La Jornada Semanal, 22 de agosto de 1999



James Woodall

E spaña y Borges

Es sabido que Borges desarrolló una vocación antihispanófila muy provechosa en términos literarios. Algunas de sus mejores frases lapidarias son para los españoles y España. Pero James Woodall conoce la otra cara de este vínculo y nos muestra aquí el enigma de la relación entre Borges y la Madre Patria, ese otro espejo.

Barcelona fue la primera ciudad española que conoció Borges. ƒl y su familia se refugiaron en Suiza durante la primera guerra mundial y le sacaron el mayor provecho a la paz de 1918 al adoptar el viejo país. Antes de regresar a Buenos Aires en 1921 vivieron en Mallorca, Sevilla y Madrid. Barcelona fue para ellos un mero puerto de escala, antes de Mallorca. Como lo escribió el Jorge Luis adolescente a su amigo ginebrino Maurice Abramowicz, en comparación con Ginebra, en las calles de Barcelona había una extraña ausencia de ``parejas de enamorados''. Durante su primera corrida de toros, Borges presenció la muerte de seis toros y de ``...¡tres caballos muertos uno tras otro por un solo toro!... Sin duda, algunos de los toreros eran muy valientes pero, ¿el público?'' Barcelona era, en fin ``una gran ciudad: sonora, sucia y sudorosa''.

Son palabras privadas de un desconocido aspirante a poeta en 1919: de algún modo, a todo lo largo de su vida pública, Borges nunca cambió de tono. Incluso en la cúspide de la fama, decía al instante lo que cruzaba por su mente. Desde el punto de vista político, en la Argentina de 1970 se proclamó conservador en medio de un clima de terror fascista, cuando habría sido más sabio guardar silencio. En 1976 se permitió almorzar en la Casa Rosada con el nuevo dictador, el General Videla, y declaró que tanto él como sus secuaces eran unos ``caballeros''.

Y así siguió: comentarios mal aconsejados sobre los negros, Vietnam, Augusto Pinochet (otro ``caballero'')... La impertinencia política de Borges -algunos la han trivializado llamándola inocencia- casi con toda seguridad le costó el premio Nobel. Claramente se equivocó en España cuando un año después de la muerte de Franco en 1975, durante un periodo en que el país respiraba libertad por primera vez desde 1939, aceptó un premio que le otorgó Pinochet en Chile, lo que provocó la inmediata cancelación en Madrid de un número de homenaje a Borges de una revista especializada en literatura latinoamericana. El volumen estuvo detenido dieciséis años.

Sobre los españoles, Borges tenía pocas cosas buenas que decir. Al igual que muchos argentinos, los encontraba tramposos y superficiales. Cuando Federico García Lorca visitó Buenos Aires en 1934, Borges se burló del ``andaluz profesional''. El español Guillermo de Torre, que se casó con Norah, la hermana de Jorge Luis, en los años veinte y la llevó a vivir a España, se vio reducido a ``el hombre que vino a cenar y se quedó para el desayuno''.

Borges también era célebre por contradecirse a sí mismo. Orgulloso de su herencia española -la de Cervantes, Góngora, Quevedo, escritores de primordial importancia para él- se sentía igualmente orgulloso de ser más que español. Reflexionando sobre este acertijo, probablemente con García Lorca apartado de su mente, dijo una vez: ``me habría gustado ser andaluz. Lo que nunca me hubiera gustado es ser catalán; son odiados en España y los franceses se apresuran a señalar que son unos impostores''.

Esto difícilmente congració a Borges con un pueblo al que Francisco Franco ``odiaba''Êun poco. Hasta la muerte del caudillo, lo catalán que tenía profundas raíces en Barcelona era tan bienvenido oficialmente en España como un estado palestino en Israel. El hábito un poco estúpido que a últimas fechas tenía Borges de tomar partido, incluso sin proponérselo, por el hooliganismo político, sigue siendo un eterno misterio si uno recuerda su odio visceral contra el dictador de dictadores, Juan Domingo Perón.

