El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que de vez en cuando conviene consultar para no perder el contacto con las raíces del idioma (especialmente ahora que la lengua vernácula está pletórica de ``madrazos'', sanguijuelas, ``jaladas'' y ``víboras prietas''), define la palabra ``transición'' como ``la acción y efecto de pasar de un modo de ser... a otro distinto''. Y vaya que, aplicada a la política, pasar de setenta años de dictadura de partido (y de su engendro inevitable, el presidencialismo autoritario) hacia la plena democracia sería para los mexicanos, definitivamente, un modo distinto de ser. El problema, sin embargo, es que nadie se atreve a predecir el futuro y las combinaciones parecen interminables: el PRI con alguno de los ``cuatro fantásticos'' (o con un quinto jinete aún no destapado; ¿José Antonio González Fernández?); el PAN y el PRD: solos, con sus candidatos naturales, o coaligados bajo la bandera de Vicente Fox o Cuauhtémoc Cárdenas. (Hay quienes piensan que sacrificar la ideología para lograr la alternancia en el poder no vale la pena: ¿el PRD en los zapatos... perdón, las botas, de Vicente Fox?) Y, cuando todo parezca estar arreglado, el enfant terrible de la política mexicana, Porfirio Muñoz Ledo, pudiese hacer de las suyas para arruinarlo todo.
¿Que cuántas veces se va a lanzar Cuauhtémoc Cárdenas: tres, cuatro, cinco? Preguntadle a Franois Mitterrand o a Salvador Allende. Nadie les llevaba la cuenta. ¡Cuidado! Porque si pasamos al plano de la política con matices ideológicos concluiremos que más allá de nuestras imitaciones extralógicas ``a la estadunidense'' (con pancartas y eslogans y agencias de publicidad; con ratas y ``madrazos'' y ``sí se puede'' futboleros) las ideas brillan por su ausencia. Todos los ojos están puestos en la presidencia de la República: el fin justifica los medios.
En la esfera internacional nuestra desordenada transición ``a la mexicana'' está desquiciando a los analistas políticos y financieros. ¿Quién representará las finanzas mexicanas en la próxima sesión del FMI? ¿Uno de los ``amigos de Fox''? Setenta años de pragmatismo priísta han acostumbrado a nuestros socios internacionales a tratar con funcionarios que, para bien o para mal, han mantenido las relaciones funcionando frente a tirios y troyanos (o demócratas y republicanos, que para el caso da igual). Algunos dicen: ``en todas partes se cuecen habas''; Bill Clinton sucedió a George Bush (y, en un curioso vuelco del tiovivo político, aquél pudiera ser sustituido por otro George Bush, el hijo); Gerhard Schroeder desbancó al canciller eterno, Helmut Kohl; y Tony Blair, uno de los principales artífices de la tercera vía (para desilusión de Carlos Salinas), acabó con los restos del thatcherismo. Sí, pero Vicente Fox no es Tony Blair, ni Roberto Madrazo es Schroeder. Además, nuestros socios internacionales tienen el temor de que la alternancia mexicana sea un Caballo de Troya que lleve en sus entrañas la destrucción inmediata de la estructura erigida por los gobiernos ``revolucionarios''. Una Moncloa sin perdón.
En el exterior existe la firme creencia de que se desmorona el consenso político de la era posrevolucionaria. ¿Pero cuál será el rostro de la nueva democracia mexicana: la civilizada España de Juan Carlos o la explosiva Rusia de Boris Yeltsin? ¿El entierro de todos los rencores o una borrachera democrática alentada por la ingobernabilidad, la intransigencia y las mafias internacionales?
Se antoja parafrasear a Winston Churchill (el hombre que siempre tenía a flor de labios la frase perfecta para los más escabrosos momentos de la historia): México, igual que la ``insensata humanidad'' churchilliana, tiene la capacidad para avanzar hacia un futuro brillante y promisorio, con la misma facilidad que podría regresar a la edad de piedra. La suerte está echada.