Luis González Souza
La alianza más primera

Mas que una alianza opositora, parece que México necesita una alianza (re)constructora, propositiva. Y más una alianza con la sociedad, previamente aliada ella misma al menos en sus segmentos principales. En especial se necesita una alianza de y con los mexicanos más primeros: los pueblos indios.

De otro modo México continuará cayendo cual enorme ceiba sin raíces. Y la alianza en curso continuará volando cual papalote sin cordón, pero eso sí, captando muchas miradas y sueños, así como hartas noticias para los medios de distracción. En el mejor de los casos, esa alianza seguiría su vuelo a un cielo tan desconocido como traicionero. Un vuelo que tal vez sólo se pruebe útil para ampliar el abismo entre el mundo de los políticos y el submundo de los ciudadanos. Y abismo toda vía más profundo respecto al inframundo indígena: ayer, hoy y mañana... si las cosas siguen igual.

Aparte de transformadora y enraizada en la sociedad, la alianza debería ser visionaria, tener un rumbo claro y certero. Nada de lo cual parece posible sin un diagnóstico del país igualmente preciso. Y es aquí donde comienzan las preguntas difíciles y hasta incómodas. Limitémonos por lo pronto a dos: ¿cuál es la principal polarización que hoy divide a México?, y ¿qué tanto los alineamientos partidistas de cara al 2000 corresponden a esa polarización, o qué tanto la distorsionan y encubren?

A nuestro confuso entender, la crisis de México es tan grave que ha vuelto a dividir al país, como tantas otras veces en su historia, en dos polos de plano primarios: de un lado, mayoritario, quienes ya sólo pedimos un México con futuro; y del otro lado, quienes ya no creen en México salvo como una especie de supermercado, lo mismo de autoservicio que de ventas al mayoreo (lo que, obviamente, no se dice... pero se hace). La diferencia con épocas anteriores es que la construcción de un futuro para México ya resulta imposible si antes no se paga la deuda con sus pobladores más primeros, comenzando con los que en Chiapas ya volvieron a decir ¡Basta!, sólo que ahora con una dignidad y una fuerza que ya se escucha por todo el mundo.

Pero la deuda indígena no es sólo un asunto moral. También es un asunto tan práctico que hasta un tecnócrata lo entendería. Para un país como el que hoy tenemos, la única manera de salir adelante en el huracán de la globalización, es revigorizando nuestras raíces. Además, ante dicho huracán ninguna democracia será suficientemente sólida y eficaz, si seguimos abandonando esas raíces indígenas en el lodazal del racismo. Aceptado eso, el gran polo del México-con-futuro, igualmente podría llamarse el polo de la democracia y, desde luego, el polo de la paz. Porque de poco servirá seguir proyectando una nación muy democrática, si la guerra termina destrozándola.

Absurdo como suena, para allá caminamos. Claro que esto no se dice en ninguno de los cada vez más ruidosos comerciales de quienes anhelan la Presidencia en el 2000. Como tampoco se lo dice, hasta donde sabemos, en la plataforma que serviría para darle algo de sustancia a la alianza de todos contra-el-PRI. Pero lo cierto es que la guerra contra los indios zapatistas no sólo sigue, sino que ha vuelto a escalar otro peldaño. Basta leer las impactantes crónicas de Hermann Bellinghausen, estos días, sobre la ``ocupación militar'' del ejido Amador Hernández, ya muy cerca del corazón territorial del zapatismo. El corazón ético, o corazón de a deveras, nunca será ocupado, simplemente porque -conviene no olvidarlo- ya se desparramó por todo el mundo.

Si ello es así, aquí y ahora la alianza más primera que necesita México, es la alianza contra la guerra en Chiapas. Y una vez desactivada la nueva escalada militarista dizque del ``gobernador'' Albores (¿un solo individuo jugando con el futuro de México), entendemos que la alianza más primera debería volcarse a colocar la primera piedra del nuevo país por todos proyectado: la piedra de la paz con democracia. De una paz verdadera, fincada en la justicia, y de una democracia multicultural, por fin nutrida desde nuestras raíces culturales.

Bienvenida toda alianza que asegure esa primera piedra, por lo menos. Magnífico, si en la alianza caminante ya son todos los que están, y ya están todos los que son. Pero si no es así, tal vez convendría realinear las cosas de acuerdo con la más real y profunda polarización del México actual