Javier Wimer
La huelga perenne

La propuesta de los maestros eméritos para una negociación entre las autoridades universitarias y los huelguistas fue recibida originalmente con más escepticismo que esperanza. En los últimos días ha tenido, sin embargo, un repunte espectacular a partir de la participación de algunos de estos maestros --López Austin, Sánchez Vázquez, Peimbert y Villoro-- en una asamblea convocada por el Consejo General de Huelga.

El encuentro constituye un verdadero parteaguas en el actual conflicto ya que por primera vez en este tipo de asamblea se rompe la ominosa unanimidad, y por primera vez las voces disidentes no son acalladas por injurias, gritos y aullidos cavernarios. Una golondrina no hace verano pero puede anunciarlo.

La iniciativa ha dividido a los huelguistas y ha recibido un generalizado apoyo de un amplio sector de la sociedad aunque, como era de esperarse, también el rechazo furioso de los partidarios del todo o nada, venceremos, y de los partidarios del uso de la fuerza pública.

Entre ambos extremos se abren paso y crecen las fuerzas del sentido común. El documento de los eméritos no quiere ser ni se presenta como una solución al conflicto pero sí como un compromiso entre autoridades y huelguistas para levantar la huelga y para emprender una necesaria reforma universitaria. No se le pide a los adversarios que capitulen sino, simplemente, que se sienten a dialogar.

El arranque de la negociación y la negociación misma resultan difíciles no tanto por la supuesta intransigencia de las autoridades, que ya han cedido en algunos puntos y que podrían ceder en otros, sino esencialmente por la extraordinaria heterogeneidad de un movimiento que se ha convertido, simultáneamente, en foro de exigencias académicas, en cauce de inconformidades sociales y en carnaval fuera de temporada que congrega a maestros, alumnos y padres de familia en cólera, a vendedores de bisutería ideológica, a sindicalistas, desempleados y solicitantes de vivienda, a chavos banda, fósiles y pistoleros.

Con estos componentes, parece natural que el movimiento resulte, en última instancia, anarquista y anarquizante, enemigo de la autoridad, de la jerarquía y de las intermediaciones. Que resulte incapaz de elegir objetivos fijos, estrategias consecuentes y liderazgos estables. Que resulte, en suma, un organismo inapropiado para una negociación.

Después de las cien representaciones todo espectáculo aspira a volverse perenne. En el París de hace medio siglo se estrenaron La cantante calva y La lección, de Ionesco, y ambas piezas aún se mantienen en la cartelera del Theatre de l'Huchette aunque, naturalmente, con los cambios de personal que imponen necesarias jubilaciones y fallecimientos.

Los ciento y pico de días que lleva la huelga universitaria no desalientan a muchos de sus dirigentes, o como se autodesignen quienes encarnan o suplantan la voluntad de la mayoría, sino parecen animarlos a seguir el largo camino de la eternidad. Sea como huelguistas o como caudillos de una universidad con estilo de huelga.

Los radicales piensan que la partida está ganada y que no necesitan negociar con nadie. Son dueños de las instalaciones y del tiempo. Sólo falta que el rector les entregue la renuncia y las llaves para que una magma asamblea sin coordinadores, delegados, lugartenientes, portavoces, representantes o vicarios, asuma a plenitud los destinos de nuestra vetusta pero renovable universidad.

Mientras llegan esos dorados días es necesario ganar tiempo o perderlo, según la perspectiva que se adopte, mediante la prolongación de la huelga hasta lograr que el campus universitario se dedique, no al estudio o a la investigación, sino a la convivencia pura, a la celebración épica, al placer, regocijo y recreación que, a fin de cuentas, es la otra acepción de huelga que registra el Diccionario de Autoridades.

El movimiento es demasiado confuso para pedirle inteligencia política. En vano se esfuerzan algunos en ponderar las excelencias del diálogo y la negociación ante quienes se nutren de ilusiones anarquistas y de vivencias lúdicas, ante quienes abandonan el hastío de la rutina y del anonimato para descubrirse a la luz de una experiencia comunitaria de solidaridad, de relajo y de poder.

El movimiento ha logrado su objetivo central que era la anulación del aumento en las cuotas escolares y aún podría, como lo propone el documento de los maestros eméritos, obtener la anulación del reglamento de pagos. Pero no hay posibilidades de negociar mientras las cabezas de la hidra deliberante se aferren a demandas desmesuradas, mientras confundan el asambleísmo con la democracia y a la UNAM con una empresa cuyos propietarios pierden con la huelga, mientras no adviertan que los estudiantes son, simultáneamente, los extorsionadores y las víctimas principales de la extorsión.

En las actuales circunstancias las vías de salida del conflicto son muy limitadas. Si descartamos la indeseable intervención de la fuerza pública y descartamos que las autoridades permitan o alienten el choque entre grupos estudiantiles, sólo queda la posibilidad de una negociación que garantice una indispensable reforma universitaria o la utopía de la huelga perenne que terminaría en la desintegración paulatina del movimiento.

Si ahora no hay negociación, es posible que esta huelga, que se piensa heroica y que es ya paródica y caricaturesca, termine como aquel personaje de Kafka cuyos perseverantes ayunos le valieron la fama, luego el olvido y, finalmente, el desalojo aséptico de la jaula donde se exhibía.