La Jornada sábado 21 de agosto de 1999

Adolfo Gilly
La frágil alianza

Con un moderado escepticismo he seguido desde lejos el proceso de discusión de una hipotética alianza electoral entre el PAN y el PRD. Este proceso fue lanzado en Cuernavaca por Cuauhtémoc Cárdenas a fines de febrero pasado, tomó vuelo durante la presidencia interina de Pablo Gómez y parece llegar a una conclusión con la actual presidencia de Amalia García.

Lo más llamativo es que la discusión se ha concentrado en cuestiones de procedimiento, sin entrar casi nunca a las cuestiones de sustancia. En otras palabras, han tenido lugar agotadoras y minuciosas negociaciones sobre el método de elección del candidato presidencial (encuesta, consulta, votación restringida, elección primaria), pero salvo vaguedades como ``sacar al PRI del gobierno'' y asegurar la ``gobernabilidad'' (palabra ambigua que muchos entienden como que se pongan de acuerdo los que gobiernan para que no se metan los gobernados), nada sabemos en concreto sobre el programa que la alianza ofrecería al país.

Pocas cosas dicen tanto sobre la pesada herencia que nos deja la inexistencia histórica de un verdadero sistema de partidos en México --comparable, en esto, a los casos de Rusia o de Argelia-- como la inmadurez de una coalición donde se discute exhaustivamente el ``cómo'' se unirán los interesados sin que antes quede claro el ``para qué''.

En el caso actual, la extraña casi unanimidad de los dirigentes del PRD a favor de una alianza con la derecha histórica mexicana, la heredera de los conservadores del siglo XIX y de los cristeros del siglo XX, encubre apenas el malestar que atraviesa en esta coyuntura a la corriente histórica nacional cuya moderna expresión partidaria es el PRD.

Por otra parte, entre disputas electorales internas y negociaciones cupulares y reservadísimas, el PRD, después de su resonante lucha contra el PRI y su aliado el PAN en el caso del Fobaproa, ha caído en el pasmo. Todo este año ha estado ausente de los conflictos y las cuestiones centrales de la realidad nacional. La dirección del partido poco dice o hace sobre el curso alarmante de las provocaciones militares del gobierno federal en Chiapas o sobre la prolongada huelga de cuatro meses en la UNAM, el movimiento urbano de resistencia más importante en mucho tiempo contra la política de despojo de bienes y desmantelamiento de derechos del pueblo mexicano que conduce el gobierno federal.

En esta ausencia de política frente a la realidad el PRD coincide con el PAN. Tal vez esa ausencia mutua, dejando a los mexicanos y mexicanas que se las arreglen como puedan frente a los embates del régimen mientras las cúpulas partidarias afinan la alianza, sea una de los puntos de coincidencia de la coalición misma. Pero mientras el PAN calla porque, como es costumbre, está de acuerdo con el gobierno en su política contra los indígenas y contra los estudiantes de la UNAM, el PRD calla en contra de sus propios programa, compromisos y políticas, y se distancia de los movimientos de resistencia y de aquellos enormes sectores cada vez más excluidos de todo a los cuales se debe. En esto, el PAN es coherente consigo mismo, el PRD no.

Esta diferencia es mucho más importante que la estéril discusión sobre el número de casillas, porque ella concede al PAN, leal en lo sustancial a la derecha a la cual responde y a sus compromisos históricos nunca desmentidos con el régimen y el PRI, una enorme y creciente ventaja sobre el PRD, que se distancia del mundo al cual pertenece para no romper la frágil coalición en ciernes.

Mejor mirar las cosas como son. Vicente Fox ni siquiera es hombre del PAN. Con dinero, complicidades y audacia se ha impuesto desde afuera sobre la estructura histórica de este partido. Son de conveniencia, no de principios, los lazos que lo atan a él. El candidato panista, por lo demás, no reconoce compromisos: ni una vez ha declarado que, si Cárdenas ganara en las hipotéticas elecciones internas de la coalición, él aceptaría el veredicto de las urnas y lo apoyaría. Es una advertencia clara sobre sus ambiciones y sus intenciones.

Vicente Fox se declara continuador de la guerra cristera, anuncia que sacará de Palacio Nacional a ``estos hijos de la revolución'' y, como conclusión, en su reciente manifiesto declara: ``No tenemos tiempo que perder: ya perdimos un siglo''. El siglo de la revolución mexicana, de Madero, de la Constitución de 1917, de Zapata, de Cárdenas y del Estado social, entre muchas otras cosas, es para Fox un siglo perdido. Imposible definición más sincera sobre sus convicciones y sus propósitos.

Aquí y en todas partes, contra lo que creen los políticos pragmáticos o los estadistas novatos que en estos días proliferan, la historia prima sobre la política. Salvo ciertos dislates como prometer un 7 por ciento de crecimiento anual del PIB, y cierto tufillo a Hernando de Soto, el ideólogo de Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori, el programa de Fox es impreciso y vago. Pero sus referencias históricas son precisas: sabe lo que dice y dicen lo que él quiere.

Otras razones tengo para afirmar que una alianza con el PAN, en estas condiciones, implicaría para el PRD y para su corriente histórica un costo elevadísimo. Daré una sola: el PAN es un partido ligado simbióticamente al régimen del PRI y nunca, en ninguna cuestión de fondo, ha cumplido sus acuerdos con el PRD o ha faltado a sus compromisos con el régimen: elecciones de 1988, quema de las actas en 1991, reformas al artículo 27 y al artículo 3¼, debate en las elecciones de 1994, presupuesto, Fobaproa, presupuesto para el Gobierno del Distrito Federal. La lista es interminable.

¿Por qué quiere la dirección del PRD creer que esta vez cumplirá? ¿Cuáles prendas ha recibido de que las largas sesiones en la residencia particular de Diego Fernández de Cevallos no son una nueva añagaza como todas las precedentes? Si aprueba la alianza, deberá explicarlo al partido y al pueblo.

Una razón última, que por sí sola ahorraría todas las precedentes. Si el Ejército se lanzara a aplastar a las comunidades indígenas en Chiapas, si el gobierno federal decidiera romper por la violencia la huelga de la UNAM, si resolviera forzar la privatización de la energía eléctrica, si una imprevista cuestión política de fondo surgiera de la crisis misma del país antes de julio del 2000, ¿qué política tendría la alianza, qué posición tomaría su candidato? Esta alianza es muy frágil. Cualquier ataque serio del régimen o de la realidad la haría saltar en pedazos. No necesito decir quiénes pagarían el costo más alto ante sus partidarios, ante sus responsabilidades y ante el futuro.