La Jornada Semanal, 22 de agosto de 1999



El ser y el tiempo borgianos

Carlos Fuentes se niega a discutir el tema de la argentinidad, la latinoamericanidad o la europeidad de Borges (las tres son horribles palabrotas). ``El es el escritor que lo asume todo'', dice nuestro maestro en los análisis y en las revelaciones. ``La literatura no se dirige sólo a un misterioso porvenir, sino a un misterioso pasado que debe releerse constantemente. El futuro del pasado depende de ello. Para Carlos Fuentes esta es la principal lección de Borges, el menos didáctico de los maestros universales.

Carlos Fuentes

Borges y el futuro del pasado

La literatura moderna de Hispanoamérica se ha hecho de memorias recobradas. Sólo un gran novelista latinoamericano -Machado de Assis- nos saca de la mediocridad de nuestro siglo XIX. ¿La razón? Machado recupera la tradición de La Mancha, la de Sterne y la de Diderot. La novela que se sabe novela. En la América española, una modernidad huérfana -no mother ni dad- nos condena a imitar los modelos del ``progreso'' literario: románticos, realistas y naturalistas franceses.

En el siglo XX, alejo Carpentier recupera las tradiciones afrocaribeñas, Miguel Angel Asturias las indoamericanas y los novelistas de la Revolución mexicana -Mariano Azuela, Rafael Muñoz y Martín Luis Guzmán- se atreven a hacer, escribiéndola, historia; épica mientras combate a la tiranía, trágica cuando se combate a sí misma. Ilíada descalza.

Borges no es sólo el narrador de un mundo urbano prácticamente inexplorado con anterioridad -Machado es, de nuevo, la excepción. Una ciudad como Buenos Aires, que en 1914 tenía ya millón y medio de habitantes, una tercera parte de los cuales había nacido en el extranjero, debía por fuerza generar una literatura urbana antes que México, Bogotá o La Habana (el Río de Janeiro de Machado, otra vez, es la excepción). Robert Arlt y Macedonio Fernández son los avanzados de la novela urbana de este siglo, pero Borges va más allá de los temas citadinos que él mismo explora -El hombre de la esquina rosada- o hipostasia -La muerte y el compás, donde Adroglé se convierte en Triste-le-Roy. Como narrador urbano, Borges abandona la descripción a favor del sueño. Se apropia, según Beatriz Sarlo, de ``zonas de legitimación'' -la pampa, Buenos Aires, las orillas de la capital porteña pero, al cabo, las orillas de la civilización latinoamericana, las herencias olvidadas. ¿Cómo pagarle a Borges que haya sido él quien nos devolvió las tradiciones hebreas y musulmanas, parte esencial del perfil hispánico? Es como si en un gran seto de la imaginación, Borges disolviese la herida mutilante de IsabelÊy Fernando para devolvernos lo que es nuestro, Islam e Israel pasados por los cedazos de Alfonso el Sabio, Averroes, Maimónides y Fernando de Rojas.

Toda discusión sobre la argentinidad, la latinoamericanidad o la europeidad de Borges cae por la propia fealdad de las palabras. El es el escritor que lo asume todo, lo hace evidente sólo para hacerlo tácito (no hay camellos en el Corán) y, enriquecidos pero desembarazados, nos permite ver con claridad los misterios y con misterio las transparencias de nuestra vida intelectual y anímica. El cronotopos de Bajtin -tiempo y espacio- adquiere carácter protagónico en Borges; ya no es telón de fondo, ya no es ``vorágine'' o ``canaima''. Es protagonista pero sólo para perder su protagonismo, vulnerado por el accidente afectivo, como el espacio total del Aleph sangra por la herida llamada Beatriz Viterbo.

No sé si este es el secreto de Borges. Evoca el espacio y el tiempo absolutos sólo para demostrarnos su absurdo e invitarnos, por vía de la imaginación y el lenguaje, a vulnerar todos los absolutos. Funes el memorioso, que todo lo recuerda, debe reducir su absoluto a un relativo manejable -unas sesenta mil memorias. El jardín de senderos que se bifurcan contiene todos los tiempos -pero sólo a condición de que sucedan ahora. La biblioteca de Babel es ilegible mientras un genial idiot savant, Pierre Ménard, no se decida a reescribir tal cual el Quijote y nos dé a los lectores la oportunidad de reinventar el pasado a fin de seguir inventando el presente. La literatura -es la lección de Borges- no se dirige sólo a un misterioso porvenir, sino a un misterioso pasado. El pasado debe releerse constantemente. El futuro del pasado depende de ello.

El significado de un libro no está detrás de nosotros, sino que nos encara. Y tú, lector del Quijote, eres autor del Quijote porque cada lector crea su libro, traduciendo el acto finito de la escritura en acto infinito de la lectura.

