Carlos Montemayor
Las soluciones de la guerra
La reciente movilización del Ejército en Chiapas es sólo un eslabón más en la guerra que el gobierno mexicano conduce en ese estado. Pero nos resistimos a reconocer esta guerra. Preferimos pensar que se trata de un estancamiento en las negociaciones y no de una estrategia bélica.
Preferimos exhortar a las autoridades a reanudar el diálogo en vez de preguntarles por qué decidieron la guerra y no la negociación.
El gobierno mexicano cree que está a punto de ganar esta guerra y que decidió lo mejor. Lo cree porque la aparente limitación territorial de los movimientos armados rurales induce a adoptar como opción más efectiva para frenarlos la represión militar y policiaca, sin prestar atención a las circunstancias sociales de que se fueron nutriendo. Las autoridades gubernamentales se proponen primero acorralar y reducir las condiciones de movilidad y comunicación de los núcleos armados.
La aparente facilidad de su localización y el alto grado de control que se puede tener sobre ellos mediante un cerco militar que cada vez se cierre más en torno de los territorios por los que esos núcleos se desplazan y obtienen víveres, equipo, municiones o información, se convierte de manera natural en el único y primer objetivo visualizable en las operaciones contrainsurgentes. En otras palabras, las medidas gubernamentales a menudo confunden la limitación propiamente regional de los núcleos armados con la inexistencia de los procesos de polarización social de la zona. Puesto que la guerrilla rural no sale de su territorio, puede pensarse que ahí se le sofocará tarde o temprano. Esto conduce a graves errores, particularmente para otra relevante dimensión de estos conflictos: la recurrencia de las guerrillas rurales.
La dinámica social no siempre asegura cambios a fondo en las zonas campesinas de países como el nuestro, sobre todo si la población predominante en ellas es indígena, como ocurre en Chiapas. Circunstancias de pobreza extrema, discriminación, aislamiento, explotación, despojos y una muy escasa o nula procuración de justicia suelen volver a confluir y a polarizarse una y otra vez en ciclos de pocos o muchos años en las mismas regiones. Las medidas militares en estos casos suelen ser recurrentes también, lo que se convierte en un poderoso indicador de su ineficacia como solución social verdadera a mediano y a largo plazos.
Es posible distinguir varios elementos concomitantes en el caso de la recurrencia de la guerrilla rural en regiones específicas: lazos complejos y firmes de parentesco a través de poblaciones numerosas en selvas, montañas o costas; lazos también profundos y complejos de idioma, cultura o religión en el caso de comunidades indígenas; lazos naturales que la producción económica ejidal o comunal puede establecer en las comunidades de que emanen los grupos armados; lazos profundos entre las élites que ejerzan la hegemonía económica o política en esas regiones.
La perspectiva oficial tiende a reducir el movimiento guerrillero a solamente el núcleo armado mismo y hace abstracción de estos otros elementos concomitantes que en la zona de conflicto representan los lazos sociales, culturales y políticos. Pero reducir la causalidad de la guerrilla rural a un grupo armado específico es insuficiente ante la recurrencia misma de los movimientos armados. El EZLN en Chiapas y el EPR en cuatro o cinco estados de la república son una muestra de la recurrencia y supervivencia de cuadros guerrilleros rurales y urbanos que nacieron y actuaron varias décadas atrás. Ambas organizaciones recalcan además su doble naturaleza: la política y la militar. Las bases sociales no equivalen a los núcleos armados ni tienen un mismo origen. El EZLN y el EPR son una demostración contundente no sólo de la recurrencia de los movimientos guerrilleros en México, sino de la ineficacia, insisto, de las medidas militares y policiacas que el gobierno mexicano decidió tomar como única opción en la década de los setenta.
En otras palabras, para entender con mayor objetividad la génesis y las soluciones posibles de un movimiento armado rural, debe aceptarse que en él concurren al menos dos dinámicas diferentes: la dinámica social de polarización que se desarrolla y se expresa en circunstancias específicas regionales, y la dinámica militar que se desarrolla y se expresa en la conformación de la estrategia y los núcleos armados de la guerrilla. De la claridad o confusión con que se entienda un planteamiento así, se derivarán múltiples acciones para solucionar o agravar un conflicto como el de Chiapas.
La aplicación de proyectos de desarrollo regional como parte de una estrategia de combate adolece de limitaciones en muchos aspectos. La principal es que no se aplican ni se sostienen por el desarrollo social mismo, sino en función del sofocamiento de los núcleos armados y de sus bases sociales. Ningún proyecto de infraestructura económica, agraria, forestal, de salud, de comunicaciones, será efectivo a largo plazo si nace como estrategia de guerra. Este es el principal error del gobierno mexicano en Chiapas.