Ť No se vale, gordita, no se vale /y II Ť

Ť Elena Poniatowska Ť

Mi primer parto

A los 17 años, de regreso de la escuela, como nada más había tres camiones y tardaban mucho en atravesar el basurero de Santa Fe, nos íbamos caminando por la orilla de la carretera unos cinco alumnos y yo. Ese día, desde la carretera oímos grandes gritos, pues qué pasó. Mandé a los chamacos que siempre me acompañaban a la chocita de donde salían los lamentos. Regresaron. "No, pues está una señora retorciéndose allá abajo sola". Entré a la choza y vi que la señora iba a dar a luz. En mi vida había visto un parto y ya la criatura iba con medio cuerpo de fuera y la señora en un puro grito. Total, caché a la criatura y la madre todavía me dijo: ''Córtele, córtele''. Con un mecate sucio y un cuchillo corté el cordón. La señora ya sabía cómo hacérselo bola y todo. Me asusté por la falta de higiene, mandé a los chamacos por una ambulancia. Y ya, se llevaron a la señora con todo y muchachito.

En la Normal nos dan clases de puericultura, ideítas así por encimita, pero en realidad sólo aprendes con la práctica. Ese parto me dejó con los ojos como plato, tanto abandono, tanta miseria y además el camino por el basurero era muy, muy desagradable, porque olía horrible. Tenía cuatro o cinco alumnos de por allí. Veía cómo se bajaban del camión corriendo a su casa de cartón y de esas perreras de los papeleros salían antenas de televisión. Yo ni siquiera tenía televisión, sólo radio. Los sábados toda la chamacada íbamos a ver Angeles de la calle a casa de unos vecinos. A la señora le pagábamos nuestro veinte y nos amontonábamos en un cuartito. Se terminaba y ya, pa fuera todos. Por eso, a mí me parecía chocante ver que de casas hechas con cartones y desechos de basura saliera una antena de televisión. Y para las estupideces que se ven en la tele. šQué incongruencia, Ƒno?, pinche Elena!

En Tacubaya cada quien tomaba el camión para su rumbo. Yo para la colonia Obrera, en el Centro, por Niño Perdido, ahora Lázaro Cárdenas, por Bolívar... Por allí vivía con mi mamá. Al llegar, comía, me bañaba, me cambiaba y me iba al sistema nocturno, a la prepa primero y después a Derecho, muy a todo dar. Yo les recomendaría a todos que no se pierdan de estudiar. Son las épocas más bellas que pueda uno tener en la vida, porque si bien yo trabajaba, me dediqué a divertirme en grande y la vida de estudiante es a toda madre. No hay nada que pueda comparársele. Ni el amor, pinche Elena.

tita-roberta-avenda–o-68 Organicé muchas manifestaciones con la chamacada. Los más grandes eran de 17, 18 años. Ahora que estoy vieja los veo como chamacos, pero entonces yo me sentía importante, como gente grande. En su mayoría éramos mujeres que veníamos alborotando y que nos avientan a la caballería en pleno San Cosme. Recuerdo que cuando vi venir los caballos así, encarrerados, como se ven en las películas sonando y sacando chispas los cascos de las patas de los caballos, casi, casi sentí que me iba a partir en dos el Rayo Sílver. Corrí, corrí desaforada. Era yo joven. Subí voladaza, aunque ya ves que el peso no me ayuda. Claro, fui a dar a una azotea y me salvé la vida con un compañero que en aquel entonces le decíamos el Superman, porque era igualito a Clark Kent. Su apellido era Villamar. Todavía le sigue taloneando al sindicato, o sea, es verdad eso de que "el que es barrigón, aunque lo fajen", porque el Superman se metía desde aquel entonces en cuestiones políticas. Al Villamar se lo llevaron, pero a mí no, aunque me dieron golpes. Seríamos mil muchachos entre los 12 y los 17 años golpeados para deshacer la manifestación. Traíamos un dragón de tela y venían los chamaquillos debajo de éste... Bueno, una golpiza y una corretiza que todavía me dan ganas de echar a correr.

