La Jornada Semanal, 15 de agosto de 1999
Si te vas sin decir
Aparta los leños de la hoguera
que sabes cuánto te amo, cuánto te he
amado
o que imaginas cómo llenaste el cuenco
ya nunca lo
sabré.
Si te vas sin decir
que además de mi delirio
hubo
floraciones, cómo saber
si queda en mí semilla
o si puedo
emprender otros plantíos.
Si te vas sin decir que me has
amado
te seguirán los fantasmas al exilio;
si te vas sin dolerte
de este amor
marchitarán los abrazos y restarás al tiempo
venidero
todo el que alguna vez quisiéramos haber tenido.
Si te
vas sin desatar los lazos
viajarás con plomo en las botas y ropa
empapada de congoja.
Si te vas sin despedirte
volará detrás de
ti un pañuelo en alto
y será gaviota en todas las playas que
visites.
Si te vas sin cerrar las puertas con cuidado,
el
remolino quebrará cristales y bisagras.
para no incendiar los recintos que
te acogen,
deja pendientes sólo en mis orejas
y tu nombre a buen
resguardo en mis insomnios.
No me dejes llena de ti, llévate y
devuélveme,
para poder abrir las manos
y saber cuándo debe
barrerse o abonarse
la risa en los jardines.
Poema perteneciente al libro También en San Juan hace aire, de próxima aparición en la Colección Práctica Mortal de Conaculta.
Wordsworth
Bendiciendo la derrota perenne,
entre las ramas del abeto.
Por todo eso nos queremos
Ahí vive la figura blanca y nebulosa
Tememos y negamos la ventana,
Desde la ventana veía
la certeza que ignoramos
para
poder andar los caminos
y saludar a la aurora que llega con
alondras,
cuando los amantes se dicen adiós
y comienzan a
esperar con los labios sedientos
otra noche, otra luna de
otoño,
el sortilegio del ruiseñor
con una especie de incredulidad.
Desde
el cuarto que construimos
a nuestro alrededor, estiramos las
manos
para tocar la ventana abierta
al otro lado del
jardín.
entrevista en la luna de la
infancia.
la noche quema y el mar
afuera
repite su nombre, ola tras ola.
Cerramos los ojos y de
nuevo aparecen
la figura y su niebla.
Esa es nuestra
certeza,
nuestra única y perdida estrella.
una pequeña asamblea
de pájaros
azules
anunciando el fin del otoño.
Estaba solo en la casa del
bosque
y sentía, podía sentir,
cómo el corazón se agitaba en el
pecho,
mientras los pájaros despedían la estación
y ya caminaba
el invierno.
Fue entonces cuando preguntó
a nadie y como de
paso
si existía Dios.