Agosto es siempre caliente en Rusia; 1999 no falla a la tradición, aunque la agobiante canícula de julio haya bajado un poco; este agosto no ha visto derrumbarse el rublo, tampoco ha presenciado un golpe de Estado, como en 1991; es cierto que Boris Nicolaievich ha sorprendido a los vacacionistas con un cambio de primer ministro (gastó cuatro en 14 meses), pero no es muy importante: lo grave es la guerra en Daguestán, esa república autónoma, atrapada entre el Cáucaso y la costa semidesértica del Caspio. Daguestán, con sus 50 mil kilómetros cuadrados y 2 millones de habitantes, no pesa mucho frente a la inmensidad de Rusia, pero podría ser la mecha en el polvorín caucásico.
Hace unos 15 días, guerrilleros venidos de la vecina Chechenia se apoderaron de varios poblados en un distrito serrano y fronterizo de Daguestán. Pasan de mil, son combatientes fogueados en guerras anteriores (Afganistán, Abjasia, Chechenia), posiblemente chechén en su mayoría, con algunos jóvenes daguestanis. Su jefe es el prestigioso Shamil Basayev, el Robin Hood barbudo quien fue capaz de internarse 200 kms adentro de Rusia en el verano de 1995, y de dar un golpe maestro en Budionovsk, cuando tomó 2 mil rehenes en un hospital, el hombre que encabezó la toma de Grozny en el verano siguiente; lo acompaña el legendario guerrillero jordano, el emir Jattab.
No se trata de otra guerra de Chechenia -aunque bien pudiera causar una segunda guerra con Chechenia y sea la meta perseguida por Basayev, quien después de haber sido el rival derrotado electoralmente del presidente chechén Aslan Masjadov, ha sido brevemente su vicepresidente y luego su jefe de las fuerzas armadas; brevemente porque no aceptó esa subordinación en bien de la reconciliación nacional y mucho menos la política de moderación realista frente a Rusia. De hecho se ha convertido en enemigo mortal de Masjadov y hace meses que se esperaba un golpe suyo. Masjadov acaba de instaurar el estado de emergencia, oficialmente para enfrentar una eventual agresión rusa; en realidad la medida va también, si no es que más, contra Basayev, cuya muerte sería tan bien recibida en Grozny como en Moscú.
Además Daguestán no es Chechenia. La nación chechén, adentro de su república, tiene una homogeneidad étnica, cultural, religiosa, sólo comparable, en la región, a la de los armenios, mientras que Daguestán aloja a 35 grupos étnicos, de los cuales el más numeroso, el avar, sólo alcanza 25 o 30 por ciento de la población; luego siguen los darguin, kumik, lesguianos, rusos, lak, tabasaran, azeri, nogay, sin contar unos 40 mil chechén y 25 grupúsculos comparables estadísticamente a los triques del estado de Oaxaca. Esas pequeñas naciones se encuentran además presentes fuera de las fronteras de Daguestán, en Rusia y Azerbaidzhán. Lo único que tienen en común es la tradición musulmana sunnita, el uso de la lengua rusa como lengua franca, y la ciudadanía rusa.
Otra diferencia notable con Chechenia: no hay un movimiento independentista serio y es el gobierno de la república quien pidió en seguida la intervención de las fuerzas de la Federación de Rusia. Eso explica la unanimidad de la clase política rusa en condenar la invasión y la proclamación por Basayev de una república islámica que sueña con unir a la de Chechenia, para, algún día, unificar todo el Cáucaso bajo su mando. Tanto el general Lebed, opuesto a la guerra con Chechenia desde el primer momento, como el demócrata Gregory Yavlinski y una Duma unánime apoyan al gobierno en el caso presente.
Sólo falta que las fuerzas rusas sean capaces de acabar con o por lo menos contener al temible Shamil Basayev. No es evidente. Una vez más la aviación no servirá sino a empeorar las cosas. Se necesitan infantes veteranos capaces de emplear los mismos métodos que la guerrilla. ¿Los tiene el ejército ruso?