EL LLAMADO MOVIMIENTO estudiantil que tiene paralizada a la UNAM desde hace meses me parece uno de los hechos más increíbles que jamás haya yo presenciado en mi vida. Seguramente pasará a la historia, si no por otra cosa, sí por la dichosa circunstancia de haber roto casi todos los récords habidos y por haber. No recuerdo un movimiento estudiantil que haya durado tanto, en primer lugar; tampoco sé de alguno que haya nacido con tan pocas oportunidades de ser resuelto en plazos más o menos adecuados a la fuerza del mismo movimiento; no hubo uno solo que no haya sido representado por una dirigencia que permitía la interlocución con los enemigos a vencer; en todos los movimientos de que tengo memoria, desde que era un chiquillo de quince años, los elementos ultras se movían a su antojo, pero nunca llegaron a dominar tan terminantemente los consejos de huelga. Hay mucho más en la materia, pero el sólo ponerse a pensar en ello causa vértigo.
Hay, empero, un récord que seguramente será imbatible: nadie sabe qué es este movimiento, nadie sabe qué es lo que se propone o persigue, nadie sabe quiénes son los que lo dirigen, nadie sabe a qué causas responde, nadie sabe cómo va a terminar y, como corolario, nadie sabe qué va a pasar con la universidad cuando este mismo movimiento concluya (si es que concluye). Todos en la universidad nos hacemos todos los días la misma pregunta: Ƒqué está pasando, qué va a pasar? Nadie sabe la respuesta, y cuando se aventura alguna hipótesis no se sabe si echarse a reír o ponerse a llorar.
En las asambleas de académicos siempre manifestamos un espíritu unánime: encontrar una salida, por estrecha o pequeña que sea, a este conflicto. Pero fuera de las asambleas no hay uno solo que sepa qué decir en la forma de un análisis que se pueda considerar creíble y convincente. Muy a menudo, la conclusión es: "Esto va a acabar a chingadazos. No hay salidas". Incluso, la enorme cantidad de académicos que apoya a los paristas, esforzándose por no hacer distinciones entre ellos, no saben hacer otra cosa que culpar al rector Barnés de Castro y, cuando hablan de soluciones, su tendencia es muchas veces catastrofista y terriblemente intolerante: ya no se trata sólo de que se acepte el pliego petitorio de los paristas, sino de echar al rector de su puesto y tomar la universidad en sus manos.
Muchos hemos tratado de desentrañar el hilo lógico del discurso que siguen los paristas ultras. Pero no hay remedio. Siempre nos damos de bruces ante la evidencia brutal de que no hay tal hilo lógico. No hay discurso, en el sentido de una mínima construcción de opciones adoptadas sobre la base de un también mínimo análisis de la realidad en que se vive. Las intervenciones de los ultras en las asambleas son siempre en el mismo tono: cuidar de la "pureza" del movimiento y no entregarse jamás a los cantos de sirenas que vienen del exterior. Jóvenes Robespierre, curadores de la salud pública, que se sienten responsables de algo que ni ellos mismos saben explicar: el aislamiento del movimiento y una especie de razón milenarista que lleva siempre al desastre cuando se persigue el todo o el nada. Para acabar pronto, ni siquiera saben lo que es la universidad.
De las explicaciones que se han dado de la fuerza y el predominio que los ultras han adquirido en este peculiar movimiento, ninguna me ha sorprendido tanto como aquella que nos dice que esto se debe al origen de clase de los jóvenes. Son unos excluidos de la vida social, muchos pobres y sin posibilidades de sobresalir por encima de sus deplorables condiciones de vida. En el movimiento encontraron la oportunidad para hacerse ver, oír y decir. Seria algo así como el dominio de los lumpen, de eso que muchos ven como la escoria de la sociedad. Mal favor le hacen a estos ultras. Es cierto que muchos de ellos se parecen a eso, pero aquí no radica la explicación. Sería demasiado ingenua y, además, improductiva por lo que toca al conocimiento escueto y simple de la realidad.
No creo, ni por asomo, que los dirigentes ultras del movimiento sean tan sencillos como el buen salvaje de Rousseau. De que no tienen muchas ideas está más que comprobado y documentado. De que sean inocentes víctimas del mal desarrollo del país y ahora héroes de la rebelión de los de abajo, no hay nadie que seriamente lo pueda creer. Esos inocentes ultras saben más de la vida de lo que muchos suponen. El problema es saber qué es lo que quieren, qué es lo que buscan y cuáles son las ideas que traen acerca de lo que debe ser la universidad. Todos deseamos una nueva universidad y muchos tenemos un alto concepto del proceso de reforma universitaria, iniciado hace ya 82 años en Córdoba, Argentina. Espero que todos podamos coincidir en los altos ideales que siempre lo informaron. *