Por haberme enseñado esto, le doy las gracias a Georgie y le deseo feliz, muy feliz centenario.



Gonzalo Rojas

¿Quién no es borgiano?

La pregunta se impone: ¿quién que es no es borgiano en la medida que fuere? Yo lo vengo siendo desde niño y he inventado a mi Borges desde mis primeros papeles. Claro que también soy huidobriano, nerudiano, vallejiano, y -¿por qué no?- dariano. Y es que todos venimos de todos y no hay originalidad sino concierto. Registro la parentela de la sangre imaginaria acaso más que la sanguínea y reconozco que soy parte del coro, y bien me sé aquello de que el poeta es un ser atrapado en una relación dialéctica (transferencia, repetición, error, comunicación), según dijera Harold Bloom, con otro u otros poetas, y bien sé también que ese vínculo se cumple largamente en mí. Me funciona ese cruce casi animal entre onirismo y ruralidad que me imanta más hacia lo elemental que a lo literario. Ahora mismo vengo viniendo de Lebu en un vuelo directo a Buenos Aires, casi sin oler Santiago capital de no sé qué. El oleaje del fundamento está allá abajo con el carbón pariente del diamante. No entiendo bien mi propio zumbido y no es que sea un poeta genealógico pero creo en la genealogía de los laberintos, en la genealogía de la geología, y amo las piedras.

Excusen el desvarío y la repetición: me dejé llevar por el viento, y el viento sabe. Vallejo me dio el despojo y desde ahí el descubrimiento del tono; Huidobro, acaso, el desenfado; Neruda cierto ritmo respiratorio que él a su vez aprendió en Whitman y en Baudelaire, pero yo gané el mío desde la asfixia. ¿Y Borges? El rigor, l'ostinato rigore que dijo Leonardo. Y el desvelo. Un desvelo al que se llega sin prisa por incesante crecimiento. Soy larvario y me demoro y me hartan, más allá del hartazgo, las impaciencias de la escritura y por lo visto las del éxito. Es que todo es nuevo. Para el oficio de poetizar desde el asombro, todo es nuevo. El otro día dije en Madrid que han sido tan pocos los que han hablado con el Hado por nosotros a lo largo de la centuria que se cierra. Borges habló con el Hado y cuantos aprendices hemos ido apareciendo vamos transidos de su perplejidad y de su gracia.

Personalmente me reconozco uno de esos aprendices inconclusos, y más y más, próximo a la órbita borgiana en una especie de metamorfosis de lo mismo. También yo he ido comprobando mi pobreza fundamental, ya establecida en mi primer libro La miseria del hombre hace más de medio siglo, cuando se me dio el expresionismo espontáneo sin saber lo que era el expresionismo. Hoy, ya octogenario y finalista aunque no terminal, hago mío lo que Borges dijera en 1961 al ordenar su Antología Personal: ``Me atengo a mi pobreza pero no me abate, ya que me da una ilusión de continuidad.'' A lo absoluto se llega por la desposesión, por el ascetismo, y hay que ir dejando quereres como dijo Juan de Yepes.

Parecerá excesivo pero soy un borgiano avant la lettre en cuanto estuve por el desapego desde el plazo de las pubertades, y la gloriola se me dio siempre menesterosa. Además tuve una formación estricta y atendí por las dos orejas simultáneas el ejercicio de leer y especialmente releer: 1) por la izquierda l'esprit nouveau y las vanguardias y 2) por la derecha las clasicidades áureas. Así, en la punta de mi cabeza de muchacho se me dio otra ventilación, otra síntesis.

Fui asimismo memorioso invulnerable y el Nadie de la Odisea fue un encantamiento para mí. ``Por culpa de nadie habrá llorado esta piedra.'' Tendría, todo lo más, unos doce años cuando mi profesor alemán G. Jünemann copió en el pizarrón la entrada de la Ilíada traducida por él la noche anterior. No me fue dada la adhesión total y fui un perplejo hasta la obsesión. De ahí mi adoración por el casi, y es que ``casi todo es otra cosa''. En cuanto a la enumeración caótica la hice mía antes de leer a Whitman. Se entenderá cuán propicio era mi seso para el gran pacto con Borges. Claro: tal vez fue más críptico que coloquial, aunque operó en mi el vaivén pendular de lo claro a lo oscuro. Como saludo a Borges y más allá de la efeméride, ¿quién no cumple cien años a cada instante?


Aleph, Aleph

Borges y el futuro del pasado

¿Qué veo en esta mesa: tigres, Borges, tijeras, mariposas
que no volaron nunca, huesos
que no movieron esta mano, venas
vacías, tabla insondable?

Ceguera veo, espectáculo
de locura veo, cosas que hablan solas
por hablar, por precipitarse
hacia la exigüidad de esta especie
de beso que las aproxima, tu cara veo.

G.R.