Tensión a las puertas del valle de Amador

a-hernandez-chis-1-JPG Hermann Bellinghausen, enviado, Amador Hernández, Chis., 19 de agosto n La situación aquí, lejos de distenderse, se agrava. El gobernador Albores va por todo y ya mandó acá a la Seguridad Pública. Con decir que hasta mandos de la inteligencia militar de la Marina han venido a parar a la puerta del valle de Amador.

La amenaza es de grandes dimensiones. A través de la radio y la televisión estatal, el gobierno ha decidido movilizar a las fuerzas vivas (estudiantes, amas de casa, comerciantes, transportistas, campesinos leales) contra "los que se resisten al progreso de los chiapanecos".

La ofensiva sobre Amador, además de hacerle al Pentágono el trabajo sucio, forma parte de la campaña electoral de los amigos de Albores, y ya sentó las bases para la guerra civil y la cacería de brujas.

Pero Amador Hernández, en el corazón de la selva Lacandona, es uno de los corazones más grandes de los mexicanos y todos estos indígenas son chiapanecos, pero en su orden de identidad son primero mexicanos. A lo mejor ese es su problema.

La experiencia de solidaridad, de resistencia, de sentimientos transparentes, hace de este húmedo y de momento triste ejido una lección de dignidad y pacifismo que apela a todos. Incluso a los autoproclamados enemigos de su lucha, a quienes ayer regalaron con bayas rojas y flores amarillas, blancas, púrpura y violeta.

En respuesta, les mandaron a la policía.

"Hermanos soldados", decía ayer una mujer, en un tono distinto al de otros discursos de los indígenas en plantón, "venimos a decirles con estas flores, que tenemos amor con ustedes, corazón con ustedes. Pensamos que algún día van a ser soldados del país".

Y los soldados se rieron.

La mujer siguió diciendo: "Sirven a grupo de ricos, y nos da pena".

Y un hombre, tomando el micrófono, expresó: "Soldados, ustedes están comiendo su propia carne de familias campesinas. Están luchando contra su propio pueblo. Así como nos dicen que vienen por el progreso, ustedes saben que no vienen por eso".

Un joven de pasamontañas me responde, cuando le pregunto por qué se oponen al camino:

-No lo hacen por nosotros. Es para que puedan meter más ejércitos en contra de nosotros".

Un hombre, parece de autoridad, y viene de dentro de los Montes Azules, descalzo y enjuto, habla de cara a los centenares de soldados:

"Piensa, reflexiona soldadito, para que luches al lado del pueblo. Porque si no vas a seguir triste atrás del alambre. Eres indígena, recuerda".

Y una muchacha dice luego: "Soldaditos, aquí te vamos a cantar un canción pa' que no te sientas solo". Y entonan Cartas marcadas: "Por todas las ofensas que me has hecho", empiezan, a coro, decenas de indígenas. "Hoy quiero sonreír, hoy quiero vivir".

Otro orador adopta un tono más retador, detrás de las púas y las flores: "Ustedes encerrados y nosotros libres. Ustedes tienen libertad para hablar, pero venimos aquí y nos responden con silencio. Quiten esa malla, tapa el camino de nosotros".

Están tocando la guitarra los indios en el lodazal. "Vamos a decirles un canto en tzeltal", dice un señor, "porque hoy estamos contentos".

Debo decir que el hombre lo dice con voz triste. O será que no entiendo ya nada.

 

Lo que los caminos traen

 

Todo el día, todos los días, cada día en mayor número, los indígenas, bases de apoyo del EZLN de los pueblos circunvecinos -los que serían "beneficiados" por el camino que traen los militares- están de plantón y protestan, tenaces, sin miedo. De por sí ya dijeron. Quieren justicia, igualdad, y progreso, pero no así.

"No que rechacemos las carreteras porque no queremos caminos así nomás. Pasa que ya sabemos qué train los caminos. Primero que nada, a los federales", dice Elías, un hombre de edad, según se distingue bajo su pasamontañas. No grita, está a un lado, alza el puño. Sus ojos transmiten una especie de sonrisa que doliera, sonrisa quién sabe por qué si está indignado.

El vado de Amador Hernández es escena de la protesta de cada día de más indígenas de las comunidades más allá de las cañadas hacia el este.

"No ha llegado el camino, y los ejércitos ya llegaron", remata el hombre, con su bastón de más de un metro encajado en la tierra. A su lado, nadie toca una hortiga de grandes hojas y pequeñísimas espinas.

