ƑYa nadie hace patria?
La muerte del
anti
"Haz patria, mata un chilango". La frase, acuñada en Sonora, se convirtió en la consigna de un extendido movimiento antichilango que pegó fuerte, sobre todo en el norte del país. Se mezclaron el ácido anticentralista con los prejuicios regionales y alguna dosis de racismo. Tres lustros después todos lo dan por muerto, aunque los chistes y los panfletos que generalizan y etiquetan siguen siendo materia de consumo. El estigma reaparece, por ejemplo, en la campaña de Francisco Labastida
Jesusa Cervantes
n Sinaloa aprendió el amor al trabajo, el entusiasmo comprometido y la generosidad. Por eso se casó con un sinaloense, explicaba la señora María Teresa Uriarte -esposa de Francisco Labastida Ochoa, aspirante a la nominación priísta a la presidencia-, ante la comunidad sinaloense del Distrito Federal el pasado 5 de agosto.
"Había veces que yo salía de la casa de gobierno a las siete de la mañana -contaba la señora Uriarte- para tratar de llevarme mejor con el clima. No es tan fácil, soy chilanga... bueno, nadie es perfecto". Días más tarde, en un noticiario de radio, la esposa del aspirante dijo que todo había sido ''un mal chiste''.
Unos años atrás, en el clímax de la campaña antichilanga, Héctor El Gato Félix Miranda consideraba la etiqueta algo más que un pecadillo: "Dios no es perfecto, porque creó a los chilangos".
Ahora sólo merece una disculpa, pero a mediados de los ochenta "ser chilango" significaba -especialmente en algunas entidades del norte del país- ser blanco de la furia de los defensores de la patria chica.
Con menos fuerza que entonces, pero en algunas ciudades norteñas aún se oyen los ecos del "Chilangos, go home" que El Gato Félix escribía cada viernes en su columna del semanario Zeta de Tijuana, Baja California. Era el resumen del sentimiento antichilango posterior al éxodo de defeños tras los sismos de 1985.
A la distancia, el director de Zeta, Jesús Blancornelas, juzga que el antichilanguismo se fue diluyendo con el tiempo -El Gato fue asesinado en 1988-, pero sostiene todavía que "quien llegue del Distrito Federal a Tijuana debe actuar conforme a nuestra filosofía. Es como aquello de 'a la tierra que fueres, haz lo que vieres'".
Manuel Valenzuela, director del Colegio de la Frontera Norte (Colef), considera que el coraje y malestar que provocaba la presencia de los defeños por esos años los generó, en parte, la campaña emprendida por Félix Miranda, cuyo éxito fue emulado en Hermosillo, Sonora, por el periodista José Terán, quien incluso bautizó a su columna como El cazador de guachos.
Diariamente, Terán detallaba en el periódico El Informador cómo identificar un guacho (un sureño), con la finalidad de que sus lectores se alejaran de esos personajes tan peligrosos, según él, como "la lepra".
La columna tuvo tal éxito que se convirtió en libro y fue best -seller local en 1986. Ese año, quizá por el clima propiciado por columnas como la de Terán, el niño michoacano Juan Israel Bucio murió tras ser golpeado por sus compañeros de escuela.
La muerte del niño provocó un encendido debate en los medios locales y muchos dieron por muerto al antiguachismo a partir de la tragedia. Pero en estos días El cazador de guachos está siendo reditado por entregas en el diario local El Independiente.
Los hermosillenses pueden releer la advertencia: de seguir la llegada de sureños pronto "habrá más guachos que gente", lo que será toda "una calamidad".
Los textos no aportan nada y sí en cambio "enardecen los ánimos contra los sureños; realmente estoy asustada", dice la socióloga del Colegio de Sonora Catherine Delman, tabasqueña avecindada en Sonora hace dos décadas.
Chilango igual a prepotente
"ƑEn qué se parece un chilango buena onda a Santa Clós? Pues en que ninguno de los dos existen", dice un chiste bajacaliforniano. Piezas parecidas pueden escucharse en todas partes y fortalecen el estereotipo del chilango: altanero, arrogante, con presunciones de sabelotodo, servil con los de arriba e indolente con los de abajo, define Valenzuela.
El chilango, en algunas partes, no es necesariamente aquel nacido en el Distrito Federal sino el que asume estas conductas.
Aunque en Sonora existe otra percepción: chilango o guacho es todo aquel que viene del sur del país. En Yucatán y Nuevo León se cuelga la etiqueta a todos los fuereños.
El sentimiento anticentralista, los orgullos regionales y las "campañas" en los medios derivaron en un coctel difícil de digerir para muchos mexicanos: el antichilanguismo y sus contrapartes.