En 1960 por ahí entró el Ejército a la Normal. Estaba cerca de la cafetería, había una ventanita y me ayudaron los muchachos a meterme para escapar del otro lado, pero no cabía, y yo decía: ''dóblame la pierna, empújala pa dentro'', y les ganaba la risa y por fin, con muchos raspones, pasé y špum! Caí como piedra. Nos fuimos caminando bien encabronados. Gritábamos: ''fuera Ejército de la Normal'', pensando que los compañeros del Politécnico nos iban a apoyar, pero ya las sociedades de alumnos, que así se llamaban entonces, estaban amañadas con la dirección y no nos dieron ningún apoyo.

La cárcel de mujeres

La cárcel fue la que me hizo pensar que el amor podía ser muy bonito, porque allá adentro sólo hablaban de eso. Antes, yo era medio mensa... No sé. Ahora no me lo explico. Nunca había tenido relaciones. Nunca fui morbosa. Desde los 13 o 14 años le decían a mi mamá: ''šAy, Carlotita, su hija está ahí, en la esquina, con puros hombres!", y es que yo, por estar tan desarrollada, los modales así muy finos y muy exquisitos de una muñequita pues no se me daban, no eran para mí. Yo debía desarrollar algo más fuerte. Además, mi carácter es muy abierto, muy frontal, y quizá a eso también se deba que los hombres se fastidien de mí, porque les gustan las modositas, las ''šay!, yo no sé nada, tú dime'', y yo al pan pan y al vino y vino, y lo que quiero lo pido y lo que no, lo desecho sin tapujos. Así es que no tuve relaciones. En la cárcel tampoco las tuve, pero de tanto oír que qué a toda madre, salí muy decidida. Estuve presa de 1968 a 1971. Las cárceles no son centros de rehabilitación, son centros de perdición.

En la cárcel de mujeres no había visita conyugal. Los hombres en Lecumberri sí las tenían, creo que hasta dos veces por semana. Pero las mujeres no. Tan es así que Adelita Salazar de Castillejos, cuyo esposo Armando estaba preso en Lecumberri, solicitó en una carta al congreso de penalistas con Quiroz Cuarón, que en paz descanse, que hubiera visita conyugal para las mujeres y todo el mundo la firmó. No concedieron visita conyugal, pero a ella, por ser abogada, le permitieron ir cada ocho días a Lecumberri a estar con su marido y las celadoras se revolcaban de coraje, porque tenían que esperarla. Decían: ''Mira, nosotras aquí, paradas en la puerta, mientras la otra está allá... Que no sé qué y no sé cuánto. Adelita fue un gran contacto, porque iba a la ''M'' con su marido y nos traía noticias de los compañeros, cartas, recados y comimos hasta empanadas que hacía una argentina, Teresa Confreta, creo, que con otros trotskistas le había volado las patas a la estatua de Alemán. La Nacha también trató de ver si la llevaban a Lecumberri, pero nadie le hizo caso y Adelita fue la única privilegiada.

En la cárcel lo primero que hice fue aprender a tejer, porque tejer era de cajón, de cajón. Tejí chambras, bufandas, cobijas... hasta chanclas. Mientras tejíamos me decían: "Ay, Ƒpor qué no has tenido relaciones? šQué tonta, de lo que te has perdido, es lo máximo!" Y yo, pues qué será. Veían una telenovela, La Mentira, y adoraban a uno de pantalones pegados y le gritaban a la pantalla: "šAy, mira nada más, ay, qué bien estás!".