"Escuecen", informa, un poco demasiado tarde, un niño de unos 10 años con el paliacate caído del rostro. Abel da un paso adelante y se une al coro: "Chiapas, Chiapas no es cuartel, fuera Ejército de él".

A pocos pasos sucede una escena singular. A través de las mallas y la cerca, un grupo de jóvenes indígenas zapatistas que participan en el plantón contra el bloqueo, reconocen a uno de los soldados que forma la valla. Esta ocasión los soldados no traen al cinto sus granadas de gas paralizante, y que puede ser mortal, mismas que traían el día anterior. Sólo traen unos garrotes de plástico ligero, pero contundente y también paralizante.

Atrás de ellos, fuera de nuestra vista, se encuentra la mayor parte de la artillería que cayó del cielo en días pasados en este valle, el último al que habrán llegado las galletas de animalitos y los refrescos enlatados.

Los muchachos, bajo su pasamontañas, se suceden unos a otros hablándole en tzeltal a un soldado, también muchacho, y conocido de por sí; viene de la comunidad El Calvario, no lejos de aquí. a-hernandez-chis-10-JPG

El interpelado responde con monosílabos, sonríe nerviosamente, muerde un encendedor azul de plástico, trata de apoyarse emocionalmente en sus compañeros de tropa, todos vestidos como él de un uniforme verde olivo, y que no entienden ni jota y le preguntan: "ƑQué dicen?", y el otro no les responde, pues le ha de dar pena.

El niño de antes traduce: "Le dicen que regrese a su tierra, que si no le da vergüenza venir a chingar a sus hermanos, que ya agarró la moda del uniforme de soldado".

En realidad quién sabe qué tanto más le dicen, en tonos que van de la burla a reproche amistoso al, seguramente, insulto. La situación se torna a tal grado incómodo que el mando le indica que se retire del cordón y lo releva por otro soldado igual de moreno, igual de indígena, pero desconocido.

Pero esta es sólo una incidencia marginal de la protesta incansable que transcurre desde la mañana hasta que se va la luz. Cientos de campesinos realizan uno de esos mítines zapatistas de consignas, discursos y canciones que no descansan, "los acuerdos de San Andrés son ahora y no después", "el pueblo, unido, jamás será vencido".

Y a la vez, hay un ingrediente inusitado de protesta estudiantil, al son de "culeeéros", "el que no brinque es porro" y se ponen a brincar en el lodo.

Los mensajes a los soldados que se les oponen, amenazantes y silenciosos, a veces provocan un cambio de gesto en sus rostros, entrenados para ser inexpresivos.

"Recibes órdenes de una dictadura, que son tus jefes", dice una mujer.

"Tú limpias su letrina de tu patrón", le grita un hombre.

"Soldadito, eres indígena, recuerda, y estás allí atrás de ese alambre como el puerquito que tengo allá en mi casa", dice una mujer más, de paliacate al rostro, tomando el micrófono con las manos.

Algunos traen pozol. La mayoría, sólo agua. El mismo régimen para los estudiantes, a quienes las autoridades les quieren echar el mundo encima, o de menos el guante, y los culpan de la protesta. O sea, no les perdonan haberla hecho visible. Los representantes civiles del gobernador Albores, que llegaron al sitio en los helicópteros barrigones del Ejército Federal, insisten en echarles la culpa "de que la gente esté tan brava".

 

El operador político

 

Por segunda ocasión, este enviado intercambia algunas palabras con Iván Camacho, el "operador político" de Albores en este problema tan militar. Con barba de varios días, el ex candidato a gobernador por el PT (y que quiso serlo por el PRD en 1994), ex colaborador cercano del general Absalón Castellanos, y por lo visto ahora de Albores Guillén, dice que "no hubo gases lacrimógenos ni de ninguno", aunque para entonces eso ya lo reconoció la prensa oficial, y si no eran lacrimógenos eran de otros y dejaron lesiones en piel y mucosas de varias personas. Me consta.

Nos separan dos espirales de malla amenazante. Por un hueco nos damos la mano. A su lado, otro representante de la Secretaría de Gobierno que no dice su nombre y como usa barba, no se le nota, como a Camacho, que no se ha rasurado.

Acaba de alzar vuelo otro helicóptero. Ellos están dentro del círculo del helipuerto. Del lado de acá la maleza esta doblada hasta el piso de tanto ventarrón de los helicópteros.

-ƑPara qué tanto alambre y tantas cosas? ƑPiensan quedarse los soldados?

