UNAM: SERENIDAD NECESARIA
Los condenables hechos violentos que se suscitaron ayer en Ciudad Universitaria entre grupos de estudiantes partidarios de la huelga y alumnos contrarios a ella, y que, de acuerdo con la información disponible, fueron provocados por individuos surgidos del segundo de esos bandos, son acciones que ahondan gravemente el conflicto en nuestra máxima casa de estudios y que se contraponen a la esencia del espíritu universitario.
Se ha llegado a un punto en el cual, a la entendible exasperación de los huelguistas por la torpeza y la cerrazón de las autoridades universitarias a lo largo de todo el conflicto, se suma la también entendible impaciencia y angustia de los universitarios -y de los aspirantes a serlo- que desean la normalización de las actividades académicas y, con ella, la de sus propias vidas. La tensión resultante propicia circunstancias violentas e indeseables, como la que se generó ayer en la sede principal de la UNAM. Pero mientras más se caldean los ánimos, más necesarias resultan la flexibilidad, la sensatez y el apego a la verdad por parte de los protagonistas del conflicto.
Tras el deplorable enfrentamiento referido, el rector Francisco Barnés emitió un comunicado de sentidos contrapuestos. Por una parte, tergiversó los hechos y emitió amenazas apenas veladas de buscar una salida de corte represivo. Por la otra, anunció que el Consejo Universitario se reunirá el lunes próximo para analizar la propuesta formulada hace unas semanas por un grupo de universitarios eméritos para resolver la suspensión de actividades. La primera parte del mensaje complica la difícil circunstancia de la UNAM, en la medida en que incrementa la mutua desconfianza entre las partes, resta autoridad a la rectoría y, a fin de cuentas, propicia la violencia. La segunda, en cambio, constituye un dato positivo y esperanzador, y cabe esperar que el Consejo General de Huelga (CGH) reconsidere también su rechazo inicial a la propuesta de los eméritos.
Es oportuno recordar que ésta cayó, en un principio, en oídos sordos, tanto en el Consejo General de Huelga como entre las propias autoridades de la UNAM. Pero en el transcurso de los días se ha ido confirmando como la única propuesta capaz de lograr la aprobación de ambas partes y, con ello, la superación del empantanamiento actual en la universidad.
Esta perspectiva es tan alentadora como frágil. El deseo de una pronta normalización de las actividades en la UNAM, que comparten las personas sensatas y de buena voluntad, podría frustrarse por efecto de actos de provocación o descontrol que derivaran en escenarios violentos o represivos. Es tiempo de reparar las divisiones de la comunidad universitaria, no de convertirlas en fracturas irreparables.