En concierto, tras de 61 años de ausencia en México
Compay en el Hard Rock, en una noche de son y embrujos
Ernesto Márquez Ť Sin darse importancia y con el mismo espíritu alegre que le ha caracterizado toda la vida, Compay Segundo, alias Máximo Francisco Repilado Muñoz, llegó a la escena del Hard Rock Live y saludó como torero antes de la faena en medio de una salva de aplausos. El público de este exclusivo recinto le recibió justamente con la emoción de quien va ser testigo de un hecho maravilloso y memorable.
Repilado, quien hasta hace algunos años era completamente desconocido fuera de su país y ahora, gracias a la promoción inherente al éxito del álbum colectivo Buena Vista Social Club, es toda una personalidad asediada por la fama; lucía alegre y elegante. En una mano su "armónico" y en la otra un racimo de besos que repartía coqueto por doquier.
El guitarrista, compositor y hedonista de 91 años de edad se presentaba así, por primera vez en México tras 61 años de ausencia. "Cuando yo vine ninguno de ustedes había nacido", había dicho ante el regocijo de un grupo de contemporáneos que se encontraban en primera fila.
Heredero de la tradición de Pepe Sánchez, Manuel Corona, Sindo Garay, Ñico Saquito y los Matamoros, Compay se presentó con un piquete de músicos cubanos que se han destacado por mantener la tradición en el quehacer sonero y con ellos destapó el pomo de la nostalgia y del buen hacer musical.
Desde un principio el ambiente era de jolgorio, bullicio y emoción. Parecía que el público había llegado para atrapar en el aire un cacho de historia y estaban dispuestos a llevárselo a casa.
Había emoción. Sí, pero más por descubrir lo que haría este hombre nonagenario en escena que por escuchar su música. Mucho ruido, mucho rollo y poca atención. Bueno, finalmente se trata de un bar, fue lo que me dijeron. ƑY?
Compay Segundo es un gran músico y eso parece que a muchos no les llegó. Un músico completo, señores, que lo mismo ataca un son montuno que se desgrana en un mambo, recrea un tango o se inspira en un cha cha chá. Su capacidad para tocar cualquier género musical quedó comprobada cuando en compañía de sus Muchachos interpretó la clásica guaracha Macusa, El cumbanchero, que es una rumba-son; Se perdio la flauta (danzón), Orgullecida (rag-jazz), María en la playa (merengue) o el Saludo a Changó. que es un son-afro.
Con un sonido eminentemente acústico, Compay y sus Muchachos demostraron que el son es lo más sublime para el alma divertir y que se debería de morir quien por bueno no lo estime.
Lo singular de la veracidad de este dicho se hizo tangible en el Hard Rock, que, ciertamente, no es el mejor lugar para disfrutar el son y sus embrujos. Ir a ver y escuchar a estos maestrazos allí es como experimentar una contradicción. El ambiente mismo es contradictorio e ilusorio. Hasta el sudor parece de utilería.
Los monitores de circuito cerrado destacaban una especie de documental en tiempo real. En tanto, el sonido se percibía irregular, tirando a malo. Lástima del millonario equipo, pero los señores encargados del audio demostraron una vez más no saber ecualizar la riqueza de los instrumentos acústicos.
Sin embargo, y pese a ello, la noche se desarrolló dentro de la más despreocupada alegría.
Margarita Cifuentes, ciudadana española de 24 años de edad, piernas de vértigo y caderas provocadoras, no perdía detalle de la escena, ni nosotros de la suya. "Me encantan estos señores", comentaba en voz alta a una amiga que reñía con ella en porte y donosura. "Yo no sabía nada de ellos. Fíjate que me perdí sus conciertos en Madrid y me moría si no venía a éste".
Un rasta, que no era rasta sino más bien un alegórico morenazo con ganas de no pasar inadvertido, tampoco paraba en su entusiasmo. "Estas canciones son pura poesía, brother", decía agitando los tirabuzones de su cabeza.
El público, como se comprenderá, era uno pudiente. Ese que no teme al desvelón entre semana y puede, además, gastarse dos o tres mil pesillos en un ratito sin chistar.
Amén de estas observaciones la música fue la principal protagonista. El grupo de Compay está conformado por verdaderos maestrazos en sus instrumentos. Ahí tenemos la pulsación del bajo anticipado de Salvador Repilado; los piques y repiques de ascendencia afro del percusionista Rafael Fournier, el colchón armónico de la guitarra acompañante de Benito Suárez, que implica una especie de rubato embrujador; las improvisaciones jazzísticas y los diferentes climas tonales a cargo de los clarinetistas Rafael Lázaro Inciarte, Haskell Armenteros y Rosendo Nardo; pero, sobre todo, señores, el punteo mágico, visrtuosista, chingonérrimo de Compay Segundo: trazando líneas melódicas e improvisaciones fantasiosas tanto en los temas propios como ajenos, que en muchos de los casos mejora.
Así transcurrió la noche. Con un público que poco a poco se fue rindiendo a cada una de las iniciativas de este hombre que lleva sobre su espalda la historia musical de Cuba. Junto a su garganta habían de esforzarse también para entonar enterita la letra de Lagrimas negras, llevar las palmas y zapatear a gusto.
Todo estaba a punto para el gran descubrimiento de la noche, "es un estreno", dijo Compay guaseando en lo que lanzaba los primeros acorde de su ya clásica Chan chan y con ello la apoteosis y el final.
Pero fue un final falso como había de revelarse enseguida. Ante el reclamo generalizado, manifiesto en gritos y chiflidos, Compay regresó bailando, poniendo el cuño a la noche e izando su guitarra por todo lo alto. "Este es el armónico", dijo, y acto seguido dio una cátedra de como afinar y tocar ese instrumento "invento" suyo. "ƑComprendido?", preguntó, y el personal asintió sólo para complacerle. Es sabido que ni el diablo ha podido con ello.
Después de bear y amancebarse con la guitarra Compay entonó las notas de la Guantanamera, y se despidió feliz, por haber dejado entre los presentes una buena dósis de optimismo
Afuera, el mundo seguía igual, tal como era antes de comparecer ante el embrujo de Repilado. Hoy sólo nos queda su voz, su arte y su ejemplo como sello indeleble.