En el centenario de Borges se han organizado actos conmemorativos en Europa y en América para celebrar su obra, no sus ideas políticas. Por extraño que parezca, España siempre lo ha festejado. Sospecho que cuando vino por primera vez a la España franquista (Borges visitaría el país en numerosas ocasiones a partir de 1960), el parloteo literario -en perfecto castellano- del niño viejo debe haber sido una bocanada de aire fresco. Ahora la Biblioteca Nacional de Madrid está por albergar una gran exposición itinerante sobre el escritor y su obra -aunque la viuda de Borges, María Kodama, a quien no le disgusta causar problemas, se ha quejado de las salas dedicadas a tal efecto.

Parece que los catalanes han perdonado a Borges. ``L«Universe i Borges'' fue el título en catalán de un ciclo que tuvo lugar durante mayo en el Pati Llimova, un espacio abierto y aireado que es ejemplar en su cordialidad -quizá demasiada para Borges, para quien los oscuros y polvorientos corredores de la biblioteca parecerían más apropiados.

Borges estuvo representado en el Pati Llimova por un cuerpo de respetables pero aburridas exhibiciones -una sobre Buenos Aires, otra, una serie de grabados y collages de Raul Capitani, basados en sus poemas-, y siempre resulta positivo recordar cuán vívidamente hizo en verso la crónica de su ciudad. El acto más extraño en el Pati fue una sopar de lletres, una velada de comida y música argentinas, que resultó un pretexto para que estos borgianos catalanes se dieran gusto (¿y por qué no?), más que para celebrar a Borges, a quien no le gustaba la comida y le aburría la música.

También en el primer piso del Pati había una exhibición de primeras ediciones y de edicions curioses. Pero quizá ninguna más curiosa que una edición china de mi biografía de Borges The Man in the Mirror of the Book (El hombre en el espejo del libro). Jamás la había visto.

Como a menudo el tema de Borges fue el universo y sus paradojas, no es de sorprender que sus libros lleguen a los rincones más inusitados. Supuse sin benevolencia que la china era una edición pirata. Mis editores londinenses me han asegurado que no es así, aunque eso no disminuye el asombro (una palabra que los lectores de Borges aplican con frecuencia a sus escritos) de conocer a un Jorge Luis Borges cuya existencia desconocía.

En enero mi agenteÊme envió un paquete con un hermoso volumen titulado O homem no espelho do livro. Al principio pensé que se trataba de una broma, de una maqueta de la biografía escrita por mí, en portugués. En lo absoluto. Era la edición brasileña, y una vez más mi editor había sido poco afable acerca de sus formidables actividades mundiales en mi favor y en el de Borges.

Comencé a imaginar que desde ultratumba Borges estaba haciendo de las suyas al convertirme en personaje de un cuento. Algo similar ocurre en uno de los grandes textos de Ficciones: ``Tlon, Uqbar, Orbis Tertius''. Dos días antes de morir por la rotura de un aneurisma, Herbert Ashe recibe de Brasil ``un paquete sellado y certificado''. Meses después, al leer A First Encyclopaedia of Tlon. Vol. XI. Hlaer to Jangr, el narrador de Tlon experimenta ``un vértigo asombrado y ligero''. Sé a qué se refiere. Conforme me preparo para visitar Río de Janeiro para presentar mi libro en Brasil, comienzo a rezar para no terminar como Ashe.

Mis entrevistadores y colegas borgianos fueron amables. Me preguntaron sobre la ``inglesidad'' de Borges; su abuela paterna, Fanny Haslam, era de Staffordshire; el inglés fue el idioma de su primera infancia. Toda su vida amó a la literatura inglesa. ¿Cuál era mi opinión al respecto? Me lancé a contar la historia del aprendizaje autodidacta del anglosajón por parte de Borges. En cierta medida como respuesta a su ceguera total a finales de los años cincuenta, se sumergió en la poesía y la prosa escritas en inglés antiguo; pudo encontrar quien se las leyera y memorizarlas. Le encantaba. Durante una visita a la iglesia sajona de Deerhurst en 1963, en la región de Cotswolds, Borges recitó el Padrenuestro en voz alta y en inglés antiguo. Entre todos los homenajes realizados por los grandes escritores del siglo veinte, habría valido la pena escuchar éste.

Traducción de Laura Emilia Pacheco