El triunfo de la pasión
Luis Benítez Bribiesca
Los momentos críticos que vive nuestra sociedad se deben, indudablemente, a multitud de factores. Sin embargo, no sería muy atrevido sugerir que el denominador común parece ser una pugna desigual entre la razón y la pasión.
Esas dos características típicamente humanas representan aspectos polares de la conducta, y por ello conducen a derroteros divergentes. La capacidad de razonar es la facultad que funge como guía autónoma del hombre y lo libera de mitos, prejuicios e ideas falsas, y le permite establecer juicios certeros y universales. Es a través de ella que nuestra especie ha desarrollado cultura, técnica y ciencia.
La pasión, por el contrario, es la expresión emocional unidireccional que ejerce un dominio pleno y profundo del individuo, alejándolo de la razón. La pasión impide el control de sí y hace imposible que la voluntad se determine con base en principios regidos por la razón.
El hombre ųcomo individuo y como sociedadų gravita alternativamente entre la razón y la pasión, sin desprenderse completamente de la una o de la otra. Del uso adecuado y balanceado de ambas es que se deriva una conducta inteligente. Una actitud racional desprovista de cierta dosis de pasión es pasiva y cobarde; una actitud pasional carente de razón es caótica y destructiva.
Desafortunadamente, el conglomerado humano es proclive a conducirse más por pasiones que por razones. La historia es pródiga en ejemplos de cómo la conducta pasional y carente de razón ha destruido civilizaciones y culturas enteras.
Esas características de la masa humana se explican porque la pasión conduce a actos explosivos con consecuencias objetivas inmediatas que satisfacen a la misma pasión. Se aniquila, se destruye, se incendia, se amedrenta o se somete al rival. Es un asunto de imposición y fuerza que no requiere mayor esfuerzo intelectual.
Por el contrario, para adoptar una actitud racional es menester un proceso mental arduo y difícil, tarea para la que no está preparado el hombre común. Los resultados no son inmediatos ni poseen la espectacularidad de las pasiones, por lo que la sociedad los percibe tardíamente. Sin embargo, es la razón la que al final de cuentas señala el curso correcto, siempre y cuando los portadores de la pasión no hayan aniquilado a los que ejercen la razón.
Nuestro momento sociopolítico se ha teñido peligrosamente del rojo de la pasión, marginando a la razón a la oscuridad de la penumbra. Pero lo más desconsolador es que esa actitud parece ser una característica enraizada en nuestra sociedad mexicana.
Samuel Ramos, en su agudo estudio Perfil del hombre y la cultura en México, escrito en 1934, nos revela que "la pasión es la nota que da el tono a la vida de México, sobre todo cuando alguna actividad particular trasciende a la escena pública. No sólo la política, asunto esencialmente público que aquí como en todas partes es materia inflamable, sino un hecho cualquiera que pueda despertar un interés colectivo, es llevado luego al terreno de la pasión. Lo mismo una discusión científica que una controversia artística, casi nunca transcurren serenamente; apenas acaban de surgir, cuando toman un cariz exaltado y crean en torno a él una atmósfera pasional. La pasión ha llegado a convertirse en una necesidad nuestra, de manera que ahí donde aparece es exigida como un estimulante para provocar el interés".
Las posturas de grupos políticos, guerrilleros y de supuestos estudiantes universitarios se inscribe dentro del marco radicalmente pasional. Por eso vemos cómo, una vez puesta en marcha cualquiera de esas posturas, recluta adeptos y desarrolla una impulsividad ciega e irrefrenable que no admite transacción alguna.
Pretender la solución de esos conflictos con el diálogo es creer inocentemente que los argumentos razonados podrán vencer al impulso pasional. La pasión es fuerza bruta y sin sentido que desafía toda razón.
Ridículo y deprimente espectáculo el de nuestros mejores intelectuales tratando de convencer con ideas y razones a aquellas mentes obcecadas, dispuestas a inmolar todo para satisfacer su pasión. Quizá sea el momento de usar juiciosamente la pasión para lograr el triunfo de la razón.
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