CUAUHTÉMOC CARDENAS FUE DECLARADO por el Consejo General de Huelga (CGH) non grato después de que la policía de la ciudad de México golpeó y detuvo a 100 estudiantes el pasado 4 de agosto. Nueve días después, durante una manifestación de protesta, grupos de paristas corearon consignas en su contra y rompieron carteles con su imagen.
Ver en esas acciones de repudio sólo la acción de grupos radicales es un error. Ciertamente, dentro del movimiento estudiantil existen corrientes que consideran a Cárdenas un enemigo de clase; empero, su influencia es limitada. El rechazo al jefe de Gobierno del Distrito Federal está inspirado, más bien, en el comportamiento de un sector del PRD en la UNAM que ha buscado negociar el conflicto al margen de la representación que se han dado los huelguistas, y que ha tratado de ganar con declaraciones a la opinión pública lo que no ha podido conquistar en las asambleas, así como en el uso de la fuerza pública en contra de quienes buscaban impedir los trámites de inscripción en el local alterno de la Facultad de Derecho.
La desilusión con el gobierno de Cárdenas rebasa el ámbito estrictamente universitario. Todas las encuestas de opinión muestran que su popularidad ha caído significativamente. Muchos ciudadanos que en 1997 votaron por él desaprueban hoy su gestión. Las clases medias que se le acercaron como candidato se han desencantado de él como gobernante. Lo mismo ha sucedido con organizaciones urbanas democráticas.
El desgaste cardenista en la ciudad de México ha sido provocado, en parte, por una incesante y abrumadora campaña de medios en su contra. También, por la acción de los grupos priístas en la capital. Los plantones de Artorcha Campesina, los paros del Sindicato Unico de Trabajadores del Gobierno del Distrito Federal y las protestas de vendedores ambulantes se han sucedido de manera interrumpida con el objetivo explícito de golpear a las autoridades capitalinas.
La gestión perredista ha respondido a esa ofensiva con tibieza e impericia. Carente de una estrategia de comunicación social coherente, ha sido incapaz de contrarrestar las iniciativas en su contra en los medios y de difundir sus logros. Temerosos de propiciar conflictos innecesarios, sus funcionarios evitaron tratar de desmantelar las estructuras de poder del PRI. La dirección del PRD en la ciudad, que tendría que estar parando los ataques de la oposición en contra de su gobierno, parece más preocupada por opinar sobre el conflicto universitario que por garantizar el buen funcionamiento de la capital.
Muchas promesas de campaña siguen sin cumplirse. El DF padece el deterioro de su infraestructura, originada en años de abandono de la inversión pública. Muchos de esos problemas no pueden resolverse en dos años de gestión de un nuevo gobierno. Otros, como el de la seguridad pública, tienen una dimensión nacional. Pero los nuevos gobernantes no han explicado qué pueden y qué no pueden hacer.
Cuando las nuevas autoridades se hicieron cargo de la ciudad, se dijo que no podrían mantenerla funcionando. Muy pronto se demostró que eso no era cierto. Pero la gente que votó por Cárdenas lo hizo no sólo para que demostrara que sí podía gobernar, sino que esperaba que lo hiciera distinto y mejor. Y muchos de los cambios que se han producido son imperceptibles para la mayoría de los ciudadanos. Se ha combatido y erradicado la corrupción en las altas y medianas esferas de la administración pública, pero permanece entre los funcionarios con los que cotidianamente debe tratar la gente.
En otros casos, esos cambios no se han producido. El partido que ofreció gobernar con la gente ha practicado una gestión tradicional similar a la de cualquier instituto político. Fracasos como la consulta para la reforma del Estado y las elecciones vecinales fueron una llamada de atención que no se escuchó dentro de la administración pública.
Muchas de las críticas al jefe de Gobierno provienen del interior de su partido. Porfirio Muñoz Ledo ha dedicado sus esfuerzos principales durante los últimos meses a tratar de obtener la candidatura presidencial sobre el cadáver político de Cárdenas. Ha utilizado todo su oficio en desprestigiar a su antiguo compañero. De igual manera, aunque no sea su responsabilidad, el líder moral del PRD ha pagado un alto costo por el fracaso de las elecciones de su partido para escoger con limpieza y transparencia una nueva dirección nacional, y por escándalos como el de la leche Betty.
Pero a pesar de las insuficiencias y la desilusión con el gobierno capitalino, Cárdenas es hoy el más viable candidato de la izquierda a la alianza opositora ųen caso de que se materialiceų y una figura imprescindible en la recomposición de esa corriente política. Su éxito, sin embargo, depende en mucho de que sea capaz de reconocer públicamente sus fallas y limitaciones