Acaba de salir, publicado por el Centro de Estudios de la Revolución Mexicana -que dirige Luis Prieto-, un libro de Guadalupe García Torres, Don Cacahuate quería ver la luna, cuentos de tradición oral del Chapala michoacano. Es evidente que los relatos recopilados por Perrault y los hermanos Grimm, aunque de tradición oral, son ahora del dominio público gracias a la imprenta y muchos de los niños citadinos que los han oído pudieron hacerlo porque están impresos y sus familiares se los leen cuando son muy pequeños o, luego, cuando aprenden a leer constituyen su lectura favorita. Muchos de los cuentos recopilados en el libro que comento tienen una base común con los de los Grimm, Perrault o los que reseña Propp, en su Morfología del cuento ruso, relatos que provienen de fuentes orientales o europeas y que se conocen en México en variantes muy diversas y, entre los niños de la ciudad, principalmente en su forma escrita, en las que no cabrían las variantes.
Me interesa la transformación, la que permite que cuentos recopilados como tradición oral, formen parte ahora de una tradición escrita, ampliamente difundida por los nuevos métodos de comunicación de masas y que sin embargo han dado la vuelta para recobrar su forma primigenia, la popular, conservada de generación en generación gracias a la transmisión oral que mantiene el núcleo esencial del cuento, pero a la vez lo altera de acuerdo con el habla y la vida de la región de donde procede la versión. Lo subrayo, ese proceso circular demuestra la creatividad enorme de lo popular. Parecería que al trasmitir una versión específica decantada por la escritura, las versiones orales estuvieran destinadas a desaparecer definitivamente, pero este libro demuestra lo contrario y lo corrobora a pesar de que se haya recopilado por escrito, pues la recopilación en sí misma muy valiosa, no elimina la posibilidad de que se gesten nuevas versiones de los mismos cuentos trasmitidas asimismo por tradición oral.
Y esta reflexión que aquí trasmito a mi vez en forma de notas sueltas, puede completarse si se piensa en otras formas de difusión de la tradición oral fijada, insisto, por la imprenta, sobre todo en el siglo XIX cuando se definieron los estudios antropológicos en su forma de folclorismo, pero también transmitida antes y fijada por escrito, mediante muchas otras formas y tiempos, por ejemplo, Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, o El Decamerón, de Giovanni Bocaccio, o más tarde en el teatro Shakespeare, a partir de los cuentos de Bandello. Hay una versión muy curiosa de esta transmisión en el cuento ``El rey que tenía tres hijas'', una versión simplificada del cuento que está en el origen del Rey Lear.
Quisiera ahora, en esta desordenada relación de impresiones que este libro me suscita, destacar algunos puntos: 1) la transformación a la que he aludido, esa cualidad que el cuento tiene de adaptarse a las más variadas y contradictorias circunstancias, convertirse en algo definitivo gracias a la escritura que ha elegido una de las versiones que circulan y la ha detenido en su acontecer, 2) la extraordinaria maleabilidad del género que le permite reconstituirse y volver a ser tradición popular, cambiable según las regiones y las hablas populares conservando sin embargo los núcleos tradicionales que han persistido a través de los tiempos y las geografías, y 3) reflexionar sobre un nuevo fenómeno que es mucho menos creativo y totalmente manipulado por la globalización de los medios de comunicación: la utilización que las grandes compañías agrupadas bajo el nombre de Walt Disney hace de los viejos cuentos de hadas, la Cenicienta, Blancanieves, etcétera.
En este sentido la compiladora dice: ``Sin lugar a dudas, las transformaciones que han sufrido los cuentos tradicionales, lo mismo que la utilización de elementos tecnológicos, ha influido en un cambio de visión de los mismos. Efectivamente, pero temo que las nuevas generaciones, aun en los pueblos, empiecen a familiarizarse demasiado con las versiones que del mundo nos ofrece la nueva sociedad de mercado, interesada solamente en producir ganancias y no en inculcar en los niños nociones de justicia o poner de manifiesto los reinos del inconsciente'', como diría Bettelheim.