El coctel tuvo sus matices, según la relación con el centro: en Yucatán los huach; en Baja California, Nuevo León y Jalisco los chilangos; en Sonora, los guachos, y para la gente del centro del país, los pochos.
Las etiquetas fueron expresiones de lo que Valenzuela llama "desencuentros culturales", que bien podría traducirse en intolerancias regionales.
Si los chilangos son gandallas, los norteños son -de acuerdo con el estereotipo engendrado en la capital del país- "gente trabajadora, sencilla, abierta, honrada, pero muy bruta".
Frente a un chiste antichilango aún puede escucharse la réplica atribuida a José Vasconcelos: "La civilización termina donde comienza la carne asada".
La nación contra la región
Gerardo Rodríguez, psicólogo social de Monterrey explica que el antichilanguismo es un problema de prejuicio y discriminación hacia cualquier sector geográfico poblacional. Y como ejemplo menciona "las diferencias que existen entre regios y jalisciences, tijuanenses y mexicalenses, los de juaritos y los chihuahuitas, obregonenses y hermosillenses, etcétera".
Valenzuela advierte sobre la reacción en contra de los habitantes del Distrito Federal: "Una anécdota que describe al chilango como sucio y prepotente, sirve para englobar a todos los defeños, como si la población en general tuviera esas características".
Es una batalla de "la nación contra la región", dice por su lado Luis Ramírez Carrillo, director de la Unidad de Investigaciones Sociales de la Universidad de Yucatán, entidad marcada por las dificultades de comunicación y tres intentos separatistas.
La batalla la ilustra el periodista meridano Juan Carlos Faller, quien recuerda que en una lid electoral el delegado del PRI nacional, José Guadarrama Márquez, fue marcado como huach, pese a ser hidalguense. "Hasta el PRI local le entró. Una manera de decirle que a esta sociedad no podía entrar fue dibujándolo en los periódicos con ropa azteca".
Hasta la fecha, las clases acomodadas y medias de Mérida excluyen a los recién llegados. Un defeño de clase media, describe Ramírez, no podía ingresar a los clubes de Leones o Rotarios, tan socorridos en ciudades pequeñas para iniciar el proceso de socialización. Igualmente, "una familia recién llegada del Distrito Federal no puede asistir en lo inmediato a una reunión escolar, de la colonia o de trabajo. Son rechazados y a las casas no entran tan fácilmente".
šEh, güey! No estás en Insurgentes
Desde hace varios años existe entre Guadalajara y Monterrey una fuerte rivalidad. Los regios contra los jalisquillos, se dice. Los regios dicen que los jalisquillos son una bola de flojos y los jalisquillos que los primeros no tienen historia y que su ciudad nació de un burdel.
Pero cuando el odio es real, nada como dirigirlo contra los chilangos. En ambos lugares la intolerancia puede llegar a tener aires de racismo.
Gregorio González Cabral, escritor y articulista de Guadalajara, acepta que "ese sentimiento difuso, no confesable" existe.
Agradece que a diferencia de otros estados "la sangre no llega al río". Explica que después de 1985, la clase media de Guadalajara se sintió invadida por cientos de chilangos ; recuerda como él mismo sufrió ese rechazo al regresar a Guadalajara, luego de vivir un tiempo en la capital del país.
"Todavía no entraba por completo a la ciudad cuando ya me estaban lloviendo insultos", dice.
-šEh, güey, apúrate, que no estás en Insurgentes! -me gritaron.
En Monterrey, considera el periodista Javier Sepúlveda, se manifiesta ese mismo sentimiento, "clasista, de desprecio y de ver como indios a los del Distrito Federal".
Gerardo Rodríguez pone el reciente ejemplo de la intervención en tribuna del líder de la fracción panista en el Congreso local, Gerardo Garza Sada: "Ya quisieran algunas personas (tener una ciudad sana y rica), sobre todo los chilangos o capitalinos, que siempre han sido unos mantenidos por el resto de los estados de la República, en particular por Nuevo León", dijo el panista.
Para chilangos no
Cuando Ignacio Martín del Campo, director de la XEW, regresó a su natal Guadalajara sintió en carne propia el rechazo por haber vivido una década en el DF y "parecer" chilango: "Lo primero que encontré fue un muro de prohibiciones para los del DF". Cuando quiso rentar casa sostuvo este diálogo:
-šAh, del DF! No, pues no. No hay casas en renta por el momento.
-Pero había un anuncio
-Para chilangos no.
Más tarde, recuerda, comprobaría que ese sentimiento antichilango no había terminado. Durante una gira por el estado del entonces presidente Miguel de la Madrid, surgió una pinta que rezaba "Haz patria, mata un chilango"
-ƑDe qué se trata? -preguntó indignado al gobernador, Enrique Alvarez del Castillo. Este se alzó de hombros. No supo qué decir. Ante la falta de respuesta el presidente advirtió: "O le bajan a su antichilanguismo o les regresamos a los jalisquillos que tenemos y a ver qué hacen con ellos".
