So pretexto de cerrar el milenio, brotan por doquier los informes sobre el estado actual del planeta. Provienen lo mismo de los organismos internacionales que de centros de poder político y económico. Sin excepción, en todos ellos se asienta que los elevados índices de desigualdad social imperantes en el mundo se han convertido en enemigos potenciales del ambiente.
Hoy, más de mil millones de personas sufren hambre y más de 500 millones registran niveles críticos de desnutrición. En tanto, la degradación del medio es de tal magnitud que los recursos naturales resultan en ciertas zonas insuficientes para alimentar a la población mundial, con el agravante de que ésta crece a un ritmo superior del que registran los satisfactores básicos.
El nuevo milenio aparece entonces marcado por mayores carencias. Ni tan siquiera se ha logrado revertir la tendencia de la deforestación, pese a tantos acuerdos y llamados de alerta sobre los efectos negativos que trae: este año desaparecerán 17 millones de hectáreas de bosques.
Tampoco disminuye ni se detiene la erosión, la cual rebasa en muchos lugares los límites de control, y el mal uso y la contaminación del agua crean problemas por doquier.
Aunque en los informes se recalca que la pobreza y la desigualdad son los enemigos reales del ambiente, existen otros factores asociados que contribuyen a degradarlo: la deuda externa que arrastran los países en desarrollo, la desigualdad en el comercio norte-sur y la falta de tecnologías limpias, apropiadas, en los países del Tercer Mundo.
Para evitar desequilibrios mayores el próximo milenio, en los informes se habla de la urgencia de garantizar la seguridad alimentaria, el empleo y los ingresos de los habitantes de las áreas rurales y la protección del ambiente. No obstante, advierten que no se trata de poner en marcha simples soluciones técnicas, sino de enfrentar y resolver los retos sociales y económicos que distinguen a un mundo polarizado, donde además los pobres son señalados con frecuencia como los culpables de lo malo que le pasa al planeta.
Sin embargo, ciertos problemas que ya comienzan a manifestarse se deben a estrategias erróneas, fruto del modelo económico vigente, y no a la acción de los marginados.
Por ejemplo, el cambio climatológico, que ya produce variaciones en el nivel del mar y afecta negativamente la agricultura, la pesca y la silvicultura, por mencionar algunas actividades claves para el ser humano.
Una característica de los documentos que evalúan el estado del ambiente al fin del milenio es que varios de ellos se deben a los dirigentes de los países que peor uso hacen de los recursos, o a los que prometen un futuro promisorio para las familias, pero no toman medidas efectivas para lograrlo.
También a organizaciones no gubernamentales financiadas por los grandes centros de poder y que se preocupan por salvar una especie, pero soslayan lo que pasa con millones de seres humanos. En fin, los diagnósticos abundan en estos días, pero no las estrategias y las políticas para enfrentar la pobreza y, con ello, el deterioro del ambiente. Así se cierra y así se piensa abrir un nuevo milenio.