El pasado miércoles 11, la humanidad experimentó un fenómeno que si bien no sucedía por primera vez, sí tuvo la característica de ser el último del milenio, lo cual generó una expectativa poco usual, aderezada de las tradicionales profecías acerca de la inminencia del fin del mundo.
Y fue un fenómeno que lo mismo impactó a países que tienen una escolaridad promedio de 12 y 15 años, que a los que la tienen de tres o cuatro; la posibilidad de que la profecía se cumpliera irrumpió en el centro de una civilización que se precia de haber dominado a la naturaleza por medio de la tecnología y de tener un nivel de dominios científicos que se antojan de milagrería, demostrando que los miedos esenciales del hombre están y estarán siempre presentes y de que éstos son prácticamente los mismos.
El caso es que el mundo no se acabó, pero la fugaz percepción de que ello sucediera, más allá de lo místico, lo improbable, lo absurdo, nos obligó a reflexionar acerca de lo que nos faltó por hacer, de lo que quisiéramos realizar si tuviéramos "otra oportunidad", de lo que jamás repetiríamos o de lo que nunca dejaríamos de hacer.
La sola idea de que algo finalizaba, nos condujo a la ancestral y muy humana práctica de imaginar un futuro a partir de la experiencia de la que ya disponemos, y en eso no fueron la excepción quienes tienen la responsabilidad del quehacer político.
Más allá de lo que divide, de lo que establece las diferencias, pensamos, aunque fuera por un momento, en el país que quisiéramos ver, y seguramente llegamos a la conclusión de que el tamaño de los retos reclama de todos, absolutamente de todos. Imposible pensar que el tamaño de los problemas pueda resolverse a partir del esfuerzo de una sola de las partes, por más que esa parte represente a la mayoría de la sociedad.
Tan cerca como estamos del cambio de era, el cual se magnifica con situaciones como la vivida el pasado 11, tenemos que reconocer que lo que nos falta por realizar es mucho mayor que lo ya realizado, y que lograrlo depende de que rememos todos en la misma dirección. La gran alianza, la única que verdaderamente tendrá viabilidad, no será la que surja de las componendas políticas en la búsqueda del poder, sino la que, nacida del acuerdo, sea capaz de proponer un proyecto de futuro que motive e involucre a todos para la construcción del nuevo México. Y ello será posible porque, desde hace años, muchos mexicanos buscamos encontrar cómo revertir la inequitativa distribución del ingreso, cómo evitar que el país se parta como resultado de las agudas diferencias regionales; de reconocer que el quiebre histórico que ya vivimos nos reclama superar las posiciones irreductibles.
El inusual vigor de la competencia política, el despliegue de talento en la búsqueda de la hegemonía, ha logrado captar la atención de una sociedad cada vez mejor informada y menos manipulable. El verdadero reto será trascender la disputa de las formas por la de los fondos. El que estemos aquí, nos brinda una nueva oportunidad; ojalá podamos aprovecharla para anunciar, más que el fin del mundo, el alumbramiento del hombre nuevo.