Astillero Ť Julio Hernández López
La locura belicista del gobernador de Chiapas ha tenido dos bajas importantes en su más reciente aventura: en el ámbito de su partido, el Revolucionario Institucional, Roberto Albores Guillén fue amonestado por los organizadores de la elección presidencial y exhibido (así sea de manera tímida y sesgada) como utilizador de los recursos públicos para favorecer la cargada labastidista; en el plano gubernamental, sus fascistoides pretensiones de inhibir, y reprimir, el libre tránsito de mexicanos por su país, y de imponer la ideología diazordacista en su feudo, sufrieron centralista contención y, dicho en tono popular, hubo de bajarle a sus aires dictatoriales.
La autocargada
Para reparar la porción de su ego que fue deteriorada por los dos golpes recibidos, Albores Guillén se organizó ayer mismo una manifestación de apoyo a la vieja usanza, de acarreo y manipulación, con la que pretendió demostrar que cuenta con apoyos populares (así sean éstos movidos con dineros públicos, como estuvo ayer a ojos vistos en Tuxtla Gutiérrez).
Acostumbrado a los autoelogios producidos en actos masivos de corte cesarista, permanentemente instalado en la irrealidad inventada por sus percepciones políticas equivocadas, y también por adicciones personales (muy del ámbito privado cuando allí se quedan, pero que deben ser denunciadas cuando se constituyen en plataforma desde la cual se toman decisiones de gobierno), Albores Guillén fue inflando con cara dura el globo de la intolerancia, de la represión, del lenguaje intimidatorio, de la violación institucional de la Constitución mexicana, creyendo que, en el caos político que hoy se vive en el país (con un jefe político angustiado por la caída de su candidato sinaloense y el imparable ascenso de su adversario tabasqueño), podría convertirse en un tiranuelo del estilo que han conocido en sus peores momentos algunos países hermanos del centro y el sur de nuestro continente.
Dominado por una rabia que nunca podrá ser admisible cuando de gobernar se trata, Albores Guillén quiso utilizar la fuerza del Estado para impedir que jóvenes estudiantes, y ciudadanos en general, pudiesen viajar a Chiapas y ser solidarios con las causas políticas e ideológicas que deseasen.
Desde su pedestal de mando, cual jefe guerrero en plena batalla, el gobernador de Chiapas arengó a los ciudadanos de la entidad para que no permitiesen la presencia de mexicanos ingratos a la visión particular del mandatario y de su camarilla de intereses. En ese camino se produjo la increíble, ofensiva pretensión de la fracción priísta del cabildo de San Cristóbal de las Casas (que siendo mayoritaria determina los acuerdos formales de ese órgano de la vida municipal de la citada población chiapaneca) de expulsar de esa tierra a la ciudadana Ofelia Medina (actriz de renombre, pero sobre todo ciudadana plena, consciente y activa) por considerarla no grata.
Tamaños arrebatos contrarios a la letra de la Constitución que rige el país y, desde luego, a Chiapas, sólo han sido posibles en la medida en que la vida pública se ha pervertido y envenenado de manera grave.
Dos mundos, una misma visión
Allá, en aquella franja del sureste mexicano que ha ganado fama en el mundo, al igual que en la UNAM, se han aplicado los mismos criterios y las mismas políticas: se trata de una visión y una conducta políticas de grave irresponsabilidad, terriblemente perniciosas. Son, en el fondo, uno de los saldos negativos históricos que desde ahora deben ir siendo abonados a la cuenta del gobierno zedillista que en pocos días más habrá de informar de lo hecho durante su quinto y último año de ejercicio.
En Chiapas, como en la UNAM, se han impuesto en él ánimo de los gobernantes las visiones excluyentes que son propias de un neoliberalismo al que los pobres, los desposeídos, estorban, pues constituyen un lastre del que necesariamente deben despojarse los triunfadores para seguir siéndolo, entendiendo en este concepto de triunfo no sólo a los evidentes ganadores que son los multimillonarios dueños de las prósperas empresas que juegan cada día a la tiendita con los bienes y recursos del país, sino, inclusive, ironías de la globalización y de la economía del mercado, a los tristes falsos triunfadores de este sistema injusto que son una buena parte de aquellos que tienen un mínimo asidero a las estadísticas del empleo remunerado, de la adscripción a la seguridad social, de los créditos para la compra de automóvil (embebidos en el disfrute de sus conquistas mínimas, esos falsos triunfadores se abstienen de la participación política, reniegan de todo pero no construyen nada; se quejan pero no actúan)É Para que ese mínimo de bienestar pueda conservarse, es necesario tirar por la borda a los inservibles, a los improductivos, y en la visión de los genios tecnocráticos que nos gobiernan, tales rémoras son, entre otros, los indios y los jóvenes pobres. De allí la desidia respecto a Chiapas, de allí la provocación inicial de la elevación de cuotas con la que comenzó la historia en espiral del conflicto universitario.
A sus órdenes, jefeÉ
Tales visiones, tales políticas, no corresponden en su diseño, en su ejecución, a personajes simples, como son el gobernador Albores Guillén y el rector Francisco de Barnés.
En realidad, las instrucciones provienen del punto más alto de la pirámide del poder mexicano, de las oficinas de Los Pinos, donde se han dictado las órdenes que han cumplido antes Esteban Moctezuma (con su paso vacilante, al que el subcomandante Marcos ha tomado como virtual traición), Emilio Chuayffet (quien atribuía a los muchos tragos de chinchón la aprobación de acuerdos que luego serían desconocidos), Francisco Labastida Ochoa (que aplicó una política de mano dura, de aislamiento de la Cocopa, de disolución de la Conai, de privilegio de sus halconcillos de guerra), y ahora Diódoro Carrasco (débil más que ningún otro de sus antecesores del sexenio: sin poder ofrecer siquiera esperanza alguna de recompostura de lo que los anteriores no pudieron o no los dejaron).
En lo universitario es lo mismo. Los rectores salidos de la matriz del zedillismo (es decir, del salinismo neoliberalista, por más que entre esos dos bandos patronímicos haya diferencias y enfrentamientos) han actuado con la misma insensibilidad, con la misma distancia, con la gelidez de los números, de los ahorros, de la redituabilidad.
Al poder, la familia Frankenstein
Los resultados están a la vista: los monstruos creados, la familia Frankenstein, están a punto de tomar el control de la casa o, dicho con más precisión, de instalar el descontrol como norma doméstica.
Chiapas suelto, abandonado, con el halconcillo Albores Guillén, con los sueños fascistoides que van tomando forma, como sucedió ayer mismo en Nuevo Momón, donde unos 200 priístas vejaron y secuestraron a una mexicana y dos extranjeros al considerarlos asesores zapatistas; donde no le queda otra a Fernando Gutiérrez Barrios más que asignar un coscorroncillo al gobernador que puso el aparato estatal (dinero, movilizaciones, medios de comunicación, acarreos, logística) al servicio de su coequipero Labastida Ochoa (al que le debe la gubernatura interina); donde el fantasma de la guerra revuela convocado desde las casas de gobierno.