Leonardo García Tsao
Lágrimas de cocodrilo

Debo confesar dos debilidades cinematográficas. Una es encontrar irresistible ese espíritu de serie ``B'', dispuesto a revivir subgéneros como el del animal grandote, que ataca de preferencia en hábitats acuáticos. La otra es Bridget Fonda. Por lo tanto, ver Cocodrilo era una especie de profesión de fe.

Craso error. La película no tiene ni siquiera el encanto de asumir con cínico desparpajo su militancia chafa como lo hizo Anaconda hace dos años. La muy improbable aparición de un enorme cocodrilo asiático en un lago de Maine provoca las muertes iniciales de rigor y la consecuente reacción oficial, para la cual se recluta a una paleontóloga (Fonda), un guardia forestal (Bill Pullman), un sheriff (Brendan Gleeson) y el infalible experto/excéntrico en la materia (Oliver Platt). Aunque recurre en varias ocasiones al tono chacotero --los constantes pleitos entre los personajes de Gleeson y Platt--, el innoble churro no se decide abiertamente por la parodia, no obstante nada resulta creíble como para tomarse en serio. El giro más inexplicable se da cuando se decide capturar vivo al cocodrilo, pues matarlo sería un crimen ecológico. Ni los aficionados adolescentes al gore saldrán satisfechos, porque a partir del descubrimiento de las cualidades positivas del reptil, no vuelve a desempeñar actos de extrema violencia. (Creo que es un acto de conciencia cinéfila revelar que TODOS los personajes sobreviven al final, una afrenta a las reglas elementales del género).

Desde sus créditos, este Cocodrilo despertaba suspicacia. El director Steve Miner no ha acumulado un solo título aceptable en sus casi 20 años de carrera, especializándose en filmar secuelas abominables como el reciente recalentado de Halloween. Y el guionista/productor David E. Kelley también genera desconfianza pues lo único admirable que ha hecho es casarse con Michelle Pfeiffer. Sus antecedentes son más bien televisivos --es el responsable de la popular serie Ally McBeal, por ejemplo--y cuando ha escrito para cine --esa cosa lacrimógena llamada A Gillian en su cumpleaños-- ha confirmado una sensibilidad cursi, por completo discordante a la requerida para una película de bestias asesinas.

¿Qué decir de Bridget Fonda? Su función aquí se limita a cumplir el estereotipo de la citadina quisquillosa, con la constante de caerse torpemente de cualquier vehículo en movimiento. Ciertamente, una actriz que ha mostrado una relajada sexualidad en Jackie Brown, o el lado Lady Macbeth de la gringa común en El plan, merece un agente que la salve de estas vergonzosas chambas.

Tan aguda es la decadencia de Hollywood que ya son incapaces de hacer una ordinaria película de monstruos, como los producidos por Roger Corman en sus buenos tiempos. Durante décadas, siempre se pudo contar con el subgénero del monstruo gigante para una divertida admonición sobre los peligros de la ciencia. Incluso, un título como Alligator, terror bajo la ciudad (Lewis Teague, 1980) se perfila ahora como El ciudadano Kane de las películas sobre saurios gigantes, ya puestos a escoger en categorías extrañas (claro, el guión era de John Sayles, que nunca escribió teleseries sobre abogadas anoréxicas). Cocodrilo es más grave que una mala película: es otro síntoma del agotamiento total de una industria.

COCODRILO

(Lake Placid)

D: Steve Miner/ G. David E. Kelley/ F. en C: Daryn Okada/ M: John Ottman/ Ed: Marshall Harvey/ I: Bridget Fonda, Bill Pullman, Oliver Platt, Brendan Gleeson, Betty White/ P: David E. Kelley y Michael Pressman para 20th Century Fox. EU, 1999.

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