Masiosare, domingo 15 de agosto de 1999
¿Por qué hasta ahora? La pregunta, cuenta el historiador Alfredo López Austin, se las han hecho los estudiantes una y otra vez a los profesores e investigadores eméritos que lanzaron la propuesta que mayores adhesiones ha suscitado para encontrar una salida al conflicto universitario.
López Austin (Ciudad Juárez, 1936) responde en varias pistas, siempre a título personal. En primer lugar, pues ``simplemente porque antes no existíamos como grupo'', aunque cada uno, por su lado y en diversos espacios académicos, participaba en esfuerzos para buscar soluciones. Un ejemplo, dice, es el trabajo del Colegio de la Facultad de Filosofía y Letras para construir una ``postura que no está de un lado ni de otro, sino con la posición que se ha creído es de la universidad''.
Tras el fracaso de las negociaciones entre la Comisión de Encuentro y el Consejo General de Huelga se llegó a una ``situación de desesperación'', particularmente entre aquellos que habían depositado ``sinceramente'' su confianza en ese camino. ``Vimos que era absurdo esperar algo más de las partes, pues ni siquiera se pudo concretar una agenda''.
``Sospecho que el de la idea fue Luis Villoro'', dice López Austin, aunque nadie pretenda adjudicarse la paternidad de la iniciativa, sobre todo porque la discusión entre los ocho integrantes del grupo ``evidentemente fue muy difícil'', dadas las trayectorias y posturas ideológicas diferentes de sus integrantes.
El acuerdo llegó y los eméritos dieron a conocer su propuesta en un desplegado de prensa (La Jornada, 28 de julio), como una prueba, sigue el autor de Los mitos del tlacuache, de que ``sí es posible el diálogo entre universitarios de distintas posturas y de que ese diálogo puede rendir frutos''.
Desde el principio, los eméritos sabían que la propuesta no iba a gustar a las autoridades universitarias ni al CGH. Pero no se trataba de eso, sino de construir ``un punto real, no imaginario'', para abrir una vía de negociación entre dos posiciones irreductibles.
``El rector Barnés ha dicho que el Consejo Universitario no será citado hasta que se levante la huelga, y el CGH que la huelga no se levanta hasta que las autoridades -y, ojo, la máxima autoridad es precisamente el Consejo Universitario- resuelvan los seis puntos. Hay posiciones claras de ambas partes, posiciones que por irreductibles buscan la derrota del adversario''.
-¿A estas alturas del conflicto puede haber un derrotado y un vencedor?
-No, evidentemente. El triunfo sería que toda la comunidad pueda construir la universidad que necesita el pueblo mexicano. Cierto, en los últimos años la institución se ha ido transformando, pero lamentablemente no para bien. La universidad ha sido afectada por políticas que no han sido formuladas por universitarios.
Que el CU se ponga al frente
Luis Esteva Maraboto, Héctor Fix Zamudio, Miguel León Portilla, Manuel Peimbert, Alejandro Rossi, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Villoro y el propio López Austin son los ocho eméritos, ``muy distintos en formas de pensar'', que en desplegado público urgieron el levantamiento de la huelga al tiempo que reiteraron su ``rechazo a cualquier uso de la fuerza pública''.
Como vías para la solución del conflicto, los eméritos plantearon la suspensión de la actualización de pagos por servicios diversos y la creación de espacios de discusión y análisis sobre los problemas fundamentales de la universidad, entre ellos los reglamentos de Exámenes e Inscripciones, y los vínculos entre la UNAM y el Ceneval.
Igualmente, plantearon que los espacios de discusión tendrían que establecerse en un plazo máximo de 60 días posteriores al levantamiento de la huelga, en un proceso a cargo del Consejo Universitario, órgano al que exhortaron ``a reunirse para resolver los puntos aquí mencionados''.
El martes 10, algunos de los integrantes del grupo de eméritos sostuvieron un debate con los estudiantes paristas. De ese encuentro, López Austin juzga que más de la mitad del CGH ``se mostró muy receptivo''.
