El conflicto en la UNAM está entrando a una nueva fase más favorable a una solución negociada del mismo. Aunque por ceguera sectaria algunos integrantes y publicistas del movimiento estudiantil no lo quieran ver, la correlación de fuerzas internas en la universidad se ha modificado favorablemente a su causa, gracias a la iniciativa de los ocho profesores eméritos. Estos no hicieron otra cosa -pero de ahí su mérito y el amplio respaldo que han recibido de profesores e investigadores, además de intelectuales creadores- que proponer el camino para que las demandas del movimiento estudiantil encuentren una vía para su realización con el concurso democrático de la comunidad universitaria.
Ahora dependerá de la habilidad del propio CGH para salir de su enconchamiento, de su rigidez paralizante que le ha impedido urdir iniciativas políticas que le permitan aprovechar las circunstancias favorables para alcanzar una victoria así sea parcial. Algo ha cambiado, sin embargo en la dirección del movimiento: la votación 20 a 16 en contra, en un asunto fundamental como es la posición frente a la propuesta de los maestros eméritos indica que el CGH está obligado a abandonar su atrincheramiento en su exigencia de sus seis puntos sin matices ni formas variadas de realización. Esa rigidez le está costando una buena dosis de aislamiento y de síntomas inquietantes de descomposición que pudieran conducirlo a la debacle. Algunos de esos síntomas son: las maniobras tramposas para ganar votaciones en asambleas de las escuelas y tener así una mayoría artificial en las plenarias del CGH; la negativa de los llamados ultras a que participen en las asambleas de las escuelas y voten estudiantes que no son activistas de tiempo completo, lo que indica una deformación completa y conduce al autoaislamiento de la huelga, pues ésta, debe aclararse, o es un paro de la mayoría de los estudiantes o es sólo un movimiento de pequeños grupos sectarios, por muy bien intencionados que sean; otro síntoma de descomposición es el rechazo a quienes tienen opiniones diferentes sobre táctica, pues de inmediato son acusados de agentes del rector o de Bucareli aunque apoyen la huelga; o la absurda expulsión y amenazas a José Galán, reportero de La Jornada, porque según el juicio de algunos llamados ultras (yo digo, infantilistas de izquierda) no escribe como ellos quieren y esperan, o la quema de banderas del PRD en una marcha y ya en el extremo: los connatos de golpes para dirimir diferencias políticas al interior del CGH, algo muy grave que trae a la memoria los ajusticiamientos por diferencias políticas, baldón vergonzoso del movimiento revolucionario.
Ciertamente, la responsabilidad principal por el estallido de la huelga y su prolongación por cuatro meses es del rector y sus asesores y operadores de dentro y fuera de la universidad. Han hecho y seguirán haciendo todo lo necesario para doblegar a los estudiantes o al menos salir lo mejor librados de este conflicto. Sin embargo, el CGH encabeza y dirige al movimiento de huelga y su responsabilidad por la conducción de la misma y el desenlace del conflicto es mayúscula, va más allá de los marcos de la universidad pues, aun sin proponérselo, adquirió importancia política nacional, razón por la cual la responsabilidad de los dirigentes es mayor. Sus rigideces e infantilismo, su carencia de iniciativa política, su falta de imaginación, la descomposición del CGH, la suerte toda del movimiento afecta la lucha política nacional de las fuerzas sociales empeñadas en frenar al neoiliberalismo y conquistar amplios espacios de democracia no reducida a lo electoral.
En las circunstancias actuales, el papel del CGH todavía es clave, debe ser el interlocutor principal de las autoridades universitarias. Sus defectos y limitaciones, si no son superados pronto, ratardarán la construcción de una iniciativa política para darle salida satisfactoria a la huelga y avanzar a la solución del conflicto. Las circunstancias son favorables para esa salida. Ojalá lo entiendan.