Pero la pinta y el rechazo que sintió Martín del Campo no fueron lo único. Por esas fecha, 1986, los conductores del programa radial Entre bromas y veras hacían constantes comentarios para descalificar a los chilangos. El tenor era el siguiente:
-ƑSabe que deberíamos sembrar en la laguna de Sayula, ingeniero? -preguntaba el conductor Jaime García Elías a su compañero de cabina Enrique Flores Tritschler.
-ƑQué?
-Pues romeritos y los exportamos para los chilangos, ya ve que les gustan mucho. Pero pensándolo mejor ingeniero, creo que no es buena idea. Qué tal si en lugar de que esperen a que se los mandemos quieren venir por ellos. ƑY luego qué hacemos con ellos? šJa, ja, ja!
* * *
Otros aires se viven en la Tijuana de hoy, dice el sociólogo Manuel Valenzuela. Los chilangos han sido aceptados por fin: "Esta ciudad se hizo con pedacitos de patria".
Ya nadie pega en su auto las calcomanías de El Gato Félix con la leyenda "chilangos go home".
El antichilanguismo ha muerto. ƑViva la diferencia? b
EL CAZADOR DE GUACHOS Y EL NIÑO MUERTO
Guacho es, según el diccionario de mexicanismos, una forma de nombrar al soldado raso. Guacho, en Sonora, es el sureño. "La palabra tiene un sentido clasista", afirma Valenzuela.
A principios de los ochenta la etiqueta cobró fuerza. Carlos Monge se autonombró presidente vitalicio de la Sociedad Antiguacha y encarriló a José Terán para que escribiera su columna El Cazador de guachos.
De Carlos Monge, un compañero de su generación refiere que desde los años cuarenta, cuando Sonora empieza a despuntar económicamente y a recibir a la gente del sur, "agarró la causa antiguacha con el fúrico fervor de quien se siente obligado a pelear por la patria en peligro".
Terán, su fiel seguidor, dice en su columna: "las palabras que usa el defeño saltan extrañas, forasteras, exigiendo su propio rechazo, identificando prematuramente el emisor oculto". Ofrece luego un "pequeño guachidiccionario" para tomar "prevenciones", pues el sureño o guacho no entenderá su significado, sino que "se le pintará un signo de interrogación en la cara, suficiente para enterarnos de que no hace mucho tiempo dejó los huaraches y se calzó zapatos".
Y más: "Porque ser guacho guarda cierta semejanza con el virus de la lepra cuando está bien atendida: Ni retrocede ni avanza. Se aguacha".
***
La columna apareció de 1982 a 1986, años en los que aparecieron en las bardas de Hermosillo las pintas célebres: "Haz patria, mata un chilango".
Cuando la columna ya se había convertido en libro, el clima adverso hacia los sureños era sofocante, recuerda la socióloga Cinthia Delman.
En ese año, en la escuela primaria Benito Juárez, un par de niños empezó a agredir a su compañero Juan Israel Bucio. Hubo varios enfrentamientos entre los menores, recuerda Delman. Al parecer el pequeño padecía epilepsia y una de las golpizas desencadenó un ataque que a su vez le causó heridas graves. El niño murió más tarde.
Sergio Romano, periodista de la televisora local (Telemax), sostiene que no deben revivirse viejos odios y que nunca quedó claro de qué murió el niño: "Nunca se supo si falleció a causa de la caída, de las patadas o porque sus padres -que eran médicos- no lo atendieron rápido".
Sobre ello, el sociólogo José Valenzuela detalla que "independiente de las intenciones de Terán, en el fondo creó una obra que reprodujo estereotipos donde se rechaza al sureño. Terán festina este rechazo en contra de la población del Distrito Federal".
En aquellos años, la campaña antiguacha tenía otro asidero: el gobernador Rodolfo Félix Valdés había sido impuesto desde el Distrito Federal.
Pero tras la muerte del niño, dice el periodista Romano, "tronó todo lo que tenía que tronar" y las cosas dieron un vuelco: "Eso de que de Villa de Seris para abajo son guachos o, que de Esperanza para arriba son guachos, quedó muy atrás. Ya la gente del Distrito Federal está muy infiltrada en Sonora. Sigue el regionalismo, pero no hay una antipatía hacia los del sur".
Pese a los cambios, debido a su éxito -informa el encargado de relaciones públicas de El Independiente, Mario Munguía-, El Cazador de Guachos están de nuevo en las páginas de un diario.