Lo más fuerte en la cárcel es la cosa sexual. Lo que más me impresionó fue una Emilia, que tenía su marido taxista que en su turno de la noche llegaba a la una en punto. A esa hora, Emilia, con una vela, se asomaba por la ventana a ver el taxi abajo, al pie de la barda de la cárcel, y pasaba media hora nada más viéndolo de la ventana para abajo, como que hacían el amor a través de la distancia, mentalmente... no sé. Ese era el apoyo que él le daba a diario, porque toda las noches iba. "ƑPues qué será eso del amor ųpensabaų, que anda toda esa gente tan emocionada". Adentro, Ana María Chacón cantaba: ''Te quiero más que a mi vida, más que a mi vida te quiero", y lloraba y zangoloteaba la canción. En esa época se usaban muchos los asaltabancos y su marido fue uno de ellos. Heidi era una alemana que tenía nexos con toda la alta burguesía y los Trouyet le mandaban su mesada y la conocía Barrios Gómez. šAh, y unas argentinas muy cueros! Esas eran las ricas, pero me junté con dos hermanas pránganas que entre las dos se robaron un guajolote y estuvieron tres años encarceladas, y con otra, Virginia, que fue la única a la que vi que la cárcel le sirvió. Cuando llegué encontré un giñapo de mujer, una de esas teporochitas, tirada al sol, durmiendo la mona.

Me contó que había estado embarazada, pero que le salían negros los hijos de tanto que chupaba. Creo que los cocía el alcohol. En la calle, un día, en el basurero, pasa un carro de la basura y le gritaban unos procaces, y ella borracha, borracha pero no pendeja, agarró una piedra y rájale, le rompió el vidrio al camión de la basura. Daño en propiedad de la nación y le dieron quién sabe cuántos años, porque nosotros salimos a los dos años y Virginia todavía estaba allí por romper un mugre vidrio parabrisas. La cárcel le hizo bien, porque ya no siguió tomando, se juntó con las evangelistas, empezó a engordar, le salieron chapas, alguien le regaló un pollito y andaba con su pollito para todos lados, se hizo gallo y ya salía los domingos con su gallo a la visita muy pintada y se ha de haber hecho de un viejo por ahí. Yo tenía acceso a la cocina y le daba de comer. Ella es a la única que le benefició la cárcel, porque de cascarita se hizo mujer.

A mí me llamaba la atención que todas se arreglaran, se pintaban unas pestañotas aquí abajo. Entonces se usaban aquellos nidos de pájaros en la cabeza, crepé, le decían las compañeras que se peinaban cada ocho días y amanecían igualitas. ''Bueno, ustedes cómo duermen. ƑSentadas o qué?''. Me peinaron con el pelo acartonado, pero no duré ni media hora, empezando porque la laca me da comezón, y luego, luego me meto un lápiz o una pluma en el crepé y duro, duro, y duro y segundo, porque decía yo: "ƑA qué horas se paran para pintarse una por una las pestañas?". Andaban como si fueran al baile y yo preguntaba: "ƑPor qué te levantas a las cuatro de la mañana a pintarte?". Cuando no se arreglaban era índice seguro de depresión.

También en la cárcel le daba yo de comer a una ancianita muy sonriente a la que se le quemó su vivienda. Ella resultó también quemada. Se la llevaron al hospital, pero como se quemó el poste de la calle, después la encarcelaron. La sonrisa de la señora, pobrecita, era lo más bonito. Dicen que despertó y que todavía vio a algunas y les sonrió, pero al no bajar a pasar lista subieron a su litera y vieron que estaba muerta. Le falló el corazón y entonces vi su entierro en la cárcel. Impresionantísima la cosa, porque entre las seis más altas cargamos el féretro, una de esas cajas corrientonas de madera, pero ya con la viejita metida adentro pesaba un chingo. Me acuerdo que se me encajó aquí y me dolió como quince días. En el patio de atrás se formaron todas las presas y las seis caminamos por en medio de ellas y ya que íbamos a llegar a la puerta, la jefa fue diciendo el nombre de cada una y contestaban: ''Presente'' y cuando dicen el nombre de la ancianita... šAy, mira, todavía se me enchina la piel!... Cuando dicen el nombre de la que murió: ''fulana de tal", todas a coro responden: "šSale libre!'', y se oye aquello realmente como del fin del mundo, porque se abren las puertas, ya sale y se la lleva la carroza. No sé si la hayan enterrado en algún lado en particular o la hayan echado a la fosa común, pero sí me cimbra todavía ese grito de: "Sale libre", pero libre de todo.