-De eso yo no sé -responde-, eso es cosa del Ejército. Yo vine aquí para buscar la conciliación política.

Con razón se la pasa todo el día desocupado, yendo y viniendo con los oficiales y el agente del MP, echándole un ojo a la protesta, puesto atrás de todas las barreras del Ejército. O supervisando algunos envíos por helicóptero. Quién sabe dónde andaba a la hora de los gases.

Después nos seguiremos viendo, ocasionalmente, a lo lejos, en el vado.

Del diario de una maestra rural

 

"Miércoles 11 de agosto. 4:30 pm. Toca un cuerno en llamado para una junta. La campana de la iglesia toca sin cesar y cada vez más rápido. La gente sale de sus casas. Todos están afuera. Nadie se mueve. Veo caras de incertidumbre. Los campesinos están viendo qué van a hacer porque el Ejército Federal está en Amador Hernández. No saben cuántos soldados llegaron pero ya están allí".

Ruth trabaja en las comunidades de la región. El día que escribió estas palabras en su cuaderno Scribe de cuadrícula se encontraba en la comunidad de El Guanal, a unos cuantos kilómetros de Amador Hernández, y prosigue su relato:

"Sólo se ven niños en la pista, porque los adultos están en la iglesia. Los niños me dicen que la junta es para ir a sacar los soldados. Me entero que sólo los hombres irán. Ensillan sus caballos, llenan sus mochilas, meten su paliacate y su pasamontañas. Puedo observar 20 o 30 hombres, unos a caballo, otros a pie.

"Algunos voltean y encuentran mi cara y me mandan un saludo con la mano. Mis ojos son los que responden, mi voz no puede. Y sólo deseo volver a ver muy pronto esas caras sonriéndome. Así es como veo a don Pedro, un buen amigo de este ejido, y veo con nostalgia cómo se aleja con la mochila al hombro y se pierde para defender su vida".

No sé por qué me muestra el apunte, días después, en Amador Hernández. Por suerte ha de ser.

"En todas las caras que quedan veo temor y esperanza de que esos hijos, esposos o padres regresen. Los hombres que salieron en su mayoría son jóvenes de 15-20 años. Entonces pienso en Juan, cuando todavía recibí mi lección de tzeltal.

"Ahora estoy sola en la escuela. Afuera el agua moja toda esta tierra. Alcanzo a escuchar el radio por el cual se comunican de un ejido a otro, pero no percibo las palabras exactas. Nadie dice nada, y tengo miedo, miedo por mí y por ellos. De repente escucho pasos a gran velocidad, y eso me asusta más. Tal pareciera que quieren aumentar mi miedo el cielo que truena y la lluvia que golpea el techo pero deja pasar el frío que ahuyenta mi cansancio.

"En el ejido parece que nadie dormirá esperando noticias, en todas las casas se puede ver la puerta abierta, con la luz encendida, y las mujeres sentadas sin que las venza el sueño. La lluvia calma y recupera. Se oye el canto de una rana y algún grillo. El radio sigue emitiendo noticias pero no escucho qué dicen.

"Tengo en la mesa café y elote, pero no tengo hambre, tengo miedo de apagar la luz, pienso en todos mis amigos de Amador, en Higinio y sus cuatro hijos. ƑDónde estarán? Gabriel, Antonio, puede que con esta lluvia mañana tendrán todos un resfriado".

Evidentemente, el día ha transcurrido mientras Ruth toma nota. Piensa en sus padres, en que estarán preocupados por ella.

"La lluvia ya calmó un poco mi preocupación. Mis ojos están ya secos y mi boca ya no emite gemidos de dolor. Sólo espero y pido a todos aquellos que en este momento no sé dónde están en la montaña, que no se precipiten, y que me permitan volverlos a ver".

 

Tras el estado de sitio

 

Las pistas para las avionetas en Guanal, Pichucalco, Benito Juárez, Plan de Guadalupe y Amador Hernández aparecen erizadas de estacas, para impedir que, al menos allí, desciendan los helicópteros del Ejército Federal.

El bloqueo en Amador Hernández está aislando toda una zona de la selva.

Eso tiene en vilo a casi 20 comunidades, mayoritariamente zapatistas y de Aric Independiente, tzeltales, provenientes, antes de la colonización, de Sitalá, Chilón y Yajalón.

En un promontorio, un poco por encima del río y el vado donde se instaló el Ejército Federal, cientos de indígenas pasan la noche. Al paso de los días han edificado fogones y cobertizos casi simbólicos.

