Las elecciones son uno de los terrenos en los que los ciudadanos pueden expresar su libertad, no sólo el derecho de elegir a sus gobernantes, sino la opción de participar activa o pasivamente en la política. Este asunto de los derechos y las responsabilidades ciudadanas es, sin duda, complejo y contradictorio y tiene, tal vez, una significación especial en las condiciones actuales en que está abierto ya el proceso electoral del año 2000. Las próximas elecciones aparecen hoy como una posibilidad política que puede cambiar de manera significativa la forma en que se ejerce el poder en México.
Entre las di-versas cuestiones que se pueden discutir en torno a este proceso está una que fue planteada hace 40 años por el filósofo inglés Isaiah Berlin y que tiene que ver con dos conceptos acerca de la libertad.
Berlin propuso que existe la libertad negativa, que consiste en que los individuos pueden hacer lo que quieran, mientras sus actos no interfieran con la libertad de los otros, restricción clásica en la definición de los espacios de acción de los miembros de una sociedad. Por otra parte, la libertad positiva se asocia con el uso del poder político para liberar a los seres humanos de modo que se den cuenta de que hay posibilidades que están escondidas, bloqueadas o reprimidas. La primera forma la refiere al credo propiamente liberal, en tanto que la segunda la asocia a las teorías políticas de esencia emancipatoria.
La distinción propuesta es profunda, y en el ámbito limitado que nos ocupa aquí, que es el de la elección de un gobierno y, sobre todo, el de las prácticas electorales, se puede ir más allá con Berlin. Los seres humanos son lo que son, y una política liberal trata únicamente con lo que dicen que quieren. Las preferencias de los ciudadanos o de los electores pueden ser enfrentadas por los políticos con argumentos o incluso con la persuasión, pero la coerción en nombre de lo que deberían preferir, si sólo pudiesen ver más claramente su situación, es siempre ilegítima. La conclusión que ofrece es contundente, pero también puede ser desconcertante, ya que dice que las preferencias que revelan los hombres y mujeres comunes debe ser el límite y también el árbitro de la práctica política.
De ahí que, según Berlin, un gobierno democrático sea el que provea en conjunto una mejor garantía para el ejercicio de la libertad negativa que otro tipo de sistema. Pero sólo en general, puesto que dice, llevando la postura a una posición que puede parecer extrema, que un liberal puede tener que defender la libertad de una minoría, por ejemplo, en contra de la tiranía democrática; y advierte que ese tipo de conflicto de valores es intrínseco a la vida política moderna.
Otro conflicto de valores es el vinculado con la participación ciudadana en la política. Hay la tendencia a considerar la participación ciudadana como una especie de forma de redención de la existencia. Dice Berlin que el deseo de participar es parte de la necesidad de ser reconocido por el grupo al que se pertenece y, también, el deseo de pertenecer. No existe razón para suponer que la participación o hasta el ejercicio de la ciudadanía sea un factor de mejoramiento del carácter humano. La política es un elemento inescapable de los asuntos humanos sólo porque los objetivos humanos están en conflicto. La política es, entonces, necesaria, y no emancipatoria. Desde esta perspectiva los seres humanos aparecen como entidades divididas que tienen que escoger entre distintas alternativas, que pueden ser de carácter público o privado, o entre la razón y la emoción y entre valores políticos que son contradictorios.
Aquí se extiende un campo sobre el que habríamos de reflexionar hoy en México y tiene que ver con el hecho que entre las cuestiones políticas de índole conflictiva está la posición de que los hombres deben ser libres de elegir y la insistencia no siempre explícita de que sólo deben ser libres de elegir lo que es racional desear o esperar. Si se ve desde esta óptica, buena parte de la política económica está diseñada e instrumentada con base en este último principio y también se desprende de él la práctica política y las ofertas electorales. ¿Pueden los partidos y los políticos atraer a los ciudadanos a partir de argumentar con cierto grado de convencimiento sobre la necesidad de participar en las decisiones políticas en un proceso que puede ser decisivo?.