José Agustín Ortiz Pinchetti
El escenario: un vuelco dramático

Las condiciones relativamente estables y previsibles sobre el desenlace del sexenio de la primavera de este año se han tornado dramáticamente distintas en el pluvioso. No sólo hay incertidumbre acerca de quiénes ganarán las elecciones, sino cómo podrá procesarse la sucesión de Ernesto Zedillo y, después, qué le sucederá al país y a sus instituciones.

ƑSe mantiene la estabilidad financiera como condición para sortear la crisis?: Los macronúmeros son buenos, y las noticias recientes sobre yacimientos y mejoras en el precio del petróleo y en los rendimientos de Pemex, el ''olvido'' público del Fobaproa, etcétera, harán pensar a los tecnócratas que lo peor ya pasó y que ellos están cumpliendo su trabajo.

Nadie más puede sentirse tranquilo. La verdad es que ha continuado en el país la decadencia. El Fobaproa no ha sido superado. Se ocultaron los números fundamentales, pero el asunto volverá a la superficie pronto.

Por supuesto que los mayores riesgos están en el campo de la política. Si bien el Presidente, a la vez alentó la candidatura semioficial de Francisco Labastida, no le ha dado el apoyo suficiente. Los grupos de interés (probablemente bajo el liderazgo de Carlos Salinas) encontraron en Roberto Madrazo un personaje duro, astuto y eficaz para representarlos en la contienda interna. Muchos que dudábamos de la autenticidad del proceso, tenemos hoy que aceptar: 1. Que hay una verdadera competencia; 2. Que Roberto Madrazo podría resultar triunfador; 3. Que el PRI está en peligro real de dividirse.

El segundo fenómeno es el de la alianza. El PRD y el PAN se mantuvieron en una reyerta constante y estéril que dañó mucho la transición. Fueron el Presidente y el PRI los que orillaron a la oposición a cobrar conciencia del peligro en que estaban. También a entender la necesidad de una cuota de generosidad y sentido común para oponerse a la inevitabilidad de una restauración priísta.

En contra de lo que sostienen muchos comentaristas, la propuesta de la oposición unificada no carece de programa. Lo tiene y es muy claro y muy viable: construir una reforma del Estado. Habrá que diferir, para un debate posterior y para una elección en condiciones verdaderamente democráticas, el gran tema de las propuestas sociales y económicas. Ninguno de ellos podrá ver materializados sus programas si no terminan antes con el monopolio priísta.

La división en el PRI y la posible alianza de la oposición no crean un nuevo escenario claro, al contrario. Un PRI dividido será seguramente más fácil de derrotar. Pero la segmentación del PRI podría llevar a México a una crisis de otro tipo. Las fuerzas más reaccionarias del sistema (con sus recursos políticos y financieros) podrían, si se sienten amenazados, desestabilizar al país.

La derrota de la alianza ante un PRI unido precariamente tampoco garantizaría la paz social. Cientos de miles ya no estarían dispuestos a esperar otra ronda de discusiones sobre la reforma política y, mucho menos, otros comicios dentro de seis años para vencer al PRI. La resistencia civil poselectoral, o incluso la violencia política, no pueden ser descartadas en el escenario de los últimos meses del año 2000.

Quizás el desenlace mejor para el país sea el triunfo de la alianza, siempre y cuando la propuesta de una reforma del Estado sea acompañada por un equipo y un programa que garanticen la estabilidad financiera durante el proceso de transición, es decir, por lo menos hasta las elecciones federales del año 2003. También será necesario llegar a un acuerdo de perdón y reconciliación que garantice que no habrá venganzas contra los que han pertenecido al partido oficial o lo han apoyado para beneficiarse.

Tienen razón aquellos que claman por construir vasos comunicantes entre la oposición y el PRI gobierno. De poco serviría el triunfo de cualquiera de las partes en los comicios si los mexicanos estamos divididos en lo esencial. Pero es muy difícil que sean oídos.

La gente que controla el sistema y vive de él, no tiene en su lista la alternancia, ni siquiera como posibilidad. La negativa del Senado, controlado por el PRI, para reformar el Cofipe y el nuevo ataque contra el IFE demuestran cuál es la intención verdadera: esperar atrincherados.