Cuando los niños hablan
Antonio Peralta Sánchez
En cierta ocasión se les hizo llegar a los padres de familia de una escuela primaria, un aviso acerca de que a partir de ese curso a los alumnos de quinto grado se les impartiría educación sexual. Las reclamaciones fueron muchas, desde la exclamación de asombro ante tal desfachatez, hasta de cómo era posible que a los niños "que todavía no piensan en eso" se pretendiera hablarles de algo que a su debido tiempo ya aprenderían.
También hubo padres que sospecharon que era más producto de las mentes sin oficio de algunos maestros y médicos, y si no, Ƒcómo a ellos nunca les dieron educación sexual y son buenos padres?
La educación sexual, precisamente por su ausencia, y más por lo que se imagina y cree, resulta ser un tabú, algo de lo que más vale ni hablar. Es bien sabido que se entiende educación sexual como "educación de cómo hacerlo", limitando a la sexualidad a la genitalidad. Quizás allí la causa de nuestros miedos y dudas.
Al paso de los años vemos con desconsuelo cómo invertimos más tiempo en la lucha perenne entre los que queremos una educación sexual para nuestros niños desde siempre, y los que acudiendo a sus derechos de padres la desean para cuando sean más grandes, a veces en lo obstinado de confrontar entre valores y actitudes individuales no sólo respetables, sino además necesarios, pretendiendo imponer procesos educativos por el hecho de que los estudios científicos así lo demuestran.
Antes de que el tiempo nos alcance deberíamos hacer un pacto de civilidad (ahora tan de moda) para revisar y descubrir que finalmente el proyecto de vida que se nos tambalea es el de nuestros hijos; que logremos ver la educación sexual como una herramienta necesaria, y que si los argumentos tan difundidos ųcomo el inicio precoz de la vida sexual entre nuestros jóvenes, el enorme número de madres adolescentes al año, cerca de medio millón, o que el sida involucra preferentemente a seres humanos en plena juventudų no justifican la convicción de esa educación, sí lo sea el deseo universal de buscar la felicidad para nuestros hijos.
La educación sexual, de acuerdo con Alvarez Gayou, lo que finalmente busca es ayudar en un desarrollo equilibrado en la esfera biopsicosocial, para poder establecer vínculos de amor y de afecto. Sin embargo, la lucha histórica se da habitualmente entre adultos, desde los ultraconservadores hasta los ultraliberales, entre dos corrientes que suelen discrepar cada vez más.
Los pródromos del parto del siglo XXI ya empezaron, y será necesario buscar un enfoque real a la tan llevada y traída educación sexual; sería prudente, al no ponernos de acuerdo los adultos, escuchar a los protagonistas de esos dilemas: nuestros hijos. Veamos:
En una investigación realizada en 16 escuelas secundarias del DF por el Departamento de Investigación de la Unidad de Higiene Escolar, de la Subsecretaría de Educación Media, los alumnos opinaron en general que la educación sexual es desconocida tanto por sus padres como por sus maestros. Anamely Monroy, en un estudio amplio realizado también en la ciudad de México entre más de 3 mil jóvenes, encontró falta de conocimiento en sus padres y maestros, así como la información matizada por la doble moral y el miedo ųmás de sus padresų a que una vez que ya sepan lo hagan inmediatamente.
En un estudio propio realizado en niños de sexto y primero de secundaria, después de un taller de educación sexual, entre otras preguntas se les planteó: Ƒpor qué creen que los papás tienen miedo de hablar sobre educación sexual? Sus respuestas fueron más que elocuentes:
En ninguna respuesta se mencionó un miedo subrayado por la religión, o porque fuera malo; fue significativamente claro que nuestros niños perciben nuestro miedo por desinformación.
La siguiente interrogante fue: Ƒqué aconsejarías a tus padres para que puedan hablar acerca de la educación sexual contigo y tus hermanos? Respondieron:
El nuevo milenio traerá aparejada la velocidad de la comunicación, la velocidad de la vida. En este último suspiro del siglo XX deberemos atrapar la oportunidad de comprometernos a escuchar a nuestros niños, a asumir nuestro boleto en la estructuración de un mejor futuro, dibujado también en la congruencia. Ellos nos hablan todos los días con la voz de la sonrisa, de la mirada, pero sobre todo con la voz del corazón: no nos creen tan malos, tan sólo desinformados.
La educación sexual, el cómo aprender a establecer vínculos de afecto y amor, es aún una tarea pendiente.