Testimonios de un hombre cerca del linchamiento

Soñar con la ira en Tulyehualco

Sandra Palacios Zarco n Alejandro Osorno Palma siente el ardor en la piel por las quemaduras de cigarrillo que aún calan sobre la espalda. Su cuerpo tiene lesiones que apenas empiezan a cicatrizar. Han pasado cinco días desde que los habitantes de Tulyehualco, en Xochimilco, lo golpearon, pero el dolor sigue ahí, recorriéndolo.

La pesadilla aún no termina, dice. Apenas cierra los ojos para descansar y vuelven a su mente las escenas de violencia que vivió el pasado sábado en el kiosco Quirino Mendoza de Tulyehualco, territorio donde los hombres que encabezan guardias nocturnas estuvieron a punto de matarlo. Por un lado vuelven las escenas de las mujeres con trenzas y rebozos que clamaban a gritos que lo lincharan; por el otro, rostros de hombres y niños que se mofaban del dolor que sentía cuando desconocidos lo golpeaban.

Y arriba, en el kiosco, las amenazas que escuchó durante diez horas: "šÓrale, pinche cabrón, más vale que aceptes que eres un ladrón porque de todos modos te va a cargar la chingada!" "šSuelta todo lo que sabes. Queremos nombres de tus cómplices!" "ƑNo que muy valiente? A ver, a Ƒcuántas has violado?, Ƒcuántos asaltos has cometido?, Ƒeres de la banda de Los Limones? Hijo de la chingada, más vale que lo aceptes todo, porque de todos modos te vamos a tronar..."

Más allá, Alejandro también veía a su madre, con un llanto prolongado, agudo y triste.

"Y yo, Ƒqué sentía? La verdad pensé que hasta ahí llegaba. Cuando se está tan cerca de la muerte lo primero que hace uno es encomendarse a Dios, le pedía que cuidara a mi hija Alejandra Banessa, ella era la que más me preocupaba en ese momento", cuenta Osorno Palma, quien se encuentra recostado en cama.

"Ya no aguantaba. Con el sol la piel me ardía, para cuando llegó la delegada al kiosco ya estaba muy débil. Tenía hambre y sed, pero no quería nada del pueblo y cuando me ofrecían agua la rechazaba. Ellos se enojaban y me metían la botella a fuerzas, también a la mala, me metieron el pan a la boca, quería desmayarme para no sentir nada."

En su habitación donde se recupera de la golpiza que le propinaron los vecinos de Tulyehualco, poblado de Xochimilco, dice: "ƑUsted cree que si yo fuera ladrón viviría así? Mire mi casa, techos de cartón, puertas de lámina, sin nada de lujos, así vivo con mi familia, pero honestamente todos trabajamos y somos una familia decente".

De entre las paredes amarillas donde descansa el joven de 23 años, sobresale la imagen del Niñopa, al lado se ven fotografías con familiares y amigos, pero la que se encuentra en un punto más visible es la de la boda de sus padres: Sabino y María de Jesús. "Si soy creyente, Ƒcómo no voy a creer en el Niñopa, si es el más milagroso. También le recé a San Juditas para que me ayudara. Y doy gracias a Dios que no me mataron, porque ya me habían echado gasolina en los pies, y un hombre de negro y lentes se divertía prendiendo cerca de mí un encendedor, pero sólo me hizo sufrir porque nunca me quemó".

Osorno no sabía que en Tulyehualco los vecinos se organizaban en rondines nocturnos para combatir la inseguridad. "Si hubiera tenido conocimiento de eso, ni me asomo por ahí, es más, en mi vida me vuelvo a parar en Tulyehualco, no vaya a ser la de malas y entonces sí ya no salgo vivo", comenta.

"ƑQue si voy a levantar una denuncia por lo que me hicieron? ƑContra quién?", se pregunta Alejandro y responde: "No conozco a nadie. Tengo miedo a alguna represalia, pero sí se me hace injusto que nadie pague por lo que hicieron. Cuando me golpeaban, yo sólo cerraba los ojos para que fuera menos el martirio; de los agresores, sólo sé que fueron los habitantes de Tulyehualco. Rostros y nombres ni los tomaba en cuenta porque actuaban como locos, descargaron su ira, no sé de qué, contra mí."

El único deseo de Alejandro es recuperarse para regresar a trabajar a la Central de Abasto en la elaboración de cajas para ayudar a su familia en los gastos médicos. "Son 500 pesos los que gano a la semana, pero si reparo muchas cajas, hasta 120 me vengo sacando al día, y yo creo que cuando me recupere, voy a tener que trabajar más para pagar a mis hermanos y mis padres todo lo que han hecho por mí".

En su casa, Alejandro ha soñado con la ira que caracteriza a los de Tulyehualco. Mujeres que lo condenaban a muerte, hombres y niños que se mofaban con su dolor, ruidos de balazos, todo frente a las autoridades, que nada pudieron hacer para impedirlo.

Algo tiene que pasar para que Alejandro Osorno Palma se recupere... algo.