Nuestro siglo es, quizá, el siglo revolucionario por excelencia. Parece el hombre acometido de una noble inquietud para remover lo apelmazado y definitivo; nos domina un ansia inmensa de rutas nuevas, de novedosas perspectivas. Puede que uno de nuestros logros sea advertir que padecemos una indigestión de lugares comunes, de horizontes exactos, de objetivos precisos, geométricos, medidos. Nos ahoga la ciencia, la filosofía, la inconmensurable tramoya intelectual almacenada en 20 siglos de esclavitud, durante los cuales no hemos sabido ya no resolver, sino encarar el problema de nuestra irracionalidad. Romper la continuidad con el pasado, cubrir de sombras la luz de la civilización, enterrar en el desconcierto todas las definiciones que nos sostienen, que nos aseguran porque no hallamos en ellas una partícula de verdad; lo cual es un deleite bastante revolucionario que asalta continuamente a los jóvenes, tal como sucede en la UNAM.
No hay un gesto más representativo de esta nueva ideología sin ideas cuya misión consiste, de manera principal, en destruir las cosas como quien rompe un muñeco para ver lo que tiene dentro. Los ultra acogotando y estrujando contra una pared a las más veneradas figuras del pensamiento universitario mexicano. Cuerpos y cabezas les sirven para jugar a la pelota en medio de burlas.
Nuestros jóvenes ultra (con o sin padrinos) reclaman fuertes reactivos de demolición, de análisis, de planteamientos de viejos y eternos problemas en formas nuevas; en hipótesis absurdas y extravagantes (pliego petitorio). Actitudes, si se quiere irracionales que han obligado a pensar y emplearse a fondo a nuestras inteligencias más lúcidas.
Las incoherencias o desigualdades de los ultras del CGH, o lo relativo o persistente de su proceder contra las leyes, pueden hallarse en la mayor o menor fijeza de su anterior personalidad; excluidos, marginados, en el exilio. Cabría aquí una reflexión de Jacques Derrida: ``...la ausencia de modelo estable de identificaciones lingüísticas y culturales lleva al borde de una locura de hiperamnesia, a un suplemento de fidelidad: prenderse en el límite de la escritura, de la lengua, de la experiencia, que llevan a la anamnesis más allá de la simple reconstitución de una herencia dada, más allá de un pasado disponible, de una cartografía, de un saber desdeñable. Si hay nostalgia y exilio no hay hábitat posible...''
Cabe ahora la pregunta: ¿qué política es la suya? La política que aprendieron. Todas estas ideas contrahechas y absurdas que surgen en la vida política nacional, en la que parece se trata de romper normas, pero... a la escondida, y que por lo mismo no se exteriorizan, deben hallarse dotadas de una fuerza de penetración que se anidó en los ultras.
Nuestras ideas nacen para vivir y aquellas que no lanzamos al exterior por miedo de su deformidad, no huyen y encuentran en los ultras universitarios la hospitalidad de la UNAM, para ejercitar ese derecho a la política que tiene todo el que nace, y los lleva a romper la continuidad con el pasado -a pesar de todos los pesares-, las leyes y el sentido.
José Gaos en su texto ``Meditaciones sobre la universidad'' cita las siguientes líneas de Ortega y Gasset, a propósito de las ``salvaciones'':
``Colocar las materias de todo orden, que la vida en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como restos inhábiles de un naufragio, en postura tal que dé en ellos el sol inumerables reverberaciones. La salvación no equivale a loa ni a ditirambo; puede haber en ella fuertes censuras. Lo importante es que el tema sea puesto en relación inmediata con las corrientes elementales del espíritu, con los motivos clásicos de la humana preocupación. Una vez entretejido con ellos queda transfigurado, transustanciado, salvado.''