VENTANAS Ť Eduardo Galeano
Las páginas
Iván Kmaid había querido que los querientes se quisieran una vez más, o tres, o cinco, porque impar es la dicha; y en noche impar nos juntamos sus amigos, para evocarlo, bajo los árboles del parque Rodó.
Esa noche, Hugo Burel leyó algunas páginas en memoria de Iván, algo así como un conjuro contra su muerte. Y a la tarde siguiente, cuando quiso guardar esas palabras, descubrió que las había perdido.
Hugo se lanzó a recorrer, uno por uno, todos los lugares donde había estado. Ni rastros. pero de pronto recordó que en la noche, al regreso de aquella ceremonia, se había cruzado con una manifestación de cooperativistas, y que había parado el auto al pie del obelisco. ƑSe habrían volado las hojas por la ventanilla abierta?
Estaba la calle todavía alfombrada por los volantes que la manifestación iba arrojando a su paso. Hurgando bajo esa manta de papeles, Hugo encontró sus páginas. Estaban dispersas, una por acá, otra por allá, salvadas de la lluvia y del viento.
Encontró todas, menos una. Faltaba la última. Siguió revolviendo el volanterío desparramado sobre la calle, y le llamó la atención un muñequito de papel. Lo levantó, reconoció su letra. Alguien había recortado aquella última página, y el manuscrito había quedado convertido en muñequito: brazos, piernas, una boca grande, abierta de risa.
Sí, alguien había recortado esa hoja. ƑAlguien? Hugo apretó el muñequito contra su pecho, meneó la cabeza, y sonrió mirando más allá de las nubes.