Fíjate que todo lo que vi me hizo pensar que tuve razón de participar en el movimiento. Todos deberíamos luchar por adquirir conciencia de la miseria y la injusticia tan grandes en nuestro país, en donde los que tienen pueden y los que no tienen no pueden.

A enamorarse se ha dicho

Como te dije, en la cárcel vine a pensar que realmente pues sí tenía cierta importancia tener relaciones, y al salir me rencontré con un compañero que era secretario en la embajada de Noruega y volvimos a salir y decidimos pues casarnos. Mi papá, que era muy metódico, de traje y corbata, y era diabético, no le pareció el compañero un poco greñudo, al estilo de la gente que anda en el medio, vestido siempre de mezclilla, chamarrudo, guarachudo y no quiso ni siquiera hablar con él. Decía: "No, una señorita decente debe llegar a las diez de la noche a su casa". "Y una señorita no puede llegar más tarde, porque la sociedad la ve mal", ridículo, pues yo ya había estado en la cárcel. Imagínate qué fuera de onda mi papá. Total, me casé con Federico, que entonces al poco tiempo ganó un concurso para salir al Servicio Exterior de Relaciones Exteriores. No podía decir que estaba casado y menos conmigo. Traté de sacar pasaporte y no me lo dieron. Todavía seguía latente lo del 68. A él lo mandaron a Australia, que es como si te mandaran a casa de la... Me dijo: ''Te escribo'', y le respondí: ''ƑSabes qué, para qué?. Primero me vas a escribir diario, luego cada ocho días, luego cada mes y luego ya... Mejor nos esperamos. Si regresas y si la seguimos haciendo, pues qué bueno y si no, pues no". Total, regresó, volvimos a hacerla y yo intenté de nuevo sacar pasaporte. Ya había pasado tiempo. Y nada. Entonces me dijo: "ƑSabes qué? Yo pienso seguir esta carrera y una mujer con tus antecedentes no me serviría para progresar". "No se hable más", le respondí, y hasta ahí quedó ese galanteo. Pasó el tiempo, bajé 20 kilos, venía yo retecontentita porque me encontré a un compañero que me dijo: "Yo exento y tu adelgazas", porque empecé a fumar mucho y lo cierto es que entre la gordura y el cigarro te chingas. Aunque no fumo desde hace 17 años tengo enfisema pulmonar. El era de Monterrey, de Aguasleguas, fíjate, y es el padre de mi hijo Roberto García Avendaño. Yo Roberta y él Roberto García Pérez, y todos Roberto y un roberterío que no veas. El vive en Aguasleguas, dice que pobre y descoloridamente, y nos viene a ver, bueno a mi hijo. Va a venir a Colima para su cumpleaños. Vino a sus 15. La dama de Roberto, mi hijo, con la que bailó el vals, fue la que salió de Miss Colima, muy guapa la chamaca. Roberto bailó con ella de frac. No quiso que le pusiera damas, pero yo le quería poner sus 15 para festejarlo. Para su próximo cumpleaños voy a ver qué invento. Si vivo, olvídate.

"Vas a vivir, La Tita", respondí, porque a pesar del tanque de oxígeno era tal su vitalidad que su muerte parecía improbable. Trataba al tanque como perrito faldero y era tal la naturalidad que uno lo olvidaba. Hoy pienso que La Tita vive, porque su recuerdo nos acompaña. De todos los movimientos estudiantiles fue la única mujer que sobresalió, la única con un carisma que todavía se siente, la única con una simpatía que allanaba obstáculos y daba confianza a las bases. "Se siente, se siente, La Tita está presente". Hacer reír y dar alegría como lo hizo La Tita, incluso en contra de sí misma, es un regalo ligado a la UNAM hoy poseída. Quizá los pasos de La Tita retumben entre las facultades vacías y los huelguistas la vean entrona, valiente, profesora normalista, caminar hacia ellos rodeada por sus ideales. Las dalias, emblema de México, que la alta maestra recibió en manojos a los 17 años, cuando les enseñaba a sus alumnos las tablas de multiplicar, salpicadas de coscorrones y mentadas.