuenta de que las fortunas que amasan y quieren engrandecer a costa de aquéllas le salen demasiado caras al pueblo de México, y a la larga a ellos mismos y a sus familias? ¿Cómo hacer entender al gobierno que nos está llevando a un callejón sin salida y a la autodestrucción?