KARL JASPERS FUE UNO de esos extraños seres cuya sabiduría penetró diversas áreas del conocimiento. Estudió derecho, medicina, psiquiatría y fue profesor de psicología y filosofía. Hace casi 50 años publicó un libro de ensayos intitulado La práctica médica en la era tecnológica. En él reflexiona acerca del papel del médico en la era tecnológica y escribe: "Día tras días se logran grandes resultados terapéuticos en numerosos pacientes. Pero lo asombroso es que en los enfermos y en los médicos aumenta la insatisfacción. Desde hace decenios, junto con el progreso se habla de la crisis de la medicina, de reformas, de superar la medicina oficial y de innovaciones del concepto global de la enfermedad y del ser médico".
Desde que se escribieron estas líneas, el saber médico y la biotecnología se han multiplicado geométricamente. No huelga decir, que más de la mitad de los científicos médicos que han existido, viven actualmente, por lo que los nuevos descubrimientos seguirán multiplicándose ad infinitum. ƑQué pensaría hoy Jaspers?
Diría lo que dicen muchos pacientes: que el conocimiento molecular es espléndido, que los monitores electrónicos son deslumbrantes, que las nuevas técnicas radiológicas han casi penetrado con sus rayos las células, y que la sabiduría médica y quirúrgica ha alcanzado logros otrora impensables. Pero, también reproduciría el sentir de incontables --en algunos sitios del Primer Mundo son la mayoría-- enfermos que juzgan la medicina contemporánea con rudeza.
Epítetos como despersonalización, mercantilismo, encarnizamiento terapéutico, relaciones impersonales, distancia, falta de empatía y enajenación son términos frecuentes que definen y denostan la práctica de la medicina en nuestros tiempos.
Es evidente que muchas vidas se salvan y que la cirugía logra curas casi milagrosas gracias a elementos tecnológicos sofisticados, pero a la orilla de tanta grandeza es lamentable que en las escuelas de medicina, o durante el entrenamiento médico, las cuestiones éticas carezcan de estímulos académicos o reconocimiento científico. De hecho, el apoyo económico que se ofrece en países como Estados Unidos a la investigación médica "de punta", es incomparablemente mayor que el otorgado a la que podría denominarse bioética o a la que intenta mejorar la relación médico-paciente.
Durante la enfermedad, y sobre todo en aquéllas que son crónicas, lo que busca el paciente muchas veces no sólo es el alivio de los dolores o la extirpación del tumor, sino la compañía, el diálogo, la comprensión y el cariño de su médico. Los doctores viejos que muchas veces tan sólo acompañaban ya que no podían curar, miran con temor el progreso tecnológico. Es evidente que lo que se requiere no es disminuir el crecimiento de la ciencia ni menoscabar la inteligencia creativa, sino empalmar el saber científico con el curar empático.
Aun cuando aparentemente extemporáneas, las advertencias de Jaspers no son gratuitas. Hay que aprender de la tecnología, entenderla y admirarla, pero no hay que venderse a ella. Asimismo, hay que escuchar al enfermo y hay que utilizar tanta ciencia como sea necesaria para comprender lo que le sucede y para atenderlo, pero no debe depositarse toda la cura en la sofisticación, en el glamour o en los precios emanados de la biotecnología.
Las advertencias previas no significan que el problema sea la tecnología; es obvio que ejercer medicina sin ella es impensable. El quid es que la profesión ha modificado su acercamiento a los enfermos y ha olvidado que lo que más importa en una enfermedad es la persona: no los signos, no los órganos, no las presiones pulmonares ni las sofisticadas imágenes radiológicas, sino el alma, el espíritu.
Si bien es cierto que la incertidumbre es quizás el problema más frecuente en el ejercicio de la medicina, apostarle a estudios sofisticados, y recargarse en nuevos y cada vez más precisos aparatos con el fin de mitigar esa incertidumbre no es suficiente. La biotecnología puede incrementar la confianza del médico y sin duda beneficiar al paciente, pero esto no es sinónimo de cura.
No en balde, un dicho popular entre los médicos estadunidenses dice: "para la persona que tiene un martillo, todo es un clavo". Repensar nuevos lineamientos éticos que armonicen ciencia y empatía, podría hermanar el crecimiento de la tecnología médica con el binomio médico-paciente.