``Encontramos en buena parte de la comunidad estudiantil una disposición a la negociación racional con las autoridades. Esta actitud rompe, cuando menos en principio, la trabazón'' y permite vislumbrar una salida al conflicto.
Después del encuentro, la propuesta de los eméritos ha ido ganando el respaldo de académicos, escritores e incluso estudiantes paristas.
Las cosas no pintan igual por el otro lado.
``No sabemos si el rector aceptaría. Sin embargo, de parte de los cuerpos colegiados y de algunos directores hay buena recepción''.
Además del parecer de rectoría, dice el experto en el mundo mesoamericano, hace falta conocer la postura del Consejo Universitario, que es la autoridad máxima de la universidad. ``Es un parecer que no podemos obtener ahora (porque el rector Francisco Barnés no ha aceptado convocarlo), aunque a juicio de varios de nosotros debería estar al frente'' de la búsqueda de soluciones.
-Entre un sector de los estudiantes prevalece la idea de que las autoridades deben ofrecer garantías de cumplimiento, para que no suceda lo mismo que con los acuerdos del Congreso Universitario de 1987, un congreso fallido, dicen.
-No fue un congreso fallido. Se llegó a determinar que sus conclusiones fueron muy válidas. ¿Qué falló? Tal vez las formas como se tomaron los acuerdos. Es preciso tomar ese antecedente como una experiencia. La falla no es sólo que las autoridades no hayan puesto en práctica algunas medidas, sino también que la comunidad universitaria confió en que tomados los acuerdos ya todo era seguro, ya todo iba a marchar sobre ruedas.
Es preciso, sigue López Austin, que se abandonen las actitudes paternalistas: ``No es cuestión de luchar con un medio como la huelga, y ya luego todo será color de rosa, porque ya nos dieron garantías. No, simplemente porque la lucha política es constante, alguien que decide caminar en esa dirección sabe que no descansará en toda la vida''.
La solución de fuerza
-En la huelga interminable los rumores van y vienen. Uno de ellos se funda en una declaración del rector Barnés, en el sentido de que la máxima casa de estudios podría cerrar sus puertas. ¿Es un escenario posible?
-En 1968 no esperaba que se diera una salida de fuerza. Nunca esperé Acteal. No creo ahora que se produzca una salida de fuerza, aunque mi creencia no es una garantía, como no lo fue en ocasiones anteriores. Podemos esperar que pese a que hay expectativas racionales, se pudiera venir una salida más allá de toda razón: la intervención de la fuerza pública o el cierre de la universidad. Claro, cualquiera de esas dos medidas no sería una solución de nada, lo único que ocasionarían sería un agravamiento muy serio del conflicto y que éste saliera de los límites de la universidad. Entraríamos al terreno de un conflicto popular y se dañaría irremediablemente a la institución.
-¿Quiénes apostarían por una salida de fuerza?
-En los dos lados hay quienes apuestan a la salida violenta. Son quienes carecen de una conciencia social que debe fomentarse, crearse, prevalecer a partir de la universidad pública.
-Cuando habla de una ``salida violenta'' debemos entender que no sólo se refiere a una intervención de la fuerza pública.
-Hay toda una gama de posibilidades. Están quienes hablan de salidas ``tranquilas'', como recuperar ``pacíficamente'' las instalaciones universitarias. Nadie puede creer que una medida de esa naturaleza no provocará enfrentamientos serios, graves, entre la comunidad estudiantil. En política hay que saber cuándo es oportuno hacer algo y en qué momento hay condiciones reales. Quien no sabe, que no se meta.
Las decisiones y acciones inoportunas, sin embargo, estuvieron en el origen, ``a la mitad y en el estado actual'' del conflicto universitario.
Los estereotipos: chamagosos contra neoliberales
López Austin sostiene que el CGH está formado por una comunidad estudiantil ``tremendamente ofendida y lastimada por los medios de comunicación, pues son excepciones aquellos que han tratado el conflicto con dignidad''.