Al principio y fin del día en protesta, forman largas colas para comer tostadas, arroz y un agua frijolosa. Algo de café. Las mujeres de las distintas comunidades, turnándose, se hacen cargo.

Los estudiantes que vinieron a dar hasta acá están profundamente conmovidos, a-hernandez-chis-9-JPG galvanizados. "Nunca vi nada parecido", dice una joven antropóloga, ante las sucesivas experiencias de la protesta, que pasó de los garrotes a las flores, de las mentadas a los cánticos, y luego el campamento, la guardia, el esfuerzo, la falta de miedo en las mujeres allí, los niños, los hombres.

"La preocupación quedó allá en mi casa", dice Jacinto, mojado por la lluvia, en el camino liso de tanto lodo que atraviesa una milpa y desemboca en el pueblo de Amador Hernández.

Excepto cuando sobrevuelan insidiosamente los helicópteros, echándole un ojo a todo el poblado, aquí parece haber cierta tranquilidad. Las familias de la Aric Independiente permanecen a la expectativa, reservadas. También de su organización se están reuniendo gente de distintas comunidades.

El operativo que el Ejército Federal y Albores llevan adelante, además de trastocar completamente la cotidianidad de las comunidades, ya empieza a soliviantar a los priístas de San Quintín y hasta los de la Aric Oficial de Nuevo Chapultepec, que según había dicho nuestro guía, "se llevan bien con los zapatistas y de la otra Aric".

El independentismo alborista y su desarticuladora idea de la remunicipalización autoritaria, acompañados de un despliegue militar sin límites de ninguna clase, son los ingredientes del coctel más explosivo en Chiapas desde los días de Acteal y hasta peor. "Chiapanización del conflicto" es el nuevo nombre de la guerra.

Un episodio raro sucedió el pasado viernes 13 en Amador Hernández. Un helicóptero descendió, y sus tripulantes dijeron venir de parte de la Cocopa, que querían hablar con la gente. Los campesinos decidieron que no, y el helicóptero se retiró.

A partir de ese momento, la gente sembró de estacas la pista.

Los estudiantes fueron alojados en las afueras de la comunidad. Allí pasan, a lo más, las noches. La mayor parte del tiempo están en el vado, a orillas del helipuerto o en la guardia de las familias.

Albores sale de cacería

 

Muchos estudiantes ya se retiraron, y otros pretenden hacerlo en los próximos días. Mientras tanto, la Policía Judicial organizó a los habitantes de Nuevo Momón y El Edén, en Las Margaritas, para cerrar el paso hacia La Realidad.

Esta mañana, allí fueron vejados verbalmente, y amenazados, por elementos de la Policía Judicial del estado, en ese mismo sitio, un grupo de estudiantes provenientes de Amador Hernández, quienes hubieron de caminar 16 horas y viajar en camión otras ocho para llegar a Las Margaritas, perseguidos y vigilados por policías de civil, que los filmaban y hostigaban.

En las afueras de Las Margaritas, un coche Nissan, con placas de Tabasco, que rondaba a los estudiantes que salían de la selva pasó cerca de este enviado. Uno de los seis tripulantes, todos con tipo de agentes, gritó mientras se introducían en la ciudad.

-Al rato venimos por ti, cabrón.

Eso forma parte de un clima, junto con la ominosa vigilancia que esta noche se mantiene, por cortesía del gobierno estatal, en torno a distintas ONG independientes de San Cristóbal de las Casas. Y las "órdenes de aprehensión" que agita en el aire con firme ánimo represor el procurador Montoya Liévano, enrarece más el ambiente.

Desde San Quintín, a menos de 20 kilómetros de Amador Hernández, el gobernador Albores dio a entender, cerca de la gran ciudadela militar de la selva, que se manda solo, y asume todas las consecuencias.

Ha de ser por eso que la gente de Gobernación, en el DF, dice que no sabe nada de todo esto.

 

(Aclaración: En la nota publicada ayer por La Jornada, este enviado cometió un error en cuanto a fechas. Se tragó un domingo 15. La primera caravana de estudiantes llegó a Amador Hernández el sábado 14 por la noche, y no el viernes. El ataque con gases fue el domingo 14. Esa noche llegó el segundo grupo de estudiantes, después de caminar también un día entero. Por lo demás, la relación de los acontecimientos es correcta. Una disculpa a los lectores, pero es que con las prisas...)