La Jornada Semanal, 22 de agosto de 1999


Enrique Semo

Millennium

1849-1857:
Los inicios del socialismo mexicano

Según Gastón García Cantú, la palabra socialismo aparece impresa por primera vez en México el 9 de junio de 1849. Es probable. Pero también es posible que investigaciones posteriores demuestren que su uso fue anterior, ya que en Europa comenzó a difundirse unos quince o veinte años antes. El caso es que en esa fecha apareció en el diario conservador La voz de la religión, una referencia directa a las ``teorías monstruosas de Fourier y de San Simón, de Owen y demás socialistas modernos'', una secta que ``se atrevía a llamar al Redentor, el primer socialista''. Si así fuere, el concepto socialismo cumple en México, este año, ciento cincuenta años de vida, puesto que sigue habiendo en nuestro país agrupaciones y publicaciones que se consideran socialistas.

En La voz, el concepto fue usado en sentido negativo, como sinónimo de la idea nefasta según la cual el hombre puede cambiar sus condiciones de vida. Los argumentos contra ella se extrajeron de la escolástica. ``Si la historia de la humanidad es la historia de sus padecimientos, y si estos padecimientos no pueden explicarse sin las luces de la revelación, ¿cómo pretenden estos insensatos mejorar la suerte del género humano por medios puramente materiales...? Si las máximas del Evangelio proclamadas por el mismo Dios no han bastado para hacer felices a los hombres... ¿Cómo es que el hombre solo, con sus máximas corrompidas, se atreve a proponer un nuevo sistema, para obtener en la tierra una felicidad imposible? ¿Dónde está la visión que le autoriza para levantar enfrente de la cruz del Salvador... símbolo de consuelo y las esperanzas del hombre, otro pendón rebelde, anuncio de muerte y desolación y tumba segura de esa misma esperanza?''

Evidentemente, lo que se atacaba era la capacidad del hombre de actuar para cambiar su destino; el derecho a la revolución, idea que había sido diseminada por la Ilustración y la Revolución Francesa, y que a veces todavía se fundamentaba con ideas cristianas medievales como el derecho a la resistencia y la ley natural, que los liberales habían recogido desde hacía varias décadas. Con esa interpretación, los conservadores extendieron la sombra amenazante del socialismo y el comunismo sobre los liberales, las primeras sociedades mutualistas, así como sobre la literatura de contenido social que comenzaba a circular en México. Por otra parte, las noticias que propagaban tanto la prensa conservadora como la liberal sobre los sucesos de la revolución acaecida hacía sólo un año en Europa, parecían darles la razón, sumiendo a la buena sociedad en el terror: en París, después de la revolución republicana de febrero que los liberales mexicanos veían con simpatía, se había desatado en junio una amenazante revolución social proletaria que era vista con miedo por toda la ``gente bien''. Estos hechos sembraron el miedo entre todos los privilegiados. ¡Un fantasma recorría Europa, amenazando la existencia misma de la civilización: el fantasma del comunismo y el socialismo! Su llegada a México, país sacudido por desastres demoledores, sólo podía ser cosa de tiempo.

Aprovechando la ocasión los conservadores atacaron, sosteniendo que la idea de la desamortización de los bienes del clero pertenecía al arsenal socialista y llamaron a los puros ``una pálida copia de los socialistas europeos''. Para José Joaquín Pesado, el destacado intelectual conservador, la secularización era aún más grave que el socialismo, porque mientras éste ``despoja al individuo del dominio directo de sus bienes para atribuirlos a la comunidad'', la secularización ``despoja a la comunidad para enriquecer al fisco''. En 1850, los conservadores llamaban al candidato liberal a la presidencia, Mariano Arista y a sus seguidores, el club socialista, y al presidente José Manuel Herrera, el caudillo socialista. También se atacaba al cristianismo social: en febrero de 1850, en un artículo dedicado a comentar la encíclica Nostis et Nobiscum de Pío IX emitida un año después de la revolución de 1848, La voz de la religión decía: ``Algunos incautos se persuadieron que bajo la capa de filantropía y una hipócrita adhesión a las máximas del evangelio, no faltan en la república quienes pretendan difundir este sistema'' (el socialismo y el comunismo), y reiteraba la importancia de los términos empleados por el Papa para calificarlos: ``sistemas perversos que no pueden menos que atraer las venganzas del cielo sobre sus secuaces''. SeguramenteÊla terminología conservadora se inspiraba también en la de los diplomáticos franceses enviados por Napoleón III, quien había accedido al poder en la cresta de una ola contrarrevolucionaria. En sus informes, los diplomáticos franceses llamaban rojos, socialistas, enemigos de la religión, del orden y de la propiedad, tanto a los liberales radicales como a todos aquellos que abanderaban movimientos populares.

Parece ser que la primera asociación artesanal mexicana se fundó en Guadalajara en 1850, aun cuando algunas referencias indirectas apuntan a fechas anteriores. En todo caso, Lucas Alamán no tardó en ver en ellas ``un germen de peligro para la tranquilidad pública'', una invitación a la ``confusión, el desorden y el desconcierto'', puesto que en México no existían las condiciones que habían propiciado el surgimiento del socialismo en Europa: ni el industrialismo excesivo ni la dureza de las condiciones naturales. Por lo tanto, difundir sus principios en nuestro país sólo era una imitación ridícula.

Otros autores se dedicaron, en cambio, a atacar las novelas que comenzaron a publicarse por entregas. En La Cruz del 22 de enero de 1857, Roa Barcena ataca el veneno ``apurado inocentemente'' por los lectores que existen en la obra de Alfonso de Esquiros, Los mártires de la libertad, y recuerda que otra de sus novelas tiene como personaje principal al cura Siforniano, para quien la nueva palabra que debía venir era el socialismo, así como las obras de Eugenio Sue, muy difundidas desde 1847, que ha sabido, ``pintando las pasiones, introducir un curso completo de socialismo y comunismo''.

Los liberales contraatacaron reivindicando el derecho a la reforma social e incluso a la revolución, pero distanciándose a la vez públicamente del socialismo y el comunismo. En su tiempo, Mora había defendido las revoluciones que respondían a una causa inmediata y tenían objetivos bien definidos, como la británica y la norteamericana. ``Estas -decía- son las revoluciones felices, se sabe lo que se quiere, todos se dirigen a un objeto conocido, y logrado que sea, todo vuelve a quedar en reposo'', y rechazabaÊlas ``revoluciones'' que ``dependen de un movimiento general en el espíritu de las naciones'' y en las cuales ``los ánimos se ven poseídos de un orden y actividad extraordinaria: cada cual se siente disgustado del puesto en que se halla, todos quieren mudar su situación; mas ninguno sabe a punto fijo lo que desea, y todo se reduce a descontento e inquietud.'' A este género pertenecía la revolución francesa. Más tarde, Guillermo Prieto defendería la propiedad privada como el motor de la riqueza, el progreso y la civilización, y Manuel Payno escribiría un tratado sobre la historia de la propiedad privada. Tanto José María Iglesias como Ignacio Ramírez -y en general el pensamiento liberal-, identificaban al comunismo con la

sociedad primitiva, la comunidad agraria que había sobrevivido de la sociedad colonial. ``Si el comunismo triunfara'', decía Iglesias, ``la riqueza acabaría: su reinado sería el de una nación de pobres...''

Pero la incertidumbre y el miedo al cambio no provenían exclusivamente de las resonancias europeas. Tenían razones suficientes en la situación local. El año de 1847 fue fatídico para la joven nación. No sólo se perdió la mitad del territorio nacional. Con el reflujo vino una severa depresión económica y una profunda y prolongada depresión moral. Materialmente mutilada por la amputación de Nuevo México, la Alta California y las vastas comarcas colindantes, la nación se vio disminuida por una evidente debilidad externa e interna. Y ante el fracaso de la política práctica, las élites se lanzaron a discutir sus causas y a buscar soluciones. Mora, exiliado, ya en sus últimos años, temía que la contrarrevolución europea llegara a México y sólo se preguntaba cuándo sucedería. Como se sabe, su preocupación resultó fundada. A partir de 1850 la reacción pasó a la ofensiva. Mientras, la nueva generación de liberales, más radical, apenas despuntaba.

Hacia los años cuarenta, también en el campo comenzaron a propagarse las rebeliones, anunciando la posibilidad de movimientos campesinos de la envergadura de los que se habían dado en la revolución. John Tutino habla de la primera ola de insurrecciones agrarias de la era independiente. En el centro de la república, los hacendados se sentían sitiados. Las comunidades recurrían al litigio para ratificar sus derechos sobre las tierras de los latifundios y a veces ganaban. Era muy difícil conseguir trabajadores temporales. El ánimo de éstos era levantisco y la violencia menudeaba en todas partes. En Yucatán, decenas de miles de mayas tomaron las armas y casi expulsaron a la población mestiza y criolla de la península. En la Sierra Gorda estalló una nueva insurrección. Los residentes del Istmo de Tehuantepec también se rebelaron. La élite terrateniente pasaba por su peor crisis desde la independencia.

Según Ralph Roeder, en 1850 se produjo la primera huelga en el país y se publicó el primer periódico socialista. Como vemos, el cambio, la reforma e incluso la revolución estaban en el aire. ¿Cómo entonces, con el ejemplo de Europa aún fresco, no hablar de socialismo? Los conservadores lo temían y los sectores más radicales del liberalismo lo estudiaban y se sentían atraídos por algunas de sus ideas. Pero, por razones que valdrá la pena discutir en un próximo artículo, sus avances fueron lentos e intermitentes.