Es sabido que a Alberto Castro Leñero no sólo le han interesado las figuras, principalmente femeninas y desnudas, sino la cabeza. Un número considerable de sus obras las privilegian y su exposición Pintura capital en la Galería de la UAM, que se acompañó de un breve simposio, tuvo como tema único la cabeza. ¿Por qué será? El ha dicho que el cerebro es la razón de todas sus cabezas y que quiere conocer sus funciones. Sabemos que hay dos hemisferios cerebrales que sólo son similares superficialmente en forma y funcionamiento. Al parecer el izquierdo y el derecho juegan distintos papeles en el pensamiento, el sentimiento, la memoria, el equilibrio. Así como en el izquierdo (si de diestros se trata) radica el dominio sobre el lenguaje, en el derecho están los centros que coordinan la orientación espacial y también las discriminaciones sensoriales (esto está bien, esto no) que van desde el reconocimiento de las fisonomías hasta la detección de patterns táctiles poco comunes.
La interacción de ambos hemisferios concierne a la forma como se establecen las configuraciones artísticas, pero hay diferencias. Se dice, por ejemplo, que para dibujar o plantear una representación convincente de cualquier elemento, se necesita del hemisferio derecho para lo que llamaríamos el outline general de la composición y el hemisferio izquierdo se encargaría de identificar, rememorar, elegir los detalles y los elementos internos, de modo que es cierto lo de la interactuación de ambos hemisferios. ¿Dónde reside la conciencia del presente, la capacidad lógica, la intuición? Nadie sabe de seguro estas cosas, no hay localizaciones ciertas. Se habla de que científicos y teóricos han dicotomizado el cerebro al dividirlo en dos partes. Alberto Castro Leñero muestra (no digo que demuestra) que las características o capacidades a las que he aludido no son facultades aisladas, sino interconexiones. Eso de una parte, de otra hay que tomar en cuenta que las zonas y circunvoluciones del cerebro tienen nombres muy hermosos: ``El acueducto de Sylvio'', ``la fisura de Rolando'', ``los núcleos del hipotálamo'', etcétera, cosa que también puede haber atraído al pintor, sobre quien han escrito -tanto poetas que han hecho crítica de arte (Alberto Blanco es el ejemplo por antonomasia), como autores de mentalidad científica: Bolívar Echeverría, por ejemplo-. Las cabezas (varias son retratos) están en la Sala Orozco, situada justo atrás del mural Catharsis. Hay allí un cuadro formidable que rige el conjunto, de grandes dimensiones (360x150 cm) y se titula Cranium. Me recuerda El grito, de Munch, pero no por su configuración, sino acaso por lo que expresa. Lo extraño es que esa figura extraña y magistralmente lograda (nos trae de nuevo al pintor-pintor que añorábamos), no se corresponde con algo que tenga que ver con dramatismo alguno, es simplemente un cráneo de delfín que resultó peculiarmente humanizado. Vuelvo al cerebro, así procede, por asociaciones. Esta fue de lo más afortunada y creo que es la materpiece de la exhibición, y no tanto así la Figura azul de grandes dimensiones (360x180 cm) a la que me referí en mi artículo anterior. Se antoja que la propia corporalidad del pintor, sumada ahora a su taller, de dimensiones muy amplias y con buena altura, favorece los formatos grandes, pero no hay por qué pensar así, pues entre las piezas más atractivas están los desnudos pequeños, como Equilibrio y Esfinge de 45 x 40 cm, que pueden resultar deliciosos.
El catálogo de la exposición que sufrió algunas vicisitudes, ajenas a los organizadores y atribuibles al proceso de impresión, por fin está disponible. Los textos son de Sylvia Navarrete y de Jaime Moreno Villarreal. La primera realiza un recorrido por la trayectoria de Alberto mediante la crítica de arte y termina con una consideración: ``Esta furia (la que se percibe en sus cuadros) irradia en la realización técnica del cuadro: la factura es una operación catártica... en la que revienta la fuerza física...''
Moreno Villarreal analiza la sensación de estallamiento que la mayoría de las obras conlleva y que viene casi a ser constante en la obra de este pintor de varios años a la fecha. ``La obra adquiere superficie, manifestación... Es entonces que el pintor expulsa el soplo y se emancipa. Estallamiento es desarraigar la imagen de las expectativas creadas''. En lo personal me permito destacar ahora, porque viene al caso, un par de renglones extraídos de lo escrito por Jorge Alberto Manrique en 1992: ``Aceptar el riesgo de la contradicción, y mantener ese difícil equilibrio inestable, ha sido su modus operandi''.