En la mayor parte de los medios, afirma, se ha creado un estereotipo de la juventud a partir de ``la elección del arquetipo más llamativo, pero al mismo tiempo más inadmisible, porque la comunidad es profundamente heterogénea''.
Sin embargo, López Austin también afirma que el ``reduccionismo'' que ha ganado terreno en un sector de los jóvenes -como en otros de autoridades y académicos- puede propiciar tal desconfianza que muchos no sean capaces de participar en política en los próximos años.
-¿Una generación del desencanto?
-Y de la paranoia. Una generación que no podrá caminar por la calle sin el temor de que les griten ``¡traidores!''. Y que no puedan actuar sin alguien que fiscalice todo lo que tienen que decir.
El doctor en historia considera que algunas posturas del CGH han conducido a extrapolar el papel de la autoridad y considerarla la única que puede solucionar los problemas. ``No pueden concebir otra forma que no sea que la autoridad diga `concedo, admito', por eso el afán de infligir una derrota, cosa que se ha exacerbado con las acciones de la rectoría''.
La ruta del conflicto ha propiciado también que un buen número de estudiantes, académicos y autoridades sean ``más sensibles a slogans que a análisis de la realidad, a que no se aquilaten las particularidades; obran con la misma ligereza con la cual el nazismo ponía en el mismo saco a comunistas, masones, judíos y gitanos, todos en un bloque''.
De un lado, el estereotipo indica que todos los miembros del CGH ``son chamagosos, irracionales, intolerantesÉ y por el otro lado se sataniza a todo el que no sepa que sólo existen los seis puntos. Antes les decían `agentes de la CIA' o `pagado por el oro de Moscú', ahora dirán que es partidario del neoliberalismo''.
Afuera suceden cosas más graves
Pese a que los medios se concentren en las ``acciones sensacionalistas'', dice López Austin, son muchos los universitarios inmersos en el debate sobre el futuro de la UNAM más allá de la huelga.
Muchos académicos, por ejemplo, han sido persistentes en el análisis y el debate público, en la prensa, ``cuando menos desde que se diseñó este sistema de productivismo absurdo'', que ha alejado a los investigadores de la creación científica.
El autor de Una vieja historia de la mierda habla del futuro de la UNAM en su estrecho cubículo del Instituto de Investigaciones Antropológicas, donde es investigador desde 1976.
Juzga que las transformaciones sufridas por la UNAM en los últimos años son un ``problema democrático'', porque han sido dictados desde fuera, pero también un ``problema práctico'', pues sólo quienes están inmersos día con día en sus aulas y laboratorios son capaces de realizar los cambios que verdaderamente requiere la institución.
Somos los más conscientes del compromiso que la UNAM -``la mejor universidad del país'', dice- tiene con la sociedad ``que nos mantiene'' y nos corresponde determinar su rumbo.
Por lo pronto, en la búsqueda de soluciones, los eméritos han constatado, dice López Austin, la complejidad de la UNAM: ``Esa es la esencia de la universidad, porque una universidad monolítica no sirve, puede crear sumisión, slogans, consignasÉ pero no conciencia. La universidad es por esencia plural y debe ser dialogante. La universidad debe transformarse radicalmente, pero no siguiendo los dictados de consignas externas, sino los de la conciencia de la sociedad mexicana que es finalmente a la única que debemos responder, no a convenios internacionales ni a utopías''.
-¿El futuro?
-EsperanzaÉ y la esperanza es que la universidad pueda muy pronto el papel que le corresponde, su papel de crítica, ante México y el mundo. No podemos estar volcados emotiva y racionalmente en asuntos domésticos, porque afuera están pasando cosas más graves, frente a las cuales los universitarios debiéramos estar actuando a plenitud. Tenemos que lograr las condiciones adecuadas para cumplir con esa función. Y sobre todo hacerlo con la conciencia de que muchos hemos elegido, no sólo como universitarios, la vía democrática, que implica no tolerar imposiciones, ni de autoridades ni de grupos de fuerza''.