¿Qué debemos entender con la última frase del rector Barnés en su mensaje del 16 de agosto pasado, cuando dijo ``esa es mi propuesta como rector y, para su realización, nadie debe quedar excluido''? Uno pensaría que en lugar de ``realización'' debió decir ``discusión''. Pero no. Lo que en buen castellano dijo Barnés es que su propuesta deberá ser realizada por todos, sin exclusión de nadie, ni siquiera de los huelguistas, y que su propuesta no está a discusión. ¿Lapsus autoritario?
Al día siguiente, es decir el 17 de agosto, recibí una llamada telefónica y un mensaje por correo electrónico, uno de la división de posgrado de mi facultad y otro de la coordinación de ciencia política de la misma. En ambos mensajes se deja ver que existe la intención de organizar el trabajo académico del próximo semestre, aunque no se descarta el análisis de la situación por la que atraviesa la UNAM en estos momentos (análisis que ya se ha hecho varias veces, colectiva e individualmente). Interpreto que estos mensajes, sobre todo el primero, tienen que ver con otro acto vertical y unilateral del rector: que ``iniciaremos actividades en los ciclos clínicos y en los programas de posgrado, universidad abierta y educación continua'', como si la huelga no existiera y como si estuviéramos en condiciones normales.
El rector dio línea, y sus funcionarios, directos e indirectos, rápidamente se aprestan a convertirla en mandato y, ¿por qué no?, en posible amenaza para quienes no se sometan a él.
El rector Barnés, ni por alusión, se refirió al CGH en su mensaje. No existe la huelga ni mucho menos el conflicto que la motivó. Como si la UNAM estuviera en remodelación y un conjunto de albañiles, el polvo y el ruido, nos obligaran a trabajar en lugares ajenos a la propia universidad. Todos esperábamos que el rector de la máxima casa de estudios, con más de tres meses y medio en huelga, y en la lógica de la propuesta de los eméritos, apoyada por miles de universitarios, propusiera una salida al conflicto que él mismo inició con su inconstitucional reglamento de pagos. Pero no es el caso. Lo más que este conflicto ha significado para él es una enseñanza, la enseñanza de que la universidad requiere transformaciones más profundas que las que ``hemos'' (¿quiénes?) contemplado. ¡Vaya hallazgo!
Bajita la mano, el rector Barnés con un discurso que parece suave, reflexivo y hasta autocrítico en algunos aspectos (por ejemplo, que ``en la universidad no puede prevalecer una visión única de persona alguna, de grupo o de partido''), sigue con su trayectoria de imponer, a como dé lugar, su política administrativa (que no académica) para que la UNAM entre en una supuesta normalidad (con clases y evaluaciones extramuros) sin resolver antes el debate que los estudiantes (y no sólo ellos) plantean como demandas en su huelga. Si bien muchos de los estudiantes en el CGH se resisten en los hechos a un diálogo con quienes no piensan igual que ellos, esto no quiere decir, necesariamente, que las demandas de su movimiento no sean atendibles y en muchos aspectos correctas. Así lo hemos entendido muchos universitarios, incluidos los eméritos que han logrado convocar tantos apoyos a su propuesta. Pero la política del rector es, en donde él y sus subordinados piensan que sí se puede, sacar la universidad a locales ajenos a la UNAM, y esperar a que, para citar a las cacerolistas de blanco, los huelguistas ``devuelvan'' la universidad para que haya clases en bachillerato y licenciatura (niveles en donde hay muchos alumnos como para meterlos en clases extramuros).
¿Cómo recobraría la universidad las condiciones normales para realizar las tareas académicas y para que estudiantes y profesores mantengamos en alto nuestro ánimo? Muy fácil: abrir espacios de discusión, respetuosos y plurales, y que el Consejo Universitario se comprometa a resolver responsablemente y con independencia de conciencia las conclusiones que resulten de ese debate universitario. Si el CGH ve en las palabras del rector y en los compromisos del Consejo Universitario una buena intención y seriedad (y no más actos de autoritarismo de una parte y de sumisión de la otra), no me cabe duda que en su mayoría, con la sabida excepción de quienes han demostrado ser absolutamente intransigentes, levantaría la huelga y la UNAM no sólo entraría en la normalidad sino que se convertiría en un centro de introspección, análisis y propuestas sobre su vida misma, presente y futura.
Pero esta solución supone modestia, inteligencia y, por supuesto, que rectoría acepte que su propuesta del 16 de agosto sea una más a discutir y no a realizar, como si todos fuéramos